21 de diciembre de 2012

La entropía y el fin del mundo.

"No vas a hacer nada hasta que ordenes tu habitación" es una frase tan rotunda que es imposible que se acabe el mundo antes, así que ayer simplemente, no recogí.

Mi profesor de termodinámica explicaba en clase que para entender el concepto de entropía sólo basta con fijarse en nuestra habitación y esa tendencia a desordenarse sola. La entropía- decía- es el trabajo necesario para ordenarla. Si no hacemos nada nos resultará más trabajoso ponerlo todo en su lugar porque S (entropía) crece.

Así que desde entonces llegué a la conclusión de vivir en contínua lucha contra la entropía. Se desordena mi casa y se desordenan los contactos de mi móvil cada vez que actualiza algún software desconocido. Se desordena la mesa de mi trabajo y se desordenan los discos cada vez que busco ese recopilatorio de Pearl Jam.

El problema es que la energía, como todas las energías, es limitada. Y el problema es que si ordeno la ropa no me queda para ordenar los discos o la carpeta de descargas del ordenador. El problema está en que existe un punto de no retorno en el que la energia necesaria es tal que se deja de hacer el esfuerzo.

Quizá ese es el fin del mundo. Me refiero a esa sensación de impotencia y desgana que da por imposible la feliz resolución del desastre.

Porque de pequeños se nos desordenaba el cuarto. Cuando fuimos un poco mayores se nos desordenaba la guantera o el maletero del coche. Más tarde nos encontrábamos la casa con facturas sin abrir, que es el síntoma inapelable del caos. Y, en navidad, empezamos a recibir felicitaciones de números que nunca llegamos a ordenar.

Después creemos que no podemos arreglar las cosas, que las sociedades se desarreglan, que las empresas eléctricas suben la luz un 3%, que la tienda fetiche donde comprabas los regalos ya ha cerrado, que hace calor en invierno y que nos vamos dejando llevar como un junco azotado por los acontecimientos.

Supongo que, en ese caso, la entropía tiende a infinito. Es cuando aceptamos la derrota tras haber creído que podíamos ordenarlo todo.

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