8 de septiembre de 2011

Nadie como tú

Suelo equivocarme pensando que soy un hombre tipo. Un personaje estandar. Suelo equivocarme pensando que la inmensa mayoría de las personas piensan, sueñan, sienten y se equivocan, más o menos, en la misma medida que yo lo hago. Suelo creer que son tan listos como yo, ni más ni menos, que son tan trabajadores y tan vagos, tan amantes de darse un baño los domingos por la tarde y tan perras cuando se sienten perras. Suelo creer que me protejen si yo me considero un tipo proteccionista o que han entendido el mensaje oculto de la distancia o la proximidad si fui capaz de decirlo sin nombrarlo. Suelo pensar, incluso, que leen entre líneas lo mismo que soy capaz de escribir y, sin embargo, no es así.


Aquella concepción tan maravillosamente comunista en la que venimos marcados por una serie de planteamientos básicos de conducta igualitaria e inamovible es falso. Precisamente las diferencias son aquellas que nos engrandecen y que nos complementan en aquellas situaciones de interrelación humana en las que nos permitimos ser influenciados por los demas, que normalmente sucede en aquellos momentos en los que abrimos la puerta a quien tenemos delante. Y no abrimos la puerta, si te das cuenta por las marcas que dejas en el pomo, cuando bebemos compulsivamente y volvemos sujetados por un amigo, ni siquiera cada vez que abrimos las piernas o sacamos la lengua. Abrimos la puerta en contadas ocasiones y pensamos encontrar delante a alguien como nosotros, con preocupaciones, ideas, pensamientos y razonamientos más que parecidos a los nuestros. Con una inteligencia similar, unas vivencias similares e incluso con una manera de ver el mundo adecuada al arquetipo contemporáneo que nos hemos fabricado a base de lecturas, de momentos, de pequeñas depresiones y de mil millones de errores.

Y, por algún extraño mecanismo, cuando eres capaz de ponerte en pie fuera de la mesa que estais compartiendo con un vino blanco, un nestea, un crianza y un par de cervezas para ver la estampa desde una distancia prudencial, descubres el abismo infranqueable que existe entre cada una de las personas que se sientan, la diferente parte del marathon en el que cada una se encuentra y cómo, aunque todos esos aspectos tienen algo de similar, el conjunto lo convierte en un compendio de mundos paralelos muy diferentes al tuyo.


Efectivamente, no hay nadie como tú. El truco es añadir esa variable a la vida cotidiana porque, como si fuera un dia soleado o un dia de lluvia, es algo con lo que tienes que interactuar sin que te detenga porque no puedes salir a la calle exclusivamente los días que se acerquen a tu estado de ánimo.

Que todos somos personas iguales es un mito profundamente falso. Es una pena, porque sería más facil aunque menos enriquecedor (si es que te dejas enriquecer y dejas de considerar que únicamente debes de relacionarte con iguales, porque acabarás solo o rodeado de la imagen que crees tener de ti mismo, que nunca es la verdad. Es la que te fabricaste y te creíste)

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