Explican, los investigadores de Bristol, que el efecto placebo es algo que nuestra propia evolución ha disparado como si fuera otro proceso más dentro del ser humano. Vienen a decir que esa capacidad de sugestión que nos hace creernos que nos vamos a poner sanos es mucho mayor que en otros animales porque nuestro cerebro ha descubierto, de una forma evolutiva, que es igual de rentable ponerse sano por convicción que activar el sistema inmunológico en todo su esplendor.
Supongo que para hacernos daño también hemos evolucionado algo más que el mamífero medio y resulta lógico pensar que si el cerebro es capaz de sanarnos por convicción cuando estamos enfermos también será capaz de fastidiarnos cuando estemos sanos.
Ese efecto "placebo inverso" bien puede ser la crisis o esa idea cada vez más extendida en la que el esfuerzo ya no tiene recompensa por lo que esforzarse deja de tener sentido y simplemente nos dejamos llevar, como juncos por el aire, moviéndonos al ritmo de los vientos de cambio.
Dicen, cada vez de una manera más reiterativa, que la situación en la que estamos es una nueva revolución que nos llevará a una manera diferente de relacionarnos y de actuar según los diferentes valores que hemos recibido a lo largo de nuestra educación. Otros creen, casi como si fuera algo inviable, que esa enorme generación que ha llegado en los últimos diez años a los engranajes sociales está haciendo que los valores ya no sean los mismos con los que se movieron nuestros padres. Te explican entonces, con el ejemplo de un titulado con máster que se aparca en un camino empedrado con su Volkswagen hippy de tercera mano a dormir, que aquella búsqueda del piso enorme, el coche de tres volúmenes sedán y la casa con amplios miradores al mar ya no es una búsqueda de todos sino de algunos y que esos "algunos" no son los más preparados ni la mayoría porque hay más de cien que, aun sabiendo que están capacitados, simplemente no lo quieren porque aprendieron que ser feliz nunca fue seguir la misma senda de los elefantes que siguieron sus abuelos.
Las conversaciones más interesantes, que son esas que hablan de nuestra sociedad y de la reflexión continua en lo referente a la manera de relacionarnos entre nosotros y con el mundo, se mantienen en aparcamientos empedrados con vistas al mar mientras la ropa de monte se seca sobre la furgoneta. A lo lejos se puede ver la luz de un chalet enorme y cómodo con un cartel de "se vende" porque no pudieron pagar el último plazo de alguna operación estética que pensaron, cual placebo de lujo, que les haría más felices.
A mi me gusta lo de hablar al abrigo del cielo, lo de no preocuparme de las formas e incluso creo que los grandes conversadores no habitan en la jet set ni en la alta burguesía. Pero me gusta, después, dormir en un buen hotel y soñar con esos placebos que activan las maneras irracionales de comportarse que tienen algunos.
Placebos de consumo, placebos hipsters, placebos inversos...
Dicen los investigadores que muchas veces son más potentes que una fuerte medicación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario