2 de septiembre de 2014

Fans

Vuelve la televisión de diario, esa que se repite y que parece la misma. Sale Pablo Motos bailando y con cara de payaso al que le acaban de blanquear los dientes. No encuentro el mando a distancia para cambiar de canal, tampoco para oír las críticas humorísticas de Wyoming (o algún equivalente menos ocurrente del bando contrario) tirando a dar contra todas las sociedades (menos la que le paga el sueldo para pagar menos impuestos) a base de guionistas que se están dejando coleta y se molan frente al espejo cuando se carga la batería de su iPhone.

Me pregunto si, entre el público, hay alguien que no se ria de todos y cada uno de los chistes. Estoy pensando si acaso hay algún fan de uno , del otro o de Shakira, que sea capaz de decir que este disco o aquel programa fue, realmente, una basura. Un dios del Olimpo de la música como es Bruce Springsteen va a publicar un cuento infantil y sus fans están como locos cuando nadie sabe si es un buen escritor de la misma manera que Houllebelleq estoy convencido que sería un horrendo rockero.

¿Por qué parece necesario tener la conciencia de que lo que es bueno (para uno) lo tiene que ser siempre y lo que es malo nunca tiene remedio?. Bankia siempre serán unos ladrones, ikea está a la vanguardia del diseño y, la mentira más flagrante, Mediamarkt es barato. 

Como más veces se ha demostrado las compañías, el marketing, los bancos, las productoras de televisión e incluso los partidos políticos quieren fans. Supporters no: hoolligans. Alguien que este dispuesto a partirse la cara contra quién no piense como la empresa, el artista o el sistema operativo.

Algunos tuvimos el sueño de que la reciente historia del mundo nos permitiria, como consecuencia de haber aprendido que el consumo no es infinito ni provechoso, pensar diez segundos antes de ceder a los estímulos facilones de los publicistas. Quisimos creer que se iba a comparar antes de comprar, que se iba a razonar antes de elegir canal, disco o tendencia política. Una día soñamos con una sociedad que había hecho suyas la inteligencia y la solidaridad.

Nos despertamos, con ese entumecimiento muscular que tienen las mañanas, sorprendidos cuando tres opiniones de internet, dos bulos o seis medias verdades, matan a grandes productos o ensalzan a mediocres. Se nos olvida que solamente un 1% de los usuarios opina en eso que llamamos la democracia de la red. No caemos en la cuenta que tu frutero no tiene contratados a diez tipos votando en internet y El Corte Inglés posee cientos de perfiles falsos.

Y, aún así, hay quién necesita ser fan. Fan de tu marca de teléfono, del último mainstream, de la nueva o la vieja red social, de tu próxima pareja o de un reality. Fan de un líder político, diciendo que si a todo lo que diga  como quien cree que Prince, que es un genio, ha cagado oro todas y cada una de las veces que ha tocado un instrumento. Obviamente no es verdad y el chico es un superdotado como lo pudo ser Michael, pero nadie acierta siempre.
Yo no acierto siempre, claro que tampoco tengo fans. Será porque soñé con ser reconocido por lo que hago y no por la manera de venderme.

El fenómeno fan se suponía que se iba con la pubertad pero madurar parece que no está de moda y algunas jubiladas, en vez de tirar sus sujetadores a sus artistas favoritos, te cuentan que están enganchadas al Facebook, que sólo van a restaurantes de más de cuatro estrellas en tripadvisor y te dicen que todos sus complementos son de Uterque. No te dicen si son bonitos o feos, te cuentan la marca, las estrellas o las veces que pusieron "me gusta". Los buenos videos son los que tienen más visitas y recitan como verdades lo que son solamente eslogans.
Y, por supuesto, que les hace mucha gracia Pablo Motos o a quien tengan a bien de adorar como sus nietas hacen con One Direction.

1 comentario:

  1. El camino que lleva desde un fan hacia un fanático se dibuja, siempre, sobre un plano inclinado.

    Muy inclinado.

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