un cuento de lunes

La reina de las Altas Tierras de Mirra, cansada de su cruel y despiadado rey, lo había matado con moras envenedadas y una infusión ardiente.

Años después, un caballero llegó tarde a la mesa redonda. Se trataba de un horrendo espadachín y desaliñado señor que vivía de la fama de un fallecido terrateniente que le había legado sus tierras, y con ello el lugar entre los gentiles. Aprovechando el momento y la casualidad, la reina le pidió que la llevara a conocer el bosque.

-Maté a mi rey-confesó ella ya de noche.

Solamente masculló un segundo cuando se dió cuenta que ella, su reina, se debatía en parámetros de la decisión exacta. En el bosque donde iban a hablar más de lo humano que de los problemas con los súbditos él no pudo más que apurar un último sorbo de vino. Ella hablaba y hablaba de su crimen. Él escuchaba. La noche se cerró, la montó en su caballo y la dejó junto a la empalizada del castillo, arriba de la colina. La reina atusó su negro pelo y abrió los grandes ojos marrones mientras él miraba los destellos rojos de su vestido entre la oscuridad de la noche.

Los pasos de ella tronaron sobre las piedras de palacio.

Y el caballero aún se pregunta en qué momento pasó, aquel día, a convertirse en un estúpido y por qué nunca se atrevió a castigarla abandonándola a merced de los animales o únicamente besar a su reina.