Los seres humanos somos cobardes cuando nos bloqueamos en el muro incierto de las decisiones. Somos estúpidos cuando nos dejamos llevar por algunos impulsos. Vagos, cogiendo la comida en el supermercado del estante que se encuentra más cerca de los ojos en vez del inferior. Torpes, excusando errores obvios. Y primitivamente incautos cuando consideramos que somos capaces de proezas divinas.
Las cuerdas que nos sujetan a la vida, supuestamente basadas en la razón y la ciencia, en lo lógico y en el orden, cada vez se van llenando más del moho de las emociones que son, al fin y al cabo, la nueva droga legal distribuida por los camellos de la publicidad y el escándalo, por los yonkis del periodismo y la conspiración, por la lencería mentirosa que arrastra hasta la pared antes de descubrir algunas falsedades pero que entonces, como un voto en un programa electoral imposible, ya ha cobrado su tasa.
No hay anuncios que hablen de las ventajas de un vehículo sino de la emoción de conducirlo. No hay canciones de rutina agradable sino de despechos y de pasiones. No hay política que parta de una situación real caminando por intentos lógicos de solución sino venganzas y escándalos casi como una denuncia de haber pagado a un árbitro para no pitar un penalti. El árbitro no se equivoca, se corrompe. No hay una posición entre "te quiero" y "espero reírme cuando te hundas". Abstemios o borrachos. Ola de frío polar o calor sahariano. Familia feliz o divorcio. Frígida o puta. Machista o calzonazos. Ganar o perder. En los deportes modernos el empate es un sinónimo de aburrimiento.
La emoción, en cualquiera de sus direcciones, parece ser la nueva necesidad. Sin emoción, sin correr desnudos por la playa, sin una tarde lluviosa en la que la ves de la mano de un tipo más guapo en Gran Via, sin un mitin emocional y con contenido discutible o sin una entonación que haga de ese dato un escándalo parece que no ha sucedido nada cuando, sin embargo, siempre suceden cosas. Y cuando suceden desde la calma es cuando, probablemente, se quedan. El resto son emociones que duran lo que dura un anuncio: 20 segundos.
Así que ahí estamos, cobardes , estúpidos, vagos, torpes o incautos, expectantes ante la nueva montaña rusa. Pagando nuestro billete para muchos viajes cortos que nos devuelven al lugar de partida porque alguien nos ha convencido que es, subidos en la atracción, donde reside nuestro bienestar. Altera los niveles de serotonina como sus caderas haciendo un arco, como su culo bailando sin camiseta buscando la ropa o como sus gritos, ahogados o directos, convertidos en flechas con las puntas impregnadas en dosis de pasión o desprecio que nunca esquivamos.
Caemos en el discurso del político justiciero o del perseguido por el poder, creemos sentir la chispa de la vida que nos quite el óxido de una rutina inexistente, somos perros encharcados ante pequeños dramas y buscamos la conspiración cuando la sinusoide de la verdad no tiene una gran longitud de onda.
Sin pensar, porque es menos divertido que sentir, aunque ya de igual lo que se sienta y solo se busque sentir violentamente.
Somos porosos porque no nos dijeron que aquello, de una forma desmedida, nos convertía en clones impersonales de lo que se supone que teníamos que ser. Nuestra debilidad y necesidad es un caldo de cultivo para los mensajes publicitarios, amantes o amistades perdidas que nos prometen sexo, subvenciones, coches, teléfonos, ropa limpia, amor infinito, drama descarnado, venganza o subversión a cambio de monopolizar ese pequeño temblor que aparece cuando se descubre, en la intimidad, que se es humano.
Clones emocionales. Marionetas con hilos de moho. Votantes. Despechados. Enamorados. Fachadas o escondites.
Afortunadamente somos clones emocionales y de ahí nuestra supervivencia. El miedo, la tristeza, la rabia, la ternura, la alegría, la seducción... "nos transmiten un mensaje, condicionan los razonamientos, nos predisponen para la acción, afectan a nuestras decisiones y abren y cierran posibilidades". La emoción, como el moho, es vida. Y es cuando entre ellas aparece la calma, controlándolas y evitando que esas emociones se conviertan en estados de ánimo fosilizados cargados de experiencias y juicios cual moho putrefacto y húmedo, cuando llega la verdadera estabilidad y pasan las cosas que se quedan. Parar a tiempo, respirar, recolocarse, mirarse, reconocerse y saludarse para poder continuar. Observar una emoción, dejarla fluir para escuchar lo que dice y así encontrar el camino para recorrerlo, ya desde la calma. La emoción abre el camino. La calma lo sostiene. La razón, la ciencia, el orden y la lógica lo facilitan.
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