6 de julio de 2010

Depresión de primer mundo

Todos, en mayor o menor medida, hemos tenido nuestro domingo depresivo y extraño. Hemos vivido en una de esas estancias incómodas que nos habitan en la que allá donde miremos, allá donde lancemos los ojos con la tartamuda respiración que dan los sollozos, allá precisamente no encontramos satisfacción para todos esos sacrificios y multiples peajes que hemos pagado a lo largo de la autopista.

Hemos sido educados en la sociedad de la ciencia absoluta donde aspiramos a la tranquilidad que nos da reconocer que hay una respuesta para todo, que siempre se atrapa al asesino porque el investigador descubre una falta de empatía al no bostezar después de que él hubiera bostezado.

Hemos sido abrigados por la cuadriculada consideración de que cualquier efecto dispone de un origen demostrable, aunque sea el caótico aleteo de una mariposa en algún lejano lugar del planeta.

Hemos estado respaldados por la teoría del esfuerzo que siempre nos terminará haciendo libres. Aprobaremos porque hemos estudiado duro. Nos querrán más porque nuestro amor es puro y saludable.

Hemos vivido engañados por una organización social justa donde los malvados terminan en la cárcel y nosotros terminamos la película en el placentero abrazo de nuestros amigos a salvo del ogro de la maldad.

Y cuando un día abrimos el armario de la verdad absoluta donde está el resultado de todo por lo que se supone que estamos caminando cada mañana y no encontramos más que resquicios de esa verdad que nos merecemos por ley , por educación y por justicia, tenemos una depresión de primer mundo que reside, básicamente, en deprimirse al no lograr todo lo que la televisión te ha convencido que mereces.

Nos han vendido el reverso de la navaja de Ockham que establece "todo lo que puede suceder, sucederá" y se nos olvida que la respuesta a muchas preguntas, como si fuera la parte correcta de la navaja, no existe. Esa es la respuesta facil y probablemente la correcta. Lo que nos mantiene vivos es el amor, la felicidad y las relaciones sociales muy a pesar de la imagen artificial de la realidad social de primera, como la carne, que nos educa, nos abriga, nos respalda y nos engaña.

Y, a veces, nos deprime.
Aunque no debería porque somos (más que tener) grandes afortunados mal educados.

Pd: recordemos el caso de Ian Usher, un británico que a sus 44 años lo tenía todo y decidió (al encontrar que la mujer de sus sueños estaba enamorada de otro) que las cosas ya no le merecían la pena. Vendió su vida en internet, se fue a Australia, cogió el dinero e intenta disfrutar de una lista de cosas que deseaba realizar y que, poco a poco, va haciendo ciertas. Su web: alife4sale.com

Pd2: yo quise irme una vez, pero no quería irme solo. Tampoco llego a los 44.

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