24 de junio de 2021
16 de junio de 2021
Qué discurso y qué niño muerto.
Es curioso, y por supuesto que con eso intento polemizar pero no mentir en absoluto, que el mismo día que aparece el cadáver de una de las niñas asesinadas por su padre con el único (irracional y salvaje) de vengarse de la madre en Tenerife aparezca también una noticia más pequeña en la que una madre de Sant Joan Despí asegura ante el juez que si mató a su hija fue para hacer daño al padre.
Hace un par de días la familia de la niña asesinada por su madre reclamaba la indefensión e invisivilidad que habían sentido ya que parece que los asesinados a manos de las madres valen menos que los que lo hacen ratificando el discurso que hay que ratificar.
Allá por 1987 yo me sentaba en un pupitre para escuchar una charla de unos muchachos que se habían organizado en un piso del casco viejo de Bilbao. Allí, uno de ellos, contaba que todos los muertos valen lo mismo porque son precisamente eso: muertos. Cuando terminó la charla me acerqué y hablé con él.
-No entiendo- le dije- que te puedas movilizar por la muerte de alguien que quizá haya tenido que ver en la muerte de tu padre-. El caso es que ese chico había perdido a su padre con una bomba lapa, de esas cobardes que en la cabeza de algunos iban a acabar con Franco cuando el cabrón de un solo huevo llevaba más de diez años muerto, pero los dictadores con forma de excusa no tienen fecha de caducidad.
-A mi los hijos de puta asesinos no me importan una mierda- respondió mirándome a los ojos- a mi me importan sus madres, sus hermanos y, como comprenderás, sus hijos. Yo era hijo y eso no tiene nada que ver con el trabajo que hiciera mi padre.
Tenía toda la jodida razón y aunque para algunos solo existía una banda terrorista asesina que mataba gente sin miramientos y que se levantaban por la mañana con la única intención de matar españoles, la verdad es que el dolor y el daño se extendía mucho más allá que la sangre de las 800 personas que dejaron a sus familias huérfanos de ellos.
Los muertos son muertos. No tienen sexo, ni trabajo, ni afiliación política. A los gusanos les da lo mismo la raza de la carne.
Por esa misma razón en el último gran atentado de ETA, ese de la T4 en Madrid donde intentaban reventar un aeropuerto para , no sé, que fuera obligatoria la Trikitixa como respuesta al imperialismo del ocupador ejercito español de la sacrosanta y ancestral tierra euskaldun, justo en un debate televisado, me enfadé porque los titulares hablaran de "un Sudamericano" muerto en vez de "una persona" como si fueran dos cosas diferentes, como si el adjetivo pusiera o quitara entidad al fallecido que sesteaba en su furgoneta mientras esperaba la llegada de un vuelo.
Porque aquella conversación de tantos años atrás me había dejado muy claro que las personas son precisamente eso y que cuando les ponemos adjetivos pervertimos la verdad de forma interesada. Solo y exclusivamente son importantes los adjetivos cuando tienen algo que aportar y que, preferiblemente, no sea opinión.
Así que desde siempre me importó una mierda con quien se acuesta la gente excepto si se acuesta conmigo ( o con quien se acuesta conmigo, aunque quizá eso debería de obviarlo también). Me importó una mierda si los martes rezas a Alá o si te gusta que te azoten mientras recitas, desnudo, a los Reyes Godos con ferviente éxtasis sexual. En realidad me importan exclusivamente aquellas cosas que pueden tener relación con lo que me afecte. Si eres un borracho me da igual pero si eres conductor de mi autobús y vienes borracho, tenemos un problema. Puedes conducir con un ladrillo de adobe colgado del escroto pero borracho, no. Me parece de una hipocresía absurda exigir la integridad moral politicamente correcta a labores que no requieren de moralidad sino de técnica y efectividad. Si un pedófilo diseña un puente colgante maravilloso, pues es un puto puente. Le mandaremos los royalties a la cárcel. Pero si crees que por pasar por ese puente te entran ganas de violar menores, eres gilipollas y te recomiendo el mismo psiquiatra del arquitecto.
Esto es, a rasgos burdos, mi manera de relacionarme con la gente, con las personas. Eliminar algunos factores y centrarme en lo que importa reduce discriminaciones absurdas que están de moda. Como resulta de lógica aplastante la discriminación positiva me ha resultado una satanización de las capacidades humanas. Creer que un soldador de chapa es mejor porque sea gay, hable en Valenciano, tenga síndrome de Down o sea mujer pervierte el resultado final que debe ser exclusivamente la fortaleza de la soldadura. De la misma forma una composición artística no es mejor porque lo haga un gordo al que le pegaban en el colegio por gordo. A mi me pegaban por sacar buenas notas y, ya ves, ser repelente no está en las discriminaciones aceptadas por el ministerio de igual dá. Si los Javis no fueran una pareja de locazas es probable que les hubiera costado más llegar a donde están. o hubieran llegado igual, no sé. En realidad lo criticable es que utilicen como promoción algo que no tiene o debería de tener relación con su trabajo. Vuelvo a decirte que me importa muy poco lo que hagas por las noches cuando eres delantero de mi equipo siempre y cuando metas los goles que tienes que meter. Pero si me dices que tengo que ponerte en la alineación porque perteneces a una minoría castigada por la historia y no porque juegues mejor, eres un hijo de puta. Reacciono con demasiado desprecio, lo sé, ante aquellos que intentan ganar por la via de la victimización lo que no pueden hacer por la via del trabajo. Hola Bob Pop (nunca harás C.R.A.Z.Y). Es exactamente lo mismo que esa crítica que se hacía antes de alguien que ascendía por tirarse a las personas adecuadas pero jamás se le vió un reconocimiento laboral incontestable.
Una vez me dijeron a la cara que una película rodada por homosexuales era mucho mejor que una de heterosexuales y yo le pregunté si acaso porque me gustaran las mujeres ya no tenía derecho a sentir o a pensar o si a mi no me duelen las cosas o si resulta que estoy mentalmente lastrado en algo. No me importa de quien sale un sentimiento mientras sea pleno. Le pregunté si acaso las barbaridades que decían de los maricas hace un siglo estaba intentando justificarlas en la dirección contraria como si eso no fuera hacer exactamente lo mismo. Se calló pero sigue pensando que es mucho mejor que yo en todo. Y no porque lo haga mejor sino porque yo represento el grado evolutivo anterior y él debería ser premiado porque es gay a base de castigarme a mi, que soy heredero de mis (y sus) bisabuelos intransigentes. Yo soy la imagen de su victimario y no importa el razonamiento sino quien soy yo y quien es él.
Llegamos a una época extraña en la que existe una especie de esquema de obligado cumplimiento social privado del que, si te sales, debes de convertirte en un apestado. Si comes demasiada carne, no tienes Netflix, llevas un vehículo de gasolina, practicas el misionero, te excita la pornografía amateur, un dia leiste el ABC y te gusta como canta Plácido Domingo, ya no puedes ser bajo ningún concepto digamos, un buen médico. Si eres vegano, te has tragado el coñazo de Unhortodox, vas con un patinete eléctrico, te pegaban en el recreo del colegio y solo te informas con las ruedas de prensa de Mayoral, entonces tus diagnósticos son mucho mejores. Samantha Hudson es musicalmente un atentado al nivel de Leticia Sabater, pero hay que darle horas de castigo radiofónico no por su música, sino por su "visualizacion sexual". Es absurdo.
Llegamos a una época en la que se está tan pendiente de cumplir los cupos que ya no importa hacer las cosas mejor sino pertenecer al cupo adecuado. Ser homosexual, mujer, menor, cojo, tuerto o hablar euskera está más valorado que ser un profesional en lo tuyo. Al menos parece que se tienen más posibilidades de obtener un empleo, una vivienda o una vida más desahogada a costa de las penurias de antaño.
Imagina que a tu equipo de futbol, en aras de la integración, ponen a un cojo de medio centro, a un tuerto de volante izquierdo y a la gorda del tercero de portero. Vas a segunda división integradamente. Eso sí, hay que acertar con el grupo victima al que pertenecemos. Imagina que nos da por hacernos los negros y ya no se contratan negros porque se pone de moda la discriminación al asiático. Imagina que nos matan a una hija pero como la que mata es madre ya no eres más que un puto suceso. No te van a hacer Casito.
Lucho era un buen amigo peluquero. Un día le pregunté, con mi incómoda forma de hacerlo, que si era tan amanerado como parecía. -A mi me gustan las mujeres demasiado- respondió- pero un día descubrí que teniendo más pluma que la Piquer la peluquería se llenaba.-
Era el principio de estos tiempos en los que no todas las personas valen lo mismo y ni siquiera importa la calidad del trabajo sino quien hace qué.
Estamos perdidos en ese infame discurso en el que es más importante quien que el qué. Estamos perdidos en una sociedad que intenta ubicarse en el victimismo a todas horas para justificar sus incapacidades o conseguir, como el niño que llora sin hambre, comida gratis. Como el vago trabajador que no obtiene resultados y culpa al capitalismo de su falta de rendimiento.
Los resultados, que deberían ser anónimos igual que deberían serlo los currículum, tienen menos valor que los adjetivos. Eso no está bien.
Los trabajadores son todos iguales si hacen lo mismo y logran el mismo rendimiento. Los asesinos son la misma escoria. Y los muertos valen todos lo mismo. Los niños muertos quizá el doble. A nadie, ni para bien ni para mal, hay que premiarle o castigarle por el adjetivo que le acompañe.
Es muy miserable que para algunos es más importante un niño muerto que otro porque el asesino te conviene o no para tu puto discurso de mierda.
Pd: Noticia de hoy. Padre y Madre matan a sus hijos. Para el: 50 años de cárcel. Para ella: un internamiento en un centro no penitenciario. Ya estamos con los adjetivos.
10 de junio de 2021
Indultos, artistas, simplificaciones y espárragos.
Uno de los discos más importantes de la historia de la música, sin lugar a dudas, es el Off The Wall de Michael Jackson. Publicado en 1979 defiende esa teoría que yo mantengo que dice que si un disco se vende mucho, el bueno es el anterior. Off The Wall vendió 20 millones de discos y Thriller, más de 50. Claro que Thriller es una jodida maravilla te guste o no Michael.
9 de junio de 2021
Vacuna de albóndigas.
Una vez, probablemente fruto de la idealización de la naturaleza humana, quise pensar que si bien en estado de relajación las personas son proclives a cometer estupideces también me creí que cuando las cosas se ponen complicadas salen esos comportamientos racionales que nos generan una capacidad muy por encima del resto de los seres de la evolución. Es por eso que durante las guerras y en complicados momentos históricos algunos humanos han hecho cosas maravillosas. Quise mirar hacia atrás y creer que la borrachera fruto del estado del bienestar que habían conseguido nuestros abuelos era circunstancial. Creía, iluso como un mirlo, que si hacía falta nos íbamos a poner serios y darme la razón.
Pero no.
Si algo ha demostrado el año y medio de pandemia, alarma, bulos, contrabulos, mentiras a medias, análisis estadísticos con grupo de control manipulado, generalizaciones infantiles y demasiado internet, es que la duda nos hace comportarnos como gilipollas.
Hoy me han comentado que alguien, con estudios superiores y que es capaz de vestirse solo, ha decidido no vacunarse porque su tarotista le ha dicho que en la máquina de "quantum" que utiliza para las predicciones le sale que la vacuna es mala.
Lo cojonudo de todo esto es que te lo dice exactamente con el mismo tono de voz con el que te puede explicar el Teorema de Frobenius. Entonces piensas "joder, que lo dice de verdad".
Por supuesto que cada uno es perfectamente libre de hacer y decir lo que quiera pero la argumentación lógica debería de ser obligada. Tener miedo es licito. Creer a su tarotista es ponerse un cartel en la cara de idiota y una justificación para partírsela y después afirmar, con cara de circunstancia, que el ángel San Gabriel, aparecido de entre la nada, te ha obligado a hacerlo. Coño, has empezado tú.
Lo curioso es que en más de un lugar han dado por perdida la lucha contra la inteligencia humana y han propuesto "incentivos" para vacunarse: en China te dan a elegir entre albóndigas o alas de pollo gratis. En EEUU, según el estado: marihuana, donuts, boletos para sorteos, entradas para el zoo o palomitas con una entrada de cine. En Israel, una cocacola y un bocadillo. En Rusia, helado. En Dubai, 10% de descuento en compras.
No es que algunos se indignen porque les traten como imbéciles, es que el sistema funciona. Las vacunaciones crecen. Quizá es porque nada le gusta más a un ser humano contemporáneo que algo gratis. Ya lo decía el chiste: un señor me ha dicho que me daba este helado si le...
Estoy esperando el momento en el que echen las cartas gratis para que se vacune la estúpida de la que me han hablado hoy.
Citando a Nick Hornby cuando se preguntaba si es que escuchamos música pop porque estamos tristes o si estamos tristes por escuchar música pop, me pregunto si nos tratan como estúpidos porque lo somos o si la nos volvimos estúpidos para que nos traten mejor.
O si la manera de sobrevivir es ser un estúpido, que es más o menos lo mismo que vacunarse para el mundo en el que vivimos. Al fin y al cabo entre vacunarse sin más o vacunarse y que te den unas albóndigas, es mejor lo segundo.