16 de enero de 2019

Reinvención

El domingo fui a casa de un amigo a llevarme unos estupendos taburetes altos para jubilar esas mierdas de Ikea que tenía a tal efecto. Al llegar la casa estaba casi vacía. "¿Qué sucede?"- pregunté. "¿Sabes esas historias de quitarse todo lo material para poder empezar de cero una vida mejor con lo que ya has aprendido?"- me dijo sonriendo. "Claro"-respondí. "Pues eso algo así".

Hay edades que parece que activan el gen de la reinvención. Yo la pasé pero me compré una moto.

Lo primero que hice fue ponerme en la piel del señor mayor que habita dentro de mi y decirle que cual es el colchón que le resguarda si se cae. No hablo, debido a la edad, de ahorros, porque eso es una utopía. Hablo de ir con una trabajo, un lugar donde dormir, una dirección o una sustentación mínima. Rápidamente me comentó que si eso existe ya no hay un salto. Que si cambiamos los algodones de un lugar por algodones de otro, en realidad, siguen siendo algodones que lo único que alteran es el paisaje. "El tipo de "Hacia rutas salvajes""- hice una analogía - "se muere al final". Se sonrió como si aquello fuera un mal menor y la muerte, a los 40, empieza a ser algo que yo no solamente le pasa a los padres de los otros. Tampoco, al igual que me pasa a mi, veo en él ningún miedo a desaparecer.

Entonces le llamaron por teléfono para comprarle un sofá gastado y azul que aún quedaba por ahí. No supe si le vi valiente o loco, si le vi perdido en una cuneta con una mochila pesada llena de ropa gastada. Sé que ya había hecho pequeñas escapadas con billete de vuelta. "¿Alguna vez te has quedado tirado?". "Claro que sí. A mitad de camino en Córdoba y Granada pero al final, porque todo tiene al final una solución, una chica me dejó dormir con ella". "No te engañes"-le dije- "no seremos guapos siempre". Me aseveró que eso sólo me pasará a mi, que sigo anclado en mi zona de confort. Odio esa expresión porque no siempre se está cómodo sintiendo que nada cambia.

Bajamos los taburetes al coche. "¿Hacia dónde?"- volví a preguntar. "No lo sé. Con el dinero compraré una furgoneta y conduciré hacia el norte".

Espero que no llegue hasta Alaska.
Lo curioso de todo esto es que tengo la absoluta seguridad que lo hará. Tampoco sé si es un loco, un desertor o un visionario. No sé si terminará, como sucede a muchos de los que juegan al juego de la aventura, viviendo lo que no querían vivir aquí, allí. Vendiendo algo parecido a la distancia como un triunfo cuando no es más que no aceptar una derrota. No es lo mismo servir hamburguesas con uniforme de multinacional en Praga que en un barrio periférico de Burgos, aunque se parece.

Yo creo que me he reinventado cien veces en  mi misma silla porque hay una canción que dice "de qué me sirve salir de esta inmensa ciudad  si de quien pretendo huir seguirá dentro de mi" pero también hay otra, que se ponía cada día al despertar una aventurera, que dice "necesito saber donde van a parar las noches que me pongo a pensar en esta cuidad, en todo lo que tengo que correr para largarme fuera".

Cada día, desayunando en sus taburetes y desde el domingo, pienso en lo mismo.

Durante un tiempo estuve esperando, ansioso, a que viniera alguien que, urgentemente, diera siete vuelcos a mi vida. Ahora, muchas veces y sin guía, tengo ganas de salir corriendo pero siempre vuelvo a casa, esperando un día en el que me de cuenta que me reinventé. Sin percatarme incluso si al final, el protagonista, muere.

1 comentario:

  1. Qué gran película.
    Lo estremecedor es que, al final, en el largo proceso de su solitaria muerte, tiene una epifanía, en la que cita a Tolstoi y se plantea si realmente hubiera sido feliz renunciando a sus sueños (de grandeza y de soledad) para quedarse con aquella chica que le gustaba y tener una vida normal. Quizá se dio cuenta que las victorias están en las rutinas y que puede que también sea cierto que lo que buscabas lo habías tenido siempre a tu alcance.
    Pero eso son fabulaciones del escritor del libro.
    Qué gran libro.

    Gracias.

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