Los hombres que engañaban a sus mujeres

Dice un estudio de esos que salen como champiñones que los hombres que engañan a sus mujeres suelen tener un coeficiente intelectual menor que los que son fieles.

Eso, dicen, que demuestra que el hombre fiel está más evolucionado que el infiel porque la fidelidad es un rasgo evolutivo importante.

Dicen también que un gran rasgo evolutivo que nos diferencia del resto de las especies es la capacidad de sumirnos en depresiones. En ese depresivo caso el cerebro es capaz de activar ciertas zonas de la corteza prefrontal ventrolateral (que estará por ahí, dijo el escritor señalando su cabeza loca) que permiten despertar la meditación y enfocar mejor los problemas a los que se enfrenta el depresivo sujeto.

Por lo tanto un hombre fiel que se deprime por que su mujer le engaña es doblemente evolucionado. Un prohombre. Cornudo sí, pero prohombre.

Creo, realmente, que la fidelidad es un grado importante. Lo afirmo. Pero má aún que la fidelidad es la capacidad de ser consecuente con los compromisos adoptados. Me voy a explicar. Vivimos en un mundo que se llena de compromisos. El 80% de las personas que dicen "quedar un día de estos para cenar" no llaman nunca. El 65% de las personas que te dicen lo estupendo que eres se visten para irse a duchar en casa. El 43% de quienes te prometen alojamiento cuando quieras están muy ocupadas ese fin de semana y el 22% de quienes te dicen que "puedes llamar cuando quieras" no cogen el teléfono.

Quizá por eso, por esa costumbre a la que no me acostumbro de la decepción verbal, considerar el compromiso como un contrato de obligado cumplimiento es algo que me diferencia de la media. Quizá por eso mismo creo que quien se ha comprometido formalmente con alguien es un primate cuando la engaña. Y si lo engaña, también. No hay diferencias en ser mala persona.

Una noche de hace demasiado tiempo mi tatarabuelo decidió abandonar Argentina para volver a España. Llegó a su casa y ayudó a su amante esposa a cerrar la tienda que regentaban. "Cariño"-le dijo con cara de cordero degollado-"¿nos vamos a España?". "Tenemos un negocio"-afirmó ella temiéndose lo peor. "Si, pero hoy lo perdí en una partida de cartas". Y como la palabra y las deudas de juego son pactos entre caballeros cedió las llaves a aquel que sacó una escalera mientras él solamente llevaba unas mínimas parejas.

Aunque era un mal jugador de cartas, era también un hombre de palabra. Supongo que se deprimió y por ello somos tan listos en casa. Yo no sé jugar ni al julepe. Tampoco me comprometo con facilidad. Así me va.