2 de diciembre de 2017

El pegamento mental de la superstición.

Uno de los elementos que potencian algo tan tonto y vacuo como es la superstición resulta de la capacidad innata del ser humano de coger dos elementos que no tienen nada que ver y asociarlos. No sé, que un perro se rasque detrás de la oreja y que llueva. Entonces alguien dirá, disfrazado de coach o de chamán, que si queremos hacer llover hay que conseguir que a los perros les piquen las orejas. Luego, curiosamente, se reirán de los devotos que rezan a la virgen.

Lo desconcertante es que lo mismo que lleva a la superstición más escandalosamente imbécil también es el origen del método científico. Es decir, que alguien, en algún lugar del pleistoceno, se dio cuenta que las cosas redondeadas se movían con menos esfuerzo y entonces inventó la rueda. O, para ser más exactos, que comiendo naranjas los catarros duraban menos y a su superstición la llamó vitamina C.

A veces un mismo origen da lugar a prácticas humanas despreciables y a grandes avances científicos. Todo depende, parece, de cómo se tenga en cuenta. También depende del discurso novelado de la historia, de esa tendencia a meter dentro del mismo guión componentes de películas diferentes. Eso es algo para lo que algunos tenemos tendencia innata porque vivimos en el mismo drama la lluvia de las mañanas, el soplagaitas que se cuela en el atasco, la chica que se acercó con buenas intenciones pero por el flanco psicótico equivocado y el perro mugriento que quiso orinar en la esquina que nos quedaba cercana y, después, hizo ese gesto de tirar tierra encima sin darse cuenta que estaba rascando el asfalto.

La inmensa mayoría de las ocasiones no son más que hechos diferentes que juntamos con pegamento mental para generar conclusiones erróneas.

Una enseñanza pendiente -me dijo ayer Blas de Lezo disfrazado de psicólogo amistoso- es aprender a dividir los pequeños componentes para descubrir que no tienen nada que ver entre si. 

Tú tienes alma novelesca -continuó sin ningún cuidado por mis entrañas- y te equivocas al creer que todo tiene que ver con la misma historia. Son elementos separados.

Y yo me quedé pensando que dentro de mi propia historia los elementos se entremezclan. Que la perdí todas las veces que, al volver a casa agotado con la pelea de la consecución de mis sueños personales, no supe hacerla sentir tan especial como era en realidad. Que me perdí en el tiempo en el que no fui capaz de dejarme caer por miedo a los golpes que ya me había dado otra parte de la vida. Que el frío me bloqueó las manos, se me cayeron los vasos y, como si fuera la teoría del caos, llegué tarde al nuevo episodio que me guardaba oculto el destino. Que cuando llueve me duele la rodilla porque me caí de la moto haciendo el gilipollas detrás de un repartidor con prisa. Entonces es cuando llego a la conclusión errónea que si me duele la rodilla es que va a llover. Y soy supersticioso como mi abuela, que decía lo mismo. Tonto y vacuo.
Después pensé que más de uno cree que si no llueve es culpa del gobierno porque con éste gobierno llueve menos que con el anterior.

2 comentarios:

  1. Solemos preferir las respuestas de una fantasía hermosa a las de una realidad que desconocemos. Sin embargo ese modo de ver las cosas es paradógicamente más acertada cuando lo haces desde una perspectiva desenfadada, que supongo que fue lo que llevó a Freud a asociar neurosis y afectividad o a Newton manzana y gravedad.

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