4 de marzo de 2021

Tu coche y tú ( en el futuro europeo)

Siempre he pensado que la industrial del automóvil va un pasito por delante en todo. Cuando dejan de fabricar coches es porque saben que vienen años complicados. Cuando mueven sus fábricas, se fusionan, se dividen o simplemente van poniendo gadgets en el salpicadero para que creas que estás comprando algo nuevo es porque, de una razón u otra, se están adelantando a lo que vas a querer mañana. Por eso tengo un ojo, de los dos tuertos que me quedan, puesto en las novedades y los movimientos de dicha industria. Son, por decirlo de una forma, mi pequeño nostradamus a cinco o diez años vista.

¿Por qué no la informática?. Al fin y al cabo es de lo que sé. Principalmente porque sacar un programita gracioso, un tik tok guapetón o un altavoz que te haga patatas fritas a ritmo de batucada se puede hacer desde un taller de tres metros cuadrados sin gastar ingentes cantidades de dinero. La informática es innovación de bajo coste. Pero hacer un coche suele llevar involucrada una tendencia social y una inversión que abarca muchos más campos que el meramente mecánico.  Es demasiado dinero y son demasiados esfuerzos como para dedicarse a hacer algo y esperar. La industria automovilística, la de verdad, no juega a esperar. Tiene la fea costumbre de jugar a ganar.

El problema aparece cuando alguien que sabe de coches lo mismo que de gallinas ponedoras decide, en un despacho ganado a golpe de votos, las normas que deben cumplir los que hacen coches. Ojo, o los que hacen las hueveras de cartón.

Si nos vamos a la historia de las carreras de coches podemos admitir que inicialmente se preparaba una carrera y ahí aparecías tú tu bólido. Se daba la salida y el que llegaba primero, ganaba. Fácil. Entonces, y ahora estoy en los años 60 y 70, los grandes creadores jugaban a proponer ideas. C. Chapman con sus Lotus, el efecto suelo o las turbinas añadidas a la parte de atrás de un fórmula. Coches de seis ruedas. unos explotaban, otros ganaban, otros saltaban las protecciones casi inexistentes y se llevaban por delante a un nutrido grupo de espectadores. La mecánica y la ingeniería en estado de absoluta libertad han proporcionado avances estratosféricos a los cochecitos que nos llevan y nos traen hoy mismo. Las guerras, caminando por el lado extremo, nos han dado cohetes, todoterrenos y gps. Cuando algo carece de regulaciones se envilece o se convierte en un refugio para la creatividad extrema.

Pero con los años fueron llegando las normas. Que si no se podía poner un reactor nuclear (ford lo intentó con el Nucleon en 1958), que si tienen que llevar ABS, que si no puedes poner en un coche de carreras más de un determinado peso o que si tiene que gastar tanta o cuanta gasolina. Que si no debe contaminar y que el conector de la electricidad tiene que ser el que diga el gobierno. Que entre en las plazas del parking de súper. Que no pase de un determinado número de vueltas el motor. Que a partir de no sé que año en vez de brumbrum haga brambram porque no sé qué de la diversidad europea. Bueno, ya sabemos que la tecnología y casi todo se va quedando a merced de las normativas que juran que , por nuestro bien, habrá de ser todo estándar.

Tenemos que tener trabajos estándar, casas estándard, sexo estándard, ropa normativa, comportamientos que cumplan las normas, vocabulario inclusivo o, yo qué sé, coches homologados.

Y curiosamente ante todo eso las empresas que hacen coches han tomado decisiones que bien pueden extrapolarse al resto de lo que nos rodea. Van a dejar de vender coches térmicos en Europa y prácticamente todas harán el mismo coche. ( Hoy en día la diferencia entre un Corsa y un 208, un Golf o un Leon, un Toyota o el último modelo de Suzuki son mínimas). En el futuro, curiosamente, los coches van a ser casi todos el mismo. Cuando las normas se hacen más y más detalladas la única forma que tiene la industria del coche de sobrevivir es hacer lo único que puede y, si eso, contarnos que uno es verde o que otro es azul aunque no sea más que el espejismo de la diferenciación.

Las normas son eso que hicieron por nuestro bien y que, pasado un punto, se convirtió en homogeneidad.

Así que como el mundo automovilístico va siempre un paso por delante me pregunto si el futuro es un lugar en el que todos, por esa obligación de cumplir las normas cada vez más restrictivas que han hecho por nuestro bien sin que nos hayan preguntado antes, seremos todos iguales.

Vestiremos igual, hablaremos igual, trabajaremos casi en lo mismo, pensaremos lo mismo y, por supuesto, llevaremos el mismo coche. El que no lo haga será duramente castigado para que no se plantee hacer algo nuevo o algo diferente.

Suena un tanto decepcionante. Y aburrido.

(Todo lo comentado se puede hacer extensivo a lo que comemos, donde vivimos, nuestros salarios, nuestros sistemas operativos, la manera de comprar e incluso de gastar nuestro propio dinero (cuya eliminación física volverá a coartar nuestra libertad de consumir libremente), lo que leemos y por supuesto la cuadriculada interacción social digital a la que estamos abocados.)


Me voy a casa porque tengo que estar a las 22, que no puedo ver la luna desde la calle por mi bien.

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