La última vez que entré en un comercio chino, a altas horas de la madrugada y porque estaba debajo de mi casa, decidí no volver a entrar nunca más. Me atendió una niña menor de edad que esperaba detras un mostrador, con una pequeña televisión encendida, a que el cliente de turno recogiera algo de sus abarrotadas estanterías y pagara gentilmente.
Pensé, en aquel momento y como a quien le recorre un escalofrío de ética por el cuerpo, que resultaba indecente que una menor estuviera un martes a las dos de la mañana trabajando por los céntimos de beneficio que pudiera suponer mi pequeña compra.
Pero es trabajo. Es dinero. Es beneficio. Es un negocio. Yo fui un cliente. Apoyé, con mi pequeño consumo, la decisión infame de esa explotación infantil y ese pasarse por el arco del triunfo los horarios comerciales. Viene a ser lo mismo que consumir un producto en el que sabes que, a lo largo de su fabricación, han cercenado los derechos que no quisieras que te quitaran a ti. Pueden ser unas zapatillas de Nike, un teléfono de Apple, una camisa de Tomy Hillfiger, un foulard de Uterque o unos calzoncillos glamurosos y un poco macarras de Diesel. El caso es que allá donde miremos, si miramos con la lupa de la actuación ética para la consecución del éxito, no hay nadie que se libre.
Sin embargo las sociedades occidentales, resguardadas bajo la hipocresía del que no quiere saber la verdad de la infidelidad de su pareja, si es que su pareja vuelve a casa por la noche y le dice lo mucho que le quiere, seguimos manteniendo vivo un sistema que necesita explotar a unos para que a nosotros las camisetas nos cuesten menos.
Y la revolución del siglo que viene pasa por la revuelta de aquellas sociedades a las que hemos oprimido para sentirnos baratos bien.
Cuando yo era pequeño el gran enemigo del primer mundo era japón. Hacían los transistores más pequeños, los coches más modernos, las televisiones más nítidas. Me imaginaba a un enorme grupo de japoneses concienciados con el resurgir de su imperio tras perderlo todo con un par de bombazos atómicos en la segunda guerra mundial trabajando sin descanso y haciendo verdad algunos estudios que afirmaban que el coeficiente intelectual asiático era mayor que el occidental. Les veía practicando TaiChi en sus enormes fábricas para avalanzarse en la conquista del mundo a base de productos mejores que los nuestros. En aquella época hacer las cosas mejor era la manera de ganar en la batalla de la competitividad.
Sin embargo y por culpa de la explotación que hemos tolerado, aquellos japoneses, los alemanes, un saco de americanos del norte y hasta los pantalones más vascos que el kalimotxo han metido en un saco sus ideas y han buscado a una cantidad de chinos que lo trabajen por ellos a precios de risa y con condiciones laborales de guasa.
Y los chinos, que no son idiotas, han descubierto que cuando se trata de pagar menos la calidad nos deja de importar como si fuera la obsolescencia programada hecha consumo. Se ha publicado un libro titulado "La silenciosa Conquista China" donde, según parece, se llega a la conclusión que el gran triunfo de los 1300 millones de habitantes de aquel país, aparte de que son muchos, es que todas esas consideraciones éticas sobre el trabajo, el medio ambiente, los derechos humanos y el respeto a las condiciones del individuo se las pasan por el mismo lugar por el que tú te pasas a la industria nacional en el momento en el que, por medio euro menos, compras considerando el precio como la única variable.
Los últimos meses se ha publicitado una supuesta polémica sobre los horarios de apertura de los comercios en nuestras ciudades. Los comercios chinos ya abrían cuando les daba la gana hace años. Si lo hacían es porque, de una forma u otra, les salía rentable. Y si es rentable es porque tú o yo íbamos a comprar. La invasión, entonces, ya estaba en marcha.
Y lo que resulta innegable es que aunque nos encanta razonar como humanos y llenarlos la boca con palabras como ética, derechos, solidaridad y decencia... al final actuamos como animales cuando se trata de prostituir a un sistema completo por unas monedas. Las mismas con las que pagas tu hipoteca. Las mismas con las que compras la ropa tejida por niños que trabajan 14 horas por dos dólares al día. Las mismas con las que, a las dos de la mañana, vas a comprar a un comercio de alimentación chino que acumula dinero, lo manda a su pais y vuelve en maletines con lo que compran la deuda exterior de aquellos países que no se dieron cuenta que estaban siendo colonizados de la misma forma que lo fue el imperio romano: al estilo bárbaro, jugando a un juego sin reglas.
¿No te gusta?. No colabores. Consume, pero piensa antes de consumir. No sea que vayas a una manifestación contra el sistema con tu camiseta de Tommy, tus lustrosas Nike y un iPad lleno de consignas para la defensa del ser humano, el trabajador y la igualdad entre todos los habitantes del planeta: Los que venían del mono y muchas veces se comportan como orangutanes subyugados por el poder hipnótico de un plátano.
La verdad es que da miedo pensar hacia dónde nos dirigimos.
ResponderEliminarHay tantos post en los que estoy tan de acuerdo contigo!! este uno de ellos!
ResponderEliminar