28 de enero de 2018

Sintomas

De un relato:

"Hay quien cree que los alcohólicos tienen un problema con el alcohol. El problema es saber el motivo por el que se esconden detrás de una copa, saber a lo que no son capaces de enfrentarse. El síntoma es la borrachera. El origen, salvo contadas excepciones, es un lugar del que escapar o al que no llegar. Normalmente el más leve de los resultados es la resaca.

Yo empecé a esconderme en las barras en las que algún camarero amable me volvía a servir otro combinado dándome la razón en todo y con la única preocupación de que dejara el dinero para la caja. No era alcohol sino todos y cada uno de los lugares en los que, quizá, alguna vez había sentido calor, un espejismo del que era consciente. Falta de necesidad de proyectar nada más allá de las tres horas siguientes. Me acurruqué en alguna voz de la que, según las normas no escritas,  había que marcharse sin obligación de volver cuando la habitación aún está caliente. Un lugar donde no hace falta fumar porque sé que después, al volver abochornado hacia mi coche con la falta de prisa que dan esas horas que hay entre la noche y la madrugada, puedo fumarme un cigarrillo despacio y tirarlo contra la acera sin sentir la mirada inquisitoria de otros transeúntes.

No me acosté con nadie, si es que eso me libra. Pero busqué refugio y eso es una forma de infidelidad, supongo."

27 de enero de 2018

Armarios y penaltis

Cada vez que, frente a la barra de un bar o con el frío que lleva el final de enero en la piel, un grupo de indignados ciudadanos se queja amargamente de los problemas globales buscando solución imposible pero muy dramática a lo que creen que son sus problemas, me pregunto cuales son en realidad, cuales son los miedos o los infiernos que les aquejan.

Estoy convencido, pero es una apreciación general, que el calentamiento global o que la situación sociopolítica del Congo les tiene ocupados pero que la realidad es que tienen miedo al frío, a que la calefacción no funcione o que al llegar a casa su pareja les diga,  con cara de haber perdido la final de la copa de europa en el último minuto, que ya no les quiere.

Y eso es el problema real aunque no se habla de ello con un vino en la mano. Quizá porque hemos aprendido a esconder lo que nos da miedo. Los fantasmas se quedan en ese armario que nunca nos atrevemos a ordenar.

Y mientras vamos leyendo la prensa, preocupándonos por quien  sale de titular el domingo, haciendo trabajos que en muchos casos no dejaran un poso de mejoría en el mundo, saltando por los taburetes de los bares o planificando viajes en los que no veremos el camino sino solamente el destino, mientras criticamos sin creatividad o repetimos argumentos de otros, lo nuestro va cogiendo polvo.

Porque la gran enfermedad que tenemos todos es el miedo a mirar dentro.
Y a aceptar que algunos de los problemas que realmente nos asustan no tienen solución.

Si no vuelve, si no hago ese gran libro, si sigo sintiendo el desamparo de no tener refugio, si no llego el primero en la carrera al sprint  o si el agua de la ducha sale fria no pasa nada. Pero es mucho más importante que lo que pone en los periódicos porque es la vida que me toca vivir.

De eso hablo en los bares pero no me escucha nadie porque el último penalty en el enésimo partido del siglo, dicen que fue injusto.

Y pasa el tiempo.
Llevo tres  años limpiando el armario y siguen saliendo cosas.

Dice la canción: "Revela tu fragilidad. Revela una señal real de vida. Va a ser así. Va a ser aquí. Va a ser ahora"

5 de enero de 2018

Regalos imposibles

Si tuviera que esperar regalos sería algo intangible.

No es que lo tenga todo pero es donde noto un espacio de vacío algo más intenso. Quiero el runrún dentro del estómago por la ilusión, por saber que será bueno pero no exactamente el qué. Poderme quejar por tener que hacer algo que parece que no quiero pero que en el fondo deseo. Seguir los mapas porque me quedé sin brújula hace tiempo. Dormir como si todo estuviera en orden o como si el calor fuera un lormetazepan gigantesco. Que los niveles de serotonina tuvieran el ciclo de la calma y de las emociones compartidas. Que el futuro fuera un espacio imposible al que llegar desnudo y sin vergüenza, dispuesto a permitir que suceda lo que suceda y aceptarlo sin esa tendencia a razonar las cien mil formas en que pudiera ser mejor.

Que me encuentre un ojeador al que obedecer siendo libre.
Que haya un premio por ser yo y sentir que mereció la pena soportar los temporales.
Que vuelva todo lo que perdí o que aprenda a no echarlo de menos todas las veces.

Quiero no tener miedo a sacar lo que voy acumulando dentro y, si es posible, una especie de guía. Los fuegos artificiales explotan sin control y por eso se ponen en un conducto que los eleva al cielo.

Allí. E incluso en el fin del mundo.
La única mochila que me queda es la que hagamos.

Los día de reyes son días raros. No creer en la magia no implica buscar, como un tonto y al llegar al salón, si hay algo esperando. Perenne, irracional, intangible.

Queridos reyes: don´t leave me high, don´t leave me dry.