"Hay quien cree que los
alcohólicos tienen un problema con el alcohol. El problema es saber el motivo
por el que se esconden detrás de una copa, saber a lo que no son capaces de
enfrentarse. El síntoma es la borrachera. El origen, salvo contadas
excepciones, es un lugar del que escapar o al que no llegar. Normalmente el más
leve de los resultados es la resaca.
Yo empecé a esconderme en las
barras en las que algún camarero amable me volvía a servir otro combinado
dándome la razón en todo y con la única preocupación de que dejara el dinero
para la caja. No era alcohol sino todos y cada uno de los lugares en los que,
quizá, alguna vez había sentido calor, un espejismo del que era consciente.
Falta de necesidad de proyectar nada más allá de las tres horas siguientes. Me
acurruqué en alguna voz de la que, según las normas no escritas, había que marcharse sin obligación de volver
cuando la habitación aún está caliente. Un lugar donde no hace falta fumar
porque sé que después, al volver abochornado hacia mi coche con la falta de
prisa que dan esas horas que hay entre la noche y la madrugada, puedo fumarme
un cigarrillo despacio y tirarlo contra la acera sin sentir la mirada
inquisitoria de otros transeúntes.
No me acosté con nadie, si es que
eso me libra. Pero busqué refugio y eso es una forma de infidelidad, supongo."