10 de enero de 2011

Viviendo en el engaño de lo autóctono

Ayer busqué, escondido de mi mismo entre las rebajas, algo con lo que poder disfrazarme los próximos meses. Compré un pantalón con esa modernidad autóctona que da el diseño local y al buscar la etiqueta me encontré con esto:

Que, más o menos, es una afirmación válida pero orgullosa y pueril de que los vascos más dignos diseñan con calidad sobrecogedora para que un grupo de chinos con dedos de niños cosan sin descanso con la consecuencia de que yo haya pagado 29€ por un bonito pantalón que me hace el culo que no tengo.

Soy plenamente consciente que los beneficios, nada pingües por mi tacañería irán hacia un vecino lo cual siempre es mejor que a los bolsilos llenos de un gallego rico o un anglosajón obeso.

Pero Euskadi es demasiado pequeño en comparación con la enorme China. Por eso me hubiera resultado más coherente "Designed in the Basque Country. Made in "los bajos de un local furtivo del oeste de Pekin".

Arraqué la moto. Esquivé cientos de coches que escapaban de una manifestación finalizada que había reclamado, con la absoluta libertad que debe de existir en el pais libre que juramos habitar, que los familiares de los delincuentes cercanos a ETA no son culpables de los delitos y consideran injusta una condena sobre las madres, los hijos y los hermanos inocentes de los condenados (culpables). Pensé, mientras pasaba entre los vehículos, que se les olvidan aquellos que robaron un jamón en el Alcampo de Albacete o quien mató al amante de su mujer cuando les encontró en la cama. Por eso me hubiera resultado más coherente "Presos de cualquier tipo cerca de sus familiares".

Paré en un supermercado bajo la casa de quien me invitaba a ver una película y busqué algo con lo que agradecer la invitación. Junto a las bebidas descubrí, a 1€ el litro y medio, esto:

Y esto es kalimotxo con label de esa compañia de camisetas que intenta hacer suyo el toro y la modernidad. Nadie dice que sea mejor ni que te dejé las resacas sin dolor de cabeza o un aliento a nueces de brasil para que tu madre no descubra que has estado bebiendo. Te dan la botella y un enorme vaso de plástico duro lleno de diseño para que no tengas que mezclar, como hacía yo con el Don Simón en los años 80: en la bolsa de plástico del super, hacer un agujero en la parte baja y beber como si fuera una bota con publicidad comercial. (Después descubrimos lo maravilloso de comprar una botella de agua, vaciarla y mezclar en ella). Supuse que ese parecido colorista con las botellas del enemigo americano podría llevar al engaño y deduje que algunos podrían dejarse llevar por lo más próximo aunque Pamplona esté mucho más lejos que Santander. Busqué un argumento de venta que no apelara a la regionalidad y no lo encontré. Sin embargo lo embotella el grupo Damm, que está en Valencia. Me hubiera resultado más coherente: "Kalimotxo tan malo como todos".


No lo compré porque no buscaba esa bebida de borrachera fácil, sin más.

Pensé en esos momentos de la tarde y dió rabia que en todos los casos apelar a lo propio, a lo prácticamente privado en detrimento de lo ajeno (no por peor, sino por ajeno), se consideraba un valor positivo añadido en un mundo en el que un taiwanés sentado en una silla trabaja para un británico con empresa de capital sueco que le vende a un francés que contrata conductores rumanos y empaquetadores de Huelva que lo dejan en estanterías que ordena tu vecino junto con dos peruanos que viven 6 calles más abajo.

Y tú lo compras porque apela a la exclusividad de una regionalidad que dejó de existir hace mucho tiempo.

Me hubiera resultado más coherente apelar a la calidad o al precio más que a ese tipo de mentiras que existen, cambiando la región, la nacionalidad y el producto, en todos los sitios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario