26 de agosto de 2013

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Mi madre siempre me dice que nací a las cuatro de la tarde. Me dice, casi antes de sacar ese postre de hojaldre que no me gusta y que compra todos los años, que la matrona le dijo que no se tenía que preocupar porque los niños que son muy feos son los más guapos cuando crecen y yo era francamente feo. Después insiste en que era feo porque tenía las orejas grandes y más tarde me mira emocionada casi con una lágrima rondando, me da un beso en el pelo y me dice que soy guapo.
Después se esconde en la cocina con alguna excusa para que no veamos que es, como todas las madres, un sentimiento recubierto de carne. Luego me llenará un tupper, me dirá que la avise en el momento en el que llegue a mi casa y me recuerda, como quien no quiere la cosa, lo mucho que le gustaría que tuviera a alguien. -Yo también, mamá- le respondo sin entrar en consideraciones y sin dejar florecer ese sentimiento de fracaso que tenemos los solteros que nos vemos a nosotros mismos como unos tarados incomprendidos.

Así que mi madre, que es de esas madres maravillosas que hacen croquetas mientras te recuerdan que tienes que ordenar algo y son incapaces de decir Carrefour llamándolo Roquefort (porque es comida y es francés), pone cara de circunstancia y nos dice que espera que, el año que viene, estemos todos ahí, destrozando con el cuchillo las finas hojas del hojaldre. Mi madre, que se hace un lío entre italianos famosos y llama Bertolucci a Berlusconi, se enzarza en todos los tópicos que se dicen en las celebraciones que se viven como puntos y seguido en las familias pequeñas.

Y recuerda, justo después de un momento en el que deja la mirada perdida, que mi padre estaba trabajando cuando yo nací, aunque fuera un 26 de agosto a las cuatro de la tarde.

Entonces es cuando, en medio de un silencio, mi sobrina se va a mandar whatsapp y mi hermana y yo recogemos la mesa mientras ella se queda callada intentando untar el hojaldre en el final del vaso de vino que se ha servido con la excusa de estar celebrando mi cumpleaños.

Y, en realidad, es un homenaje a su existencia.

3 comentarios:

  1. Es el ejemplo de efecto Forer más realista que he visto, en el mejor de los sentidos. Creo que todos podríamos mandarle esto a nuestras madres :D

    Curioso usar ese número como título para hablar de la madre.

    Y lo siento, soy un raruno que no tiene la costumbre de felicitar cumpleaños. A ver si se me pasa pronto la manía.

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  2. Soy madre y me siento identificada.
    Es un título que consigues en muy poco tiempo, pero que la permanencia en el tiempo es eterna.
    P.D. Me lo ha mandado mi hijo.

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