El año pasado me preguntaban, a mono de ceremonial, qué es lo que esperaba del 2017. Puse cara de intelectual seis décimas de segundo. "Espero- dije- que aprendamos que el que no piensa como nosotros es una persona y no un adversario". Me equivoqué.
Ahora, en pleno proceso electoral catalán (que es uno de los ejemplos de la sinrazón más absoluta en la que estupidez propia termina dañando a uno mismo y a su entorno), he llegado a la conclusión que el problema es mucho más profundo.
Lo es porque ahora, a finales del año, no es que hayamos hecho el esfuerzo de ver a quien no piensa como nosotros como otra persona o incluso el enemigo, si es que seguimos siendo el mismo gilipollas del año pasado. Lo es porque hemos logrado algo tan espectacular como llegar a la conclusión de que si la otra persona es del PP, de CiU, Podemos, ERC, PNV, negro, moro, de windows, mujer, hombre, alto, blanco, PSOE, C´s o del Madrid... entonces ya da lo mismo lo que diga porque está vetado a priori.
Y lo curioso,lo más grave, es que si uno de los que consideramos de los nuestros repite que la tierra es plana, pues nos lo creemos y lo defendemos hasta subidos en la estación espacial internacional o a lomos de la estrella de la muerte.
Que el forofismo futbolero o el marketing más falso haya llegado a nuestros bares y a las cenas de navidad sólo certifica que hemos ido a peor y que, por supuesto, los propósitos no se cumplieron.
Lo bueno de expresar propósitos al tiempo que se degluten uvas es que, al menos, te quedan otros once que, quizá, es posible que se hayan cumplido.
ResponderEliminarGracias.