13 de julio de 2013

El líquido amniótico de la cultura popular actual

Miami, 1969: Jim Morrison, puesto como un británico en un balcón de Salou, se sacó el pene en el escenario. En 1979 Ozzy descabezo a una paloma que llevaba a la firma de su contrato discográfico en vez de soltarla en señal de paz y aquello se convirtió en uno de los momentos impactantes de la historia del rock porque nadie sabe realmente si fue eso o un murciélago de la misma forma que algunos cuentan que Lou Reed se inyectaba heroína en los conciertos de la Velvet durante los alocados y lisérgicos años 60. Janis estaba públicamente borracha y Jimmy, muriendo el mismo año, no supo diferenciar si eran las drogas las que tocaban por él. Eran dioses, casi al abrigo del glam de Bowie. Eran escándalos disfrazados de estrellas. Eran adorados por el público, por la crítica y por la historia.

Ahora, cuando hablamos de un escándalo, nos remitimos a una foto de twitter en la que a Demmi Moore se le ven las bragas, a Scarlet el culo o si acaso Rihanna bailó descocadamente. Hablamos de una mala foto de Beyonce o una letra que quizá transgrede lo políticamente correcto. En definitiva, ahora vivimos unos escándalos de mierda y se supone que somos una sociedad tolerante y moderna, una sociedad preparada para aceptar la verdad.

Una mierda.

Con nuestra sociedad pasa casi lo mismo que con nuestra informática. Los que vivimos la época en la que se programaba a golpe de código sabemos positivamente que esas máquinas son incapaces de hacer cosas por si solas y que todo lo que creemos mágico está programado previamente. Sabemos que esas mierdas de apps por las que pagas 0.99€ y encienden una luz azul a la hora de despertar o te dicen si vas a tener la regla el martes son malos trucos de magia comparados con el salto que supuso que el doom tuviera el techo que el wolfestein no tenía. Instagram es un melón mágico en comparación con los primeros photoshop, que eran los hijos del paint.

Pero ahora nos encanta sorprendernos y creer que, de la misma forma que Tiger Woods con los ojos abiertos es un escándalo, el Angry Birds es un triunfo de la computación o que las tablets son ordenadores de verdad.

Tenemos que reconocer que algo ha pasado para anestesiarnos. Han pasado escasamente 30 años desde la explosión de los Sex Pistol y ya no existen chicos malos en el rock&roll. Nuestras estrellas del cine hacen footing y ponen sus fotos en twitter sin poder compararse a las fiestas que Elizabeth taylor montaba en su casa y que se llevaron por delante la carrera de Montgomery Cliff. Es imposible repetir a Ava Gardner porque se la mataría publicamente con el primer escándalo.

Esta semana se ha escandalizado medio mundo porque una chica ha sacado al aire el pecho de otra en San Fermin. Reconozcamos que es un escándalo tan estúpido y artificial como algunas indignaciones pueriles que ocupan nuestro tiempo y parte del muro de facebook de alguno. Asumamos que se borran los pechos de youtube mientras lo primero que buscamos los que nos encontramos con internet el los 90 fué "sexo"

Si hay que asustarse, que sea un susto de verdad. Si hay que correrse, que sea un polvo de los buenos. Si hay que decir "negro" o "marica" o "teta" o "polla"... pues se dice. Y si hay que beber, que deje resaca. "No podría estar con un chico que ronque"- le decía una chica a otra en un bar. Es una consideración perfectamente lícita y, sin embargo, si ella ronca pero me hace feliz el ronquido es algo que me importa bastante poco. Mi padre decía, al preguntarle sobre la locomotora diesel que era mi madre al dormir, que era incapaz de descansar si no la escuchaba arrancando todas las noches.

Tantas ganas de lograr vivir en la puta vida perfecta nos está convirtiendo en autocastrados solitarios intolerantes, remilgados e incapaces de admitir toda nuestra naturaleza humana. Las exigencias que nos hacen y hacemos en nuestras relaciones personales son un ejemplo. Los titulares musicales son un ejemplo más. Los escándalos dignos de niños de primaria son otro.

El problema es que quizá, solo quizá, eso nos hace pasar el tiempo sin vivir, sin follar, sin sudar y sumergidos en una piscina artificial donde nos aletarga el líquido amniótico de las formas y la controlada cultura popular actual, que es una broma comparada con la de hace unas pocas décadas.

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