Contaba mi hermana que en cierta ocasión me vio caerme de la bicicleta. Debí de quedarme sorprendido y atontado, que es como cuando aún no has asimilado lo que te ha llegado a pasar, con la rueda de atrás girando en el aire, el manillar torcido y la rodilla en el suelo. Se supone que miré alrededor hasta encontrar una cara que me mirase y entonces, solo entonces, empezar a llorar de una forma desconsolada, que es como lloran los menores antes de creerse adolescentes.
No acrecenté mi daño hasta que no tuve con quien hacerlo y en ese momento era el daño más grande.
Después, bastantes años después, me rompí los ligamentos del tobillo con furiosa cólera baloncestística y llamé a mi madre desde el hospital para decirla que no iba a ir a comer porque tenía una pequeña complicación. No subí el tono, no gemí, ni siquiera me quejé. Sin embargo fardé como nadie de escayola al volver a clase un par de días después y creo que contaba, delante de mis compañeras, casi como si fuera una cámara lenta el momento exacto de la lesión porque aquello, incrementado y exagerado hasta el punto de un salto deportivo digno de Oliver y Benji, era la manera de captar la atención adolescente equivalente al llanto de la infancia.
En el fondo remite a una extraña necesidad humana de sentirse adorado, como la canción de los Stone Roses (en la versión de Raveonettes)
Reconozco que ahora que se supone que soy un adulto pertenecía a aquellos a los que les gusta adornar las verdades (que no inventarlas) y estoy convencido, quizá por producto de la mera observación, que hay un determinado tipo de personas que necesitan que aquello que les suceda sea siempre extremo y exagerado, como si la cotidianeidad fuera algo de perdedores.
-Cuanto tiempo. ¿Qué tal estás?- es una frase de inicio- Me casé con el hombre de mis sueños y compramos un monovolumen de última generación con el que llevamos nuestros bellísimos hijos a recorrer Europa pero él me abandonó por una tragadora de sables noruega que estaba en el Circo del Sol y tuve que aprender a conducir en Praga, donde me enamoré de mi profesor de autoescuela (que tenía cinco másters en astrofísica) y con el que volví a casa, motivo por el cual los niños hablan seis idiomas y sacan muy buenas notas. ¿Y tú?- . -Yo... tengo una lesión en el hombro- respondes mientras piensas que un "estoy bien" hubiera sido más adecuado y que todos esos detalles eran innecesarios.
Cada día que pasa y que empiezo a dejar de adornar las cosas me parece más absurdo esa querencia a que todo sea un drama o un triunfo. Empiezo a denostar como si fuera una epidemia los ejercicios de detalle de la vida de los demás. Creo, y no supongo que me equivoque demasiado, que es el mismo llanto que tuve el día que me caí de de la bicicleta. Yo no hubiera llorado, de la misma forma que no me hubieran contado tanto dato inútil, si no existieran los espectadores.
Ayer, después de terminar de lesionarme como un inconsciente, me preguntaron sobre los viajes que había hecho con la moto. Pensé con rapidez en relatar las carreteras largas y el calor de Castilla en Agosto, las noches por la nacional I en obras y las averías, la lluvia en la visera o lo despacio que se sube el puerto de Guadarrama con una 125cc con 40mil kilómetros. -Me gusta mucho viajar en moto- dije acariciando el depósito. No me hizo falta decir más. Si lo hubiera exagerado sería menos cierto y quizá hubiera empezado a esconder algo.
-Cuanto tiempo. ¿Qué tal estás?- es una frase de inicio- Me casé con el hombre de mis sueños y compramos un monovolumen de última generación con el que llevamos nuestros bellísimos hijos a recorrer Europa pero él me abandonó por una tragadora de sables noruega que estaba en el Circo del Sol y tuve que aprender a conducir en Praga, donde me enamoré de mi profesor de autoescuela (que tenía cinco másters en astrofísica) y con el que volví a casa, motivo por el cual los niños hablan seis idiomas y sacan muy buenas notas. ¿Y tú?- . -Yo... tengo una lesión en el hombro- respondes mientras piensas que un "estoy bien" hubiera sido más adecuado y que todos esos detalles eran innecesarios.
Cada día que pasa y que empiezo a dejar de adornar las cosas me parece más absurdo esa querencia a que todo sea un drama o un triunfo. Empiezo a denostar como si fuera una epidemia los ejercicios de detalle de la vida de los demás. Creo, y no supongo que me equivoque demasiado, que es el mismo llanto que tuve el día que me caí de de la bicicleta. Yo no hubiera llorado, de la misma forma que no me hubieran contado tanto dato inútil, si no existieran los espectadores.
Ayer, después de terminar de lesionarme como un inconsciente, me preguntaron sobre los viajes que había hecho con la moto. Pensé con rapidez en relatar las carreteras largas y el calor de Castilla en Agosto, las noches por la nacional I en obras y las averías, la lluvia en la visera o lo despacio que se sube el puerto de Guadarrama con una 125cc con 40mil kilómetros. -Me gusta mucho viajar en moto- dije acariciando el depósito. No me hizo falta decir más. Si lo hubiera exagerado sería menos cierto y quizá hubiera empezado a esconder algo.
Luego marché a casa pensando que de la misma manera que las letras de las canciones que consideraba gloriosas hace unos años ahora me parecen vacías y tontas, de la misma forma que el decorado atroz de una discoteca ya no me resulta más que un postureo que tapa los miedos y las necesidades de cada uno de los actores de esas obras de teatro modernistas que tiene el ocio nocturno... es probable que haya llegado a un punto de vértigo en el que perdí el interés por los detalles, al menos por los que tapan la verdad.
Desconozco si es madurez o aburrimiento. Estoy convencido que habrá un término, sesudo e intelectualoide, que defina lo que quiero decir. Será claro y conciso, será verdad. Por eso las ruedas de prensa con respuestas largas siempre me huelen a mentiras.
Desconozco si es madurez o aburrimiento. Estoy convencido que habrá un término, sesudo e intelectualoide, que defina lo que quiero decir. Será claro y conciso, será verdad. Por eso las ruedas de prensa con respuestas largas siempre me huelen a mentiras.
Un conocido, cuando se encuentra con alguien, después de mucho tiempo, y le pregunta ¿qué tal?, siempre hace la misma acotación: "respuesta estándar, o con profusión de detalles".
ResponderEliminarNaturalmente, siempre eligen "estándar", por lo que siempre contesta con un escueto: "bien gracias, ¿y tú?".
Me acordé ahora...
fantástico
ResponderEliminarSe llama madurez en el sentido en que ya no necesitamos a nadie para reafirmar lo que ya somos o tenemos, porque nos basta con saberlo o serlo uno mismo...y se llama aburrimiento en el sentido de ya que aburre tanto pedorro/pedorra queriendo ser el centro del mundo haciéndote partícipe de lo que en su vida sucede, cuando en realidad a quién le importa?.
ResponderEliminarBuen comentario, anónimo
ResponderEliminarVivir los acontecimientos como si fueses el protagonista de una película increíble, sentir lo que sientes desde la perfecta desesperación de un poeta pariendo la filosofía, creer en lo que crees porque has descubierto lo esencial y lo has interiorizado, percibir lo incognoscible con la poderosa lucidez de un iluminado: eso es vivir como si todo fuese tú, y fueses sublime, azaroso, trascendental y glorioso. Como si pudiese acabarse mañana una verdad eterna. Y a todo lo contrario se le llama senectud, y eso no es un piropo ni una vejación. Es un mal fario que se nota de buena mañana, porque el olor a hierba recién cortada te produce estornudos, y dudas de tus talentos y de tu suerte. Las contraprestaciones están en estudio. C'est la vie.
ResponderEliminar¿Por qué hay tanta gente que no quiere saber cómo están los demás? Yo soy de las que aborrecen las versiones resumidas, a mí me gusta que me cuenten qué dijeron, con qué intención y por qué y qué les contestaron, y cómo se sintieron y qué pensaron, a qué les recuerda todo eso y qué piensan hacer. No se me ocurre una conversación más interesante, más vivaz, más dinámica. Claro que, si eso no es posible, siempre podemos hablar del tiempo, de "cómo está la cosa" y de lo lentos que son los ascensores.
ResponderEliminar...la hierba recién cortada produce estornudos...
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