Ayer me encontré, de camino al trabajo, a una clienta que esperaba, cigarrillo en mano, a que pasara el tiempo mientras su hija jugaba en la puerta del bar. Me saludó y me paré. Le pregunté, casi de manera protocolaria, que tal le iban las cosas. En ese momento dejó caer la ceniza como cuando se deja caer algo sin fuerza y los ojos se le impregnaron. Me contó que estaba esperando a una amiga, que la empresa que tenía a medias con su marido se había ido al garete y que habían aparecido unos señores muy serios en su casa exigiendo el dinero que aquel se había gastado en drogas y putas mientras ella le esperaba en casa. Le dijeron que sentían tener que recordarla que tenía dos hijas preciosas y que se veían en la obligación de cobrar las deudas de una forma u otra. Me dijo, lógicamente, que había recogido todo y se había mudado a casa de sus padres con sus 50, sus cuentas en rojo y sus niñas con preguntas del motivo por el que ya no podían ver a papá. Me dijo que estaba en juicios por la pensión a sus hijas, la empresa cerrada y la vergüenza de volver al seno familiar después de descubrir que el sueño no era verdad, que aquellos años de dinero y viajes, de coches y ordenadores, televisiones de plasma y cenas con velas fueron espejismos que no duran siempre. Me dijo que, quizá por orgullo o simplemente por no pedir en casa como quien pide la paga, su amiga tenía que aparecer con 50 euros para poder salir con sus niñas a la hora de cenar.
Hoy, lluvioso y gris como una primavera que no llega, una pareja con arrugas recién salidas apuraba la penúltima cerveza en el extremo de la barra donde otros desayunamos, como los jueves laborales. Él habla del trabajo que no tiene y se enfada al ver a un político en televisión pidiendo sacrificios que ya no puede hacer. Habla de otros tiempos y le pregunta a ella, que se le sale la cerveza por la comisura de los labios por no poder beber con equilibrio, que si acaso se hubiera imaginado estar con él como quien se soprende de lo que está viviendo. Ella balbucea -yo soy una tía cojonuda- y se agarran la mano entre los taburetes como quien se sujeta para no caerse. No son dos borrachos cualquiera, son dos naúfragos. Aprendí a diferenciar entre la mala suerte buscada y la mala suerte desde la parte de atrás de un mostrador. Ellos están perdidos y golpeados como un boxeador aturdido por los ganchos que te da la vida sin esperarlo.
A última hora de ayer presté 50€ porque no llegó la amiga. Adjunté un paquete de tabaco. A esta hora espero que, al menos, un sueño deje pasar la resaca a algunos que parecían estar perdidos en estas islas abandonadas donde, quizá, nos está dejando a nuestra suerte tanto maremoto injusto forjado con las mareas de la economia que no entiende de felicidad y sí de balances.
Los jóvenes viven en el desconcertante destino, los ancianos en un futuro lleno de resignación. Muchas veces se nos olvidan los que están en medio, los naúfragos. Me encontré con tres sin fijarme demasiado.
I used to like to go to work but they shut it down
I got a right to go to work but there's no work here to be found
Yes and they say we're gonna have to pay what's owed
Yes and they say we're gonna have to pay what's owed
We're gonna have to reap from some seed that's been sowed
Pd: no es inventado.
España duele
ResponderEliminarDuele la mierda, en el país que sea.
ResponderEliminar