Supongo que como manera de rellenar las páginas de información general se ha presentado un artículo que intenta analizar el motivo por el que España, a estas horas, no ha ganado ningún metal en las olimpiadas. Más o menos viene a decir que como los españoles estamos tristes y tenemos que trabajar para comer hemos desaprovechado el innato poder de los maravillosos genes patrios en estudiar y trabajar antes que en ir a entrenar una cantidad ingente de horas para poner hacer que suene el himno allá en el lluvioso Londres
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Como los españoles somos un país de contrastes hace nada era famoso eso de "soy español, a qué quieres que te gane" y hoy ya hemos empezado a pensar en una confabulación judeomasónica en contra de nuestros atletas. No nos han pitado un penalty a favor, Nadal se rompió, la bola de waterpolo entró y a los chicos de hockey sobre hierba les han ido rompiendo las extremidades en ese deporte tan violento que siempre pienso que es cricket, pero el cricket es su versión homosexual, sobre todo si se juega con pantalones bombachos.
Los partidos de la oposición acusarán al gobierno de no apostar por la marca España y el gobierno dirá que tampoco se entrenaban con los que estaban antes. Agata Ruiz de la Baba dirá que es culpa del horrendo diseño del uniforme nacional y los tarotistas que salen en televisión a partir de las 2 de la mañana hablarán del mal de ojo.
El caso es que volveremos a regodearnos en ese termómetro tan estúpido que son los éxitos deportivos como si el gol de Marcelino tuviera que repetirse, como si el campeonato del mundo tuviera una incidencia en la prima de riesgo o como si la prima de riesgo dependiera del oro en halterofilia.
Seguimos buscando parámetros que nos castiguen como el que busca motivos para pensar por qué la novia le dejó de llamar después de jurarle que aún le quería. Buscamos viriles muchachos, en nuestras ideas mentales, que la hagan reir como nunca de la misma forma que creemos que si no hemos oido el himno al lado de ese horripilante logo olímpico es porque hemos mandado a un par de clones de Alfredo Landa a la competición de salto de potro o porque aquí se entrenan con un banquito del ikea, a modo de exigencia de la unión europea.
No tenemos medallas porque no se ha dado el caso. Si no sacamos ninguna es algo que me da exactamente lo mismo. Me entristece que alguno se crea que si Alonso gana una carrera tengo que ponerme feliz de la misma forma que tengo una conocida lejana (con la que nunca he tenido acercamiento carnal) que piensa que si no se folla a un tipo a cada boda que va aquella es una boda menos divertida porque la cuantificación es su único argumento de la felicidad de la misma forma que cree, equivocada según mi lógica, que un trabajo es mejor si le pagan más dinero.
Un país se compone de personas que son capaces de vivir y ser felices con lo que son y con lo que van consiguiendo y no con una cuantificación de grupo absurda que puede ser una eurocopa o un saco de medallas que les quitemos a los chinos.
Si España no gana medallas me viene a dar lo mismo.
Lo que me preocupa es que mi vecino o la gente que me importa sea feliz. Me importa que me quieran, como a todo el mundo. Me importa poder vivir de mi esfuerzo, sentir recompensadas las noches en vela y los dolores de espalda. Me importa que ella sepa cuando la necesito sin tener que pedírselo o sin tener que vivir como si fuera un mercadeo de cariño. Me importa que el comercio de la esquina esté abierto y que las personas no se escupan por la calle para, así, poder sentir que estamos llenos de buenos sentimientos.
Pero que un tipo de Albacete gane una medalla en un taekwondo es algo (para mi) tremendamente irrelevante. Me alegro por él porque está culturalmente más próximo a mi que un japonés. Pero nada más.
Cambio todas las medallas olímpicas porque España se respire como un país más feliz y lleno de inadaptados deportivos.
Actualización: ya tenemos una. (ala, a chuparnos las pollas)
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