7 de noviembre de 2018

Demasiado rápido. Demasiado en pausa.

De una manera u otra todos  tenemos miedo de la oscuridad porque no deja de ser un gran espacio lleno de vacío. Así que ante ese miedo saltamos, acelerados,  por el mundo como si hubiera que aprovecharlo todo antes de que se agote. O agotarnos antes de que se acabe el mundo. Leerlo todo, olerlo todo, follarse todo, ver todas las series acumulando las escenas en la cabeza por miedo a no saber responder cuanto te hablen del quinto capítulo de la penúltima temporada, oír todos los discos y tener un argumento para el próximo acontecimiento sesgado y escandaloso. Beber hasta perder el control.

Me dijo: "Ya estoy bien. Me quedé encerrada en casa pero eso ya pasó. Ahora salgo todo lo que puedo y lo intento disfrutar al máximo porque no hay más que una vida y nunca más voy a ser tan joven como hoy. Conozco gente y de vez en cuando , si un tipo me hace gracia, me lo tiro sin  pensar si es lo correcto o si quiero que sea el padre de mis hijos. Si me paro a reflexionar, como hacéis algunos mohínos, se me pasa el tiempo. Ya no estoy para perder oportunidades.". Y sorbió otro trago, me pidió un cigarro y,  quizá sólo en mi cabeza, se quedó a la vista el principio del escote. Sí, sólo en mi cabeza y en uno de esos momentos en los que puedo acertar si digo que hay un tipo con coleta sonriendo falsamente a una morena al final de la barra. Que la caja marca 12,40 del último cobro y que el baño está ocupado. Una de esas imágenes estáticas que vuelan por el local enfocando todo lo que sucede y buscando historias dentro de cada mirada. Es una especie de hipertimesia que dura hasta que lo escribo. El chico de la coleta llevaba un jersey marrón. Yo no soy capaz de recordar el color de mis  propios calcetines mientras esquivo balas en  la azotea de matrix.

Cuántas veces, en medio del cuento, no soy ningún personaje. La sensación esa de no pertenecer a ningún sitio hasta que aparezca la bandada de gaviotas correcta. Y levantarse contra todos.
- Existen una serie de recompensas que creemos que lo son y luego son puñales- acerté a decir mientras ella intentaba que yo fuera absurdo y torpe, bailando canciones infames.

¿Quien sabe lo que nos conviene?. ¿Nosotros? No. Hemos acumulado todos y cada uno de los títulos académicos que tienen los miedos y la inconstancia.. Una vez creímos ser felices,  máster en dejarla ir, y de eso parece que hace muchos años. Una vez sonreímos, cum laude de olas de quince centímetros, en alguna playa y con el sol a las  espaldas. Desperté, honoris causa de los redesayunos, y aún me llena la cara de luz la sonrisa que me encontré delante. Vamos llenando el alma del jubilado que critica la obra sin haber cogido una pala jamás y sin sonreírla aquella vez que, al despedirse, me mandó un mensaje diciendo que estaba muy guapo en medio de la avenida y en moto.

Ella había decidido ignorarlo todo y yo me revuelco en las heces de los fracasos metiendo el hocico. Así que nos despedimos, uno moviendo la cabeza muy rápido para no acumular detalles y otro, que soy yo, buscando en la imagen fija de la madrugada la luz que se queda encendida al final del pasillo para no tropezar con el frío del amanecer.

No sé, ahora, si es más fácil frenar o acelerar. Mi nueva moto corre bastante más pero creo que no estoy más guapo.

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