2 de noviembre de 2012

La empatía de los pequeños detalles

La empatía deberia de ser ese elemento que hace que el balancín en el que se desarrollan las relaciones entre personas esté siempre en equilibrio.

Hace un tiempo llegué a la conclusión que una de las grandes lacras de las relaciones entre personas se basa en la incapacidad de asumir que la otra parte vive en un universo similar pero con una serie de matices que lo hacen diferente al nuestro. Sucede, con una claridad diáfana, cuando mandamos un mensaje y buscamos el double check para certificar si ha sido leido y, en el caso de que sea cierto, arrancar la máquina del desprecio porque esa respuesta no se ha dado en el mismo instante de la recepción. Entonces nos la imaginamos poniendo cara de asco al ver el mensaje y separando el teléfono de su mirada como si nuestro nombre en el remitente fuera un sinónimo de la peste. Nunca se nos ocurrió pensar que estaba caminando bajo la lluvia o que iba conduciendo y lo vio en un semáforo... o simplemente que se guardaba la respuesta para un momento mejor. La tecnología nos mata las posibilidades empáticas.

Las personas contemporáneas con las que nos relacionamos tienen su manera de interpretar el mundo. Tienen la basura debajo del fregadero o el pan rallado detrás de los panecillos en la segunda balda del armario de la izquierda. Lo tienen así porque esa es la manera en la que han establecido su orden. No lo consideran mejor ni peor y son perfectamente conscientes, si les preguntas, que existen otras maneras de ordenar las cocinas. Sin embargo cuando se ponen un delantal en tu cocina y tienen que empanar algo se vuelven locos buscando el pan rallado porque tú lo tienes en la estantería que se encuentra encima del fregadero y ellos fueron a la izquierda. En ese momento te miran con cara de "lo estás haciendo mal" de la misma forma que, en una cocina lejana, el propietario me dijo que era muy sencillo adivinar donde estaban las cosas porque los hidratos de carbono estaban a la izquierda y las proteínas a la derecha. Aquel día me volví loco repitiéndome las clases de biología en la cabeza para hacer una de las peores tortillas de patata de mi vida.

Creamos nuestro universo a base de las experiencias que nos completan. Hacemos una interpretación basándonos en lo que nos sucedió y en la manera que tenemos de organizar nuestro mundo. Podemos ser de Apple o de izquierdas y creernos en posesión de la verdad porque esa creencia nos tranquiliza. Podemos creer que si la última persona nos abandonó por otra la próxima lo hará por el mismo motivo porque eso nos da una justificación para actuar igual. Ni siquiera son ideas que nos planteemos, porque vienen de serie. Es lógico que, si lo pensamos, podamos llegar a la fácil conclusión de que todas esas creencias a fuego son herramientas para protegernos del mundo y para hacernos avanzar sin tener que estar contínuamente parados pensando en si es o no lo correcto, porque así la vida se convierte en el sometimiento de la duda.

La empatía es algo que requiere de entrenamiento, sobre todo si nos centramos en los pequeños componentes que tiene la vida de verdad. Es relativamente sencillo empatizar razonadamente con un grupo de niños que comen con las manos en una aldea africana pero nos provoca repulsa oir sorber la sopa al amigo de un colega que se apuntó a una cena casual. Es fácil aconsejar a tu amiga sobre la necesidad de comprender a su pareja pero me crucificaste una vez más el dia que decidí quedarme en casa. Y yo, empujando el balancín hacia mi lado, reclamé en mi cerebro que la empatía fuera unicamente en la dirección de mis intereses. En ese momento dos equivocaciones no hacen un acierto.

El ser humano moderno tiene la capacidad de empatizar. Podemos sentarnos a hablar de la crisis y decir que comprendemos a los deshauciados. Podemos ponernos en el lugar de cualquiera y sacar conclusiones correctas sobre la verdad. Podemos, incluso, hacer una hoja de ruta sobre los objetivos a lograr en común. Todo eso es empatía razonada.

Sin embargo cuando querías que comprendiera que esperabas que te arropara aquella noche y no lo hizo te enfadas. Cuando tienes que pagar tu hipoteca a un interes mayor para equilibrar al que no perdió la casa después de dejar de pagar, te enfadas.

Y, sobre todo, cuando las pequeñas cosas que habías considerado invariables empiezan a cambiar, te resistes. No son asuntos importantes. Es ver otro programa en televisión, que los complementos no estén en el primer cajón, comer con la familia los domingos, que las chaquetas no vayan al armario de la izquierda o que alguien no haya entendido lo que quisiste decir sin verbalizar porque supusiste que era una premisa invariable.

Eso sucede porque la empatía de verdad se la comieron los niños caprichosos que llevamos dentro. Esa es la culpable de la mitad de las rupturas, del 56% de las discusiones, del 36% de la soledad y del 90% de las conversaciones de bar.

Creo que esos pequeños detalles son mucho más importantes que el resto.

1 comentario:

  1. yo pagaria por esos pequeños detalles que nadie tiene .
    A veces simplemente un buenos dias de la persona adecuada ,te hace tener la sonrisa todo el dia .un pequeño detalle que nadie tiene ,ya ves

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