-Ya tengo bastante con mi mierda como para tener que lidiar con la tuya sin red ni paracaídas.
En realidad es ese salto evolutivo que se da cuando la madre descubre que su niño ya puede ir al baño solo, y limpiarse.
En un determinado punto de la escala de atención en los restaurantes existe un lugar en el que el camarero parece tener la obligación de ir a la mesa para preguntar si está todo a su gusto. Desconozco el motivo por el que alguien pensó que aquello era grato para el comensal. Por una parte, casi con la boca llena y cortando de cuajo la conversación (que puede llegar a ser más o menos interesante), parece que existe la obligación de decir que todo está bien porque deseas volver a la comida o a tu interlocutor. Por otra, casi como si hicieran un quite en medio de la plaza, dan ganas de pedir papel y bolígrafo para enumerar, uno por uno, todos los errores del menú empezando por la temperatura de la vichyssoise y acabando por el coñazo de camarero que no deja comer en paz.
En cierta ocasión pregunté a la camarera, cuando sirve el vino y se queda esperando la confirmación de su buen sabor, si alguna vez le habían comentado que ese vino era una basura momumental. -Nunca- respondíó. Quien estaba conmigo asintió y sonrió, aceptando que el vino era de su agrado. -¿Qué tal está el vino?- pregunté al irse la camarera. - Bah, bien- dijo con desdén. -Haberlo dicho, gilipollas- pensé sin verbalizarlo.
Es un ejemplo de la incapacidad de verbalizar algunas cosas y verbalizar, que es parte de la diferencia evolutiva con otros primates, solamente ayuda a que las cosas sean mejor aunque, por supuesto, depende de que se pueda verbalizar con cerebro.
Es, en definitiva, una de esas actividades, como la sinceridad, que no consisten en soltar por esa bocaza cualquier cosa que se nos ocurra. La sinceridad de verdad parte de un pacto de no agresión con el contrario. Convertir en palabras los deseos, los anhelos y los miedos, es un arte que medianamente llevado sólo puede traer bienaventuranzas.
Y requiere un esfuerzo.
En esta sociedad llena de vagancia, de whatsapps, de segundos sentidos, de partes de la comunicación castradas y de palabras cortas, de abreviaturas y de sobreentendimientos absurdos, la verbalización se va muriendo. A veces "echemos un polvo" significa "tengo ganas de un abrazo tuyo" porque se pasa más tiempo abrazando que follando. A veces "tomemos un café" es un café y otras es un "me faltas". Son, simplemente, complejidades añadidas.
Y nos pasa lo que nos pasa, como un bloqueo al no ser capaz de verbalizar lo que nos sucede porque alguien no supo lidiar con nuestra mierda sin red, paracaídas o paracaidista. Tenía bastante con la suya. Necesitaba oirte y escucharte para hacer un hueco para las dos.
El camarero se marchó creyendo que todo estaba bien y nunca volvimos, quizá, a aquel restaurante.
Pd: "Lo que quieras, pero hablemos" dice la canción. También dice "Hablas para no oirme. Bebes para no verme".
Desde que me remitieron al capítulo 22 de Rayuela, lo veo en todos sitios.
ResponderEliminarOh
EliminarSi no lo digo, reviento.
ResponderEliminarEn realidad, cobarde declarado, tomo las palabras de Robert Louis Stevenson y, haciéndolas mías, declaro:
"Ahora sé que al volverme conservador con los años estoy pasando el ciclo normal de cambio y recorriendo la órbita común de las opiniones humanas. Me someto a ello como me sometería a la gota o a las canas, como algo concomitante de una edad más avanzada o, en todo caso, de la mengua de pasión animal; pero no me parece que sea necesariamente un cambio a mejor: me inclino a creer que, lamentablemente, es a peor. No tengo posibilidad de elegir en este asunto y no puedo oponerme a esta tendencia de mi ánimo, como tampoco puedo impedir que mi cuerpo empiece a vacilar y deteriorarse".