3 de septiembre de 2017

El efecto inverso de los titulares dramáticos.

"Es un atentado contra los derechos fundamentales de la libertad del individuo"- grita un adolescente y, en realidad, lo que sucede es que tiene 13 años y lle han castigado por llegar a casa borracho a las tres. Pero claro, si se oye desde fuera parece que le han encerrado en un arcón seis meses metiendo un tranchete por la rendija los días impares.

Nos encanta ser dramáticos.

Y  probablemente no es un tema de ser dramáticos por un ansia de titular o porque creamos que hay una apocalipsis detrás de lo escandalosamente excepcional que nos ha sucedido sino porque es una manera de llamar la atención como el niño que llora desconsolado cuando, en verdad, lo que quiere es una mierda de helado.

Pero, joder, decir que "la inhumana explotación laboral de un sistema capitalista" es mucho más escandaloso que reconocer que tu jefe te dice que en tu turno no lo dejes vacío para irte a mear porque estás en el control de pasaportes de un aeropuerto y los aviones no van a salir dependiendo de los caprichos de tu vejiga. Decir "el gobierno financia las armas con los que los terroristas nos matan" resulta curioso si trabajas para una empresa armamentística con sede en Cataluña que es, detrás de Euskadi, el principal fabricante de armas español. Hablar del "secuestro institucional por parte de los mecanismos gubernamentales" es una broma cuando lo que pasa es que tú lo harías de otra forma, secuestrando a tu manera. Una vez, a altas horas de la mañana, la chica que estaba conmigo recibió un par de mensajes. Le dije, con un poco de humor y curiosidad, que si era un mensaje de un hombre era mas que probable que estuviera interesado en sus turgentes pechos. "No es importante"- respondió dejando el teléfono a un lado. Volvió a sonar. "Es un tipo"- dije. "Si quieres vemos la carpeta de "sent" del whatsapp y te digo lo que es"- continué sabiendo que ahí hay una copia de lo enviado. "Fue sólo una vez"- dijo. Y yo opté, cornudo y apaleado, por marchar. Ella se puso entre la puerta y yo. Me quería ir del lupanar en el que se había convertido aquel lugar para mi cerebro. No me dejaba queriéndome dar explicaciones que, en ese momento, no tenía ninguna gana de oír. "Ahora resulta que no me puedo ir después de que te hayas estado comiendo una polla como una campeona. Anda, cabrona, déjame salir"- dije retirándola sin ninguna furia. Salí de allí y me mandó un mensaje, antes de llegar al coche, diciéndome que "te voy a denunciar por maltrato y amenazas" cuando, joder, el cornudo era yo. Afortunadamente, por lo irracional, no pasó pero no pude salir de mi asombro porque "maltrato" es una palabra que debería estar prohibido usar sin permiso y castigado si se usa sin rigor.

Si nos fijamos en la prensa todo son récords. "El más grande incendio", "El jugador que más veces ha sido convocado representado a equipos diferentes", "la inundación más dramática", "el año más caluroso (si contamos los días impares)", "el accidente más grave", "el mayor desastre". Además casi siempre son cosas malas. Desastres, guerras, dramas. "El fenómeno de despoblación más grave".  Ya no va a gritar,. el pastor, que viene el lobo sino que "la industria de la carne, sin sentimientos ni solidaridad, arrasa con los flujos de alimento humano sustentadores de las economías rurales del país". ¿Qué se consigue con tan exageración?. Que los récords de verdad, que los problemas ciertos , que los verdaderos damnificados por las injusticias no sean valorados. Cada mujer que utiliza las leyes que defienden a las mujeres maltratadas para acelerar su divorcio, cada inmigrante que habla de persecución política para acelerar su integración, cada trabajador que habla de condiciones infrahumanas para que le pasen de pagar 3000 a 4000 hace mucho daño a los niños esclavos que cosen por un euro para las empresas textiles, a los inmigrantes perseguidos, a las mujeres maltratadas. La mayoría de las exageraciones dramáticas que oímos cada día esconden un punto de egoísmo infame que, cuando se simplifica el mensaje, deja en evidencia al emisor. Pero como no nos gusta ver más allá del titular, queda poso.

Y luego llega una mujer, con cicatrices, a una comisaria llorando y diciendo que su marido no la quiere. Y resulta que no la tienen en cuenta porque usa la palabra amor y no agresión, porque no dice la palabra mágica del maltrato aunque sea obvio que lo es. Aunque le apalee a un hombre de 50 kg su mujer de 100kg que reparte hostias como panes ya no es impactante. Es una pena que, después de todo, tanto titular dramático falso lo que hace es tapar los dramas de verdad, que los hay y muchos. Puede que las injusticias ciertas no se proclamen como los penaltis no pitados del equipo contrario, "la mano negra en el fútbol" se oye más que la mano negra de nuestra conciencia.

Es un efecto inverso bastante perverso.

Pero es.

Y yo desconfío de los que viven la vida en un charco de dramas que cuando se escarba un poco, no lo son.
Son estúpidos peligrosos. Quizá deberían saber lo que es, en verdad, aquello que gritan que les pasa. Una buena colección de hostias a quien se invente las agresiones, hacer autónomo a algún funcionario que habla de discriminación, que le den mierda para comer al que diga que la comida es una mierda.

Una vez oí a una chica decir que era una vergüenza que su primer coche fuera un golf de segunda mano, que era un ejemplo del resquebrajamiento del estado del bienestar. Y se quedó tan ancha.

2 comentarios:

  1. Hay que dramatizar para pertenecer a tu entorno, hay que reirse de los dramas para cambiarlo... No sin antes ser dramáticamente tachado de insensible, hipócrita o intolerante. Menudo drama.

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  2. Hace poco oí a alguien decir que vivimos en una época en la que cualquiera se cree Rosa Parks por el hecho de quedarse sin postre...
    Pues eso.

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