Un buen amigo, que ha llegado a Esa Incierta Edad, me remite a un documental de esos que nos ponen parte del supuesto futuro deseado delante de la cara y nos explota: La teoría sueca del amor.
Y lo que sostiene, con nítida razón, es que eso que llamamos modernidad tiene un poso de soledad absoluta que tapamos con migas virtuales. En realidad él, que es un optimista escondido tras una carcasa de crítica, lo quiere llevar a la necesidad del ser humano de pertenencia a un grupo y que ese grupo es, o debería ser, algo parecido a lo que entendemos como familia. En todas sus variantes. Eso lo dice porque dispone del resultado contrastable de haber logrado uno de esos triunfos llamado Familia. Mas o menos, y ahora que no nos oye, se siente orgulloso de pertenecer a un grupo y que ese grupo sean quienes le acompañan a cenar. Masturbación psicológica en estado puro. O reafirmación. O frases ocurrentes sin continuidad, que le encantan.
Sin embargo, de la misma forma que la definición de familia es variable, el grupo al que cada uno necesita pertenecer cambia con cada cual. Podemos suplir nuestras carencias personales con un club de ajedrez, llevar la camiseta de un equipo de fútbol o jurar que somos militantes convencidos de alguna ideología política. Algunos, de forma inconsciente, necesitan sentir que pertenecen a algo y ese algo les aliena. Recibimos imputs continuos con ofertas de pertenencia: ser de una marca, defender una idea, vestir de una determinada forma. El marketing sabe que el ser humano necesita pertenecer a un grupo y te da opciones aunque te cuesten dinero o amigos, si es que los tienes.
Cuando un ser humano de mediana edad vive ese momento dramático en el que descubre que su vida no va a ser como la película que le emocionó en su adolescencia, se reformula. Ha vivido un desengaño, ha descubierto que no será el personaje históricamente trascendente que soñó o simplemente se ha hecho mayor de golpe. Son esos momentos en los que más de uno vuelve a ser el adolescente permeable que fuimos todos, el cuñado que ha de tener razón por defecto, aquel que te mira con cara de condescendencia cuando le llevas la contraria. Durante ese cambio de carácter la necesidad de una guía es prioritaria y, como los falsos ídolos, algunos se dejan llevar por predicadores. Supongo, porque solamente soy un observador, que es mucho más sencillo ir a la moda (ideológica o de ropaje) que el esfuerzo a largo plazo que tiene aquello de generar unos vínculos humanos.
Si algo tiene de verdad el documental es que la individualidad, que más de uno considera una virtud, lleva implícito un destino de soledad y un incremento del número de personas que encuentran en sus casas muertas y detectadas por el olor. Es muy complicado mantener la cordura cuando queremos creer que nosotros solos podemos con todo. Pero también es complicado aceptar que las relaciones humanas son, por definición, imperfectas. Si algo se extiende como una pandemia es la cantidad de personas que viven en sus almenas esperando que venga a rescatarlas alguien perfecto que, obviamente, no llega nunca. Un bombero con tres carreras y dos máster, que hable seis idiomas. Una ejecutiva lista y culta de largas piernas que se ponga el mono de cuero los fines de semana, siempre soleados, y siga por la carretera en nuestras Harley. Cuando aparece el tipo algo ajado con una licenciatura y solamente dos idiomas, no pasa el corte. Cuando ella tiene bruxismo ya lo la quieres. Somos unos hijos de puta egoístas que queremos mucho más de lo que somos capaces de dar. Eso termina con el licenciado y la bruxista buscando en tinder lo que no existe. Y, como tienen ese vacío de dependencia, se hacen de Podemos, de Vox, de Apple o del Atlético de Madrid. Lo mismo da que da lo mismo. Es tapar. Se detecta fácilmente: defienden irracionalmente a su grupo sin cuestionarse siquiera la verdad del discurso oficial.
El ser humano necesita pertenecer a un grupo. La familia era ( y es) una respuesta pero lleva un esfuerzo que algunos se niegan, en estos tiempos de inmediatez.
La teoría sueca del amor es dolorosa. La teoría española del amor, probablemente más promiscua pero igualmente solitaria, lleva a lugares similares donde separados o desengañados intentan ser quien no son para poder sentirse parte de algo mayor que les defiende, les recompensa, les protege y, si hay suerte, les proporciona satisfacción carnal.
Pero sólo es capaz de protegerte lo que proteges. Solo es capaz de quererte a quien quieres. Solamente es posible crear algo con tiempo, dignidad, modestia y esfuerzo. Y honestidad.
Quizá el principio es ser honesto con uno mismo y dejar de intentar ser quien no somos.
Es mucho más difícil de dar un abrazo de verdad que media hora de sexo incendiario.
Conozco a quien, cuando empieza la conversación, lo único que quiere es vestirse y salir corriendo.
Los grupos de verdad no son rápidos. La modernidad se disfraza de velocidad.
La sociedad sueca, moderna y veloz, tiene un problema. Quizá no es tan bueno lo que viene, multiconectado desde el cubículo de tu casa. Quizá es que a mi, una mujer que jamás admitió que tenía bruxismo, me engañó con un sueco.
"No pertenecería a un club que me admitiese" si es que soy Groucho o si me admite demasiado rápido.
Evolución hacia una vida mejor, ¿o sólo más cómoda?
ResponderEliminarEl ying y el yang presentes. No se vive feliz sólo de autonomía e independencia. Se agradece el que nos lo recuerdes/en Rick ;)