Decía un amigo, en medio de las celebraciones veraniegas, que el botellón no era un fenómeno exclusivo de la juventud porque había visto a más de un grupo de padres sacando unos litros del Carrefour, sentándose en corro y mezclando hasta llegar a ese puntito divertido que te hace ver la realidad de forma multicolor.
Más de una divorciada con hijos se ha enganchado al whatsapp o a las páginas de contactos y más de un padre viene sin rubor con ese virus que te avisa de la posesión de material pornográfico con un logotipo de la policía y un número de cuenta ruso.
En definitiva, aquellos comportamientos que considerábamos que eran algo absolutamente infantil o adolescente están llegando muy cerca de la edad de jubilación. No creo que sea insano, en absoluto. No creo que sea pueril que un día pueda sacar al niño que llevo dentro y corretear desnudo por el pasillo de casa mientras suena "Should I Stay or Should I Go" a todo volumen. No creo que sea tan malo llegar un día tarde, reir sin importar lo que pensarán los demás, hacer una competición para ver quien mea más lejos o abrir los ojos como un travieso si se te escapa un pedo.
Todo eso, si somos capaces de hacerlos convivir con esas responsabilidades que se van adquiriendo como manchas en la piel de cada uno de los veranos, es sano. Es sano que te llame por teléfono y te diga que está pensando en ti con sus manos y la oigas mientras un cliente se pregunta el motivo por el que no le haces caso y estás callado con el móvil temblando en una mano. Es sano que te mande un sms obsceno con el que salgas a altas horas de la madrugada de casa para llamar a su puerta y te huela el cuerpo a travesura las 24 horas siguientes y, dada la tecnología, es sanísimo que encienda su cámara y te recuerde la forma de sus pechos, las marcas de su bikini y puedas recurrir a su recuerdo mucho antes que a la pornografía amateur de internet.
Para todo eso ya no hay un límite de edad. Es un triunfo del siglo XXI, que te proporciona placebos para matar la soledad y esa responsabilidad que te juraron que se lograba con los años. Yo soy responsable la mayor parte del día pero reconozco que si me despierto un domingo y en la televisión están reponiendo (una vez más) el coche fantástico, me quedo bloqueado igual que cuando tenía 12 años. No te voy a explicar lo que me puede recorrer el cuerpo si alguna buena mujer, de esas que caminan serias por la calle con sus portafolios, sus reuniones y sus carreras profesionales, me manda una maldad diez minutos antes de que me vaya a dormir. Duermo como un niño, como el que llevo dentro.
ya, pues ahora será una mujer sana pero si sigue así se quedará calva y ciega.
ResponderEliminarYo al principio tampoco les creía a los curas pero ahora...