-Las cañerías, desde hace unos días, huelen.
Esa es la principal queja (muy habitual e implícitamente recriminando a la higiene de los vecinos) de la vecina del tercero en la reunión de comunidad que tenemos cada seis meses en la primera planta del garaje. Lo del garaje, en contra de hacerla en el portal a la vista de todos los viandantes, es un paso en lo burgués que está por encima de la plebe y por debajo de los que hacen las reuniones de comunidad en el jardin común, por skype o mandando a los abogados.
-Eso del olor es normal. Ya sabemos todos que hay viento sur- afirma otro vecino mientras se apoya en la pared. Yo me sorprendo. -Claro que si, eso lo sabe todo el mundo- sentencia un tercero. Ante tanta rotundidad decido callarme.
Con esa idea a modo de recuerdo desconcertante en la cabeza he llegado al trabajo. -¿Sabíais vosotros que con viento sur huelen más las cañerías?- he preguntado. -No , no lo sabía, pero cuando hay viento sur el Athletic juega peor-. Y me he vuelto a callar porque no encontré, ni siquiera en la wikipedia, una correlación causa efecto.
Existen correlaciones que están comunmente admitidas y carecen de toda lógica. Voy a imaginar: los curas son pederastas. Los ricos son de derechas. Las que hacen top less son fáciles ( esta es mentira, tengo pruebas). Los pobres lo son por culpa del gran capital. Las portuguesas no se depilan. Los árabes son los únicos hombres que no aman a las mujeres.
En realidad todo resulta de la generalización de algún arquetipo que, casi siempre, no nos incluye a nosotros.
Una de las cosas que tiene la prensa y su necesidad de conseguir fanáticos que sientan calmados sus miedos es que va buscando un hueco en el que poder plantar sus huevos de la radicalidad. Por alguna razón, probablemente comercial, interesa establecer un estado de opinión repleto de alteración. Da lo mismo que sea verdad. Tiene que ser un escándalo. Aquella familia que escandalizó a España por tener que comer productos caducados para terminar muriendo resulta que, y ahora viene la verdad que no fue portada, falleció por un escape de gas.
Conocí a una mujer, fantástica por cierto, que oscilaba entre el amor incondicional y el odio sangriento. Los viernes me amaba y los jueves me juraba que llamaría a algún amante que la quisiera de verdad y no con el desprecio que sentía de mis gestos. Los martes me echaba de menos como si le faltara un brazo y los sábados, algunos sábados, recriminaba con saña que no tuviera tiempo para ella hasta las diez porque las diez era demasiado tarde para tanto amor. Pasaba de un extremo al otro, pero siempre en algún extremo. Era lo mismo que hacer zapping entre laSexta e Intereconomía, entre la Cadena Ser y la Cope.
Todos tienen sus relaciones causa-efecto perfectamente marcadas, aunque no sean verdad. Si lo dice Rajoy es mentira. Si lo dice Rouco Varela, es palabra de Dios. No hay hueco a la falta intencionada si la hace el jugador de mi equipo. No hay lugar a quererse y no verse u odiarse y dormir abrazados. -Si me quieres, es para todo- te dice tres segundos antes de reclamar la lógica amatoria de tener tu clave de facebook. No es capaz de comprender que la clave de mi correo y el amor son dos conceptos diferentes. Hay quien no es capaz de entender que un Catalán no sea un dibujo animado con las conexiones cerebrales de Arthur (leer !Ar!,túr) o que un sindicalista no sea un barbudo de dientes sin arreglar que roba del Mercadona. Los debates futbolísticos son ejemplos balompédicos de la realidad social y política española donde se puede estar discutiendo horas sobre una mala zancadilla o un piscinazo pero nunca sobre la estrategia del equipo rival. Mucho menos alabando.
Hace tiempo que la verdad pasó a un segundo lugar en cuestiones públicas. Eso sucedió veinte minutos después de descubrir, con los índices de audiencia, que una buena y escandalosa mentira logra más anunciantes.
Así que ahí estamos, buscando algún tipo de extremo en el que posicionarnos. Algunos, que ven en la intimidad 13tv, juran que adoran laSexta. Otros, que creen que la verdad solamente está en aquellos lugares que les dicen lo que quieren creer, abren los ojos ante la inquisitora de Ana Pastor contra algún poder establecido mientras Wyoming factura a través de una sociedad, que es lo que hacen los de derechas.
El problema no está en el bombardeo interesado de titulares. No está en (obsérvese el segundo sentido) que nos den La Razón, como a los tontos.
El problema está en que parece que existe la necesidad social de posicionarse, de adoptar una fe periodística que seguir ciegamente, como a Dioses que nos lleven por el desierto de las crisis.
Y, mientras tanto, mientras buscamos ese extremo de amor o de odio, se nos olvida buscar la verdad.
Será que eso es mucho más cansado y nos hemos vuelto incapaces de pensar.
O eso, o es el viento sur. Tengo tantos vecinos que juran que es por eso que me da miedo elevar la voz para decir que no estoy de acuerdo.
La verdad es que yo sigo este blog.
ResponderEliminarAunque no entienda todo lo que dice.
Pero releo lo que yo mismo he escrito y tampoco entiendo (todo) lo que en algún momento quise decir.
Seguir a alguien (a ciegas) sólo te garantiza que nunca llegarás el primero.
(((Estoy leyendo a Thoreau y me arde la cabeza)))
Jajaja. Creo que el viento sur era atenuante en el fuero viejo de Bizkaia. Aunque quien sabe. Lo mejor: http://eltrasterodepalacio.wordpress.com/2011/09/06/el-viento-sur-el-viento-loco-la-salud-y-el-efecto-foehn/
ResponderEliminarSobre todo cuando dice: se solía achacar que el Athletic de Bilbao siempre que jugaba en San Mamés con viento sur perdía o lo hacía muy mal. Luego hubo una época en que siguió pasando lo mismo y poco importaba el viento que hacía.