Mal dia para buscar

3 de marzo de 2011

La arrogancia académica

Mi primer dia de universidad, sentado allá por la tercera o cuarta fila y en clase de física, asistí a las primeras palabras de un profesor que unos meses después fue acusado de falsificar algunos planos para cobrar cierto dinero público. "Ustedes son ingenieros. No son ingenieros técnicos, porque eso son peritos. No son ingenieros de tercera como ahora se llaman todos esos que dicen en los bares que son ingenieros. Ustedes lo son de verdad. Así que no hace falta que sepan dibujo técnico ni que tengan grandes nociones matemáticas. Sólo hace falta que sepan que son ingenieros y que el resto de los titulados están para servirles. Ustedes toman las decisiones y el resto las ejecuta. Solo deben saber si está bien o mal porque esa es su única responsabilidad."

No he de decir que aquel profesor era un tremendo soplapollas.

Lo cierto es que yo soy un resultado bastante mediocre de aquel tipo de educación a espaldas de la empresa donde, como si fuera un pato cebado para dar un buen paté, acumulaba folios llenos de fórmulas sin saber diferenciar una licuadora de una fresadora después de 6 años de carrera.

Así que una buena mañana, tras decidir montar una pequeña (y poco rentable) empresa aparecí orgulloso con mi idea en el departamento de organización de la muy noble escuela de ingenieros superiores. Ningún profesor supo indicarme el camino correcto porque con sus enseñanzas podría montar una refinería pero no una empresa de 3 empleados. Un conocido, carpintero de profesión, fue mi mayor ayuda en aquellos dias.

Sin embargo los grandes puestos de decisión siguen estando copados por aquellas personas que probablemente han vivido a espaldas de la vida real. Los grandes titulados, los tremendos académicos e incluso muchos de aquellos señores que hacen de nuestra sociedad una especie de gerontocracia son incapaces de mover con soltura un destornillador, empalmar dos cables sin hacer chispas o mover cajas hasta que les duela la espalda. Eso, siguen pensando, lo tienen que hacer los demás porque su única responsabilidad es saber si aquello está bien o está mal.

Aquella fue la época de Ignacio López de Arriortúa, un gran directivo de Opel que fue fichado por Volkswagen y que representaba una nueva manera de hacer empresa. "Superlópez", que era su apodo, tenía la costumbre "innovadora" de bajar al lado de los trabajadores para preguntarles sobre sus ideas para mejorar cada pequeño detalle de sus puestos de trabajo. Eso, afirmaba y demostraba con su gestión, resultaba brutalmente rentable y era, obviamente, de una sencillez extrema.

La historia de Superlópez, como alguna otra historia próxima de la industria de la automoción, fue truncaba a base de juicios, querellas y accidentes que acabaron con su carrera poco tiempo después que mi padre entablara una pequeña amistad con él. Pero eso es otro cuento.

El caso es que durante 16 años he procurado no dejar en ningún momento de hablar con las personas. Es más, aquellas que son incapaces de entender los misterios que tienen aquellos productos que creamos o modificamos son las que más detalles son capaces de dar sobre la hipotética excelencia del producto final. Sin embargo los grandes triunfadores en la mayoría de los campos funcionan con la arrogancia extrema de quien se cree en la posesión de la verdad por su puesto o su titulación. Probablemente porque esa actitud genera en otras personas el sometimiento extraño que puede tener ver un título sobre una pared.

Existen una gran cantidad de políticos, empresarios, directivos de empresas y académicos que viviendo en su mundo paralelo desde el que creen verlo todo se han considerado en el deber de decidir por nosotros.

Yo me debí de equivocar intentando considerar a la inmensa mayoría de las personas capaces de hacerme aprender un poco más, porque tengo perfectamente asumido que nunca, por ese camino, llegaré a nada. Perdí la arrogancia por el camino y admiro a quienes son capaces de reconocer que se equivocan, cosa que no sucede entre "prodirigentes".

Hace un par de meses una de esas personas con coche grande, corbata larga y zapatos caros me decía: "...no me lo intentes explicar porque soy ingeniero.". Yo respondí: "la diferencia entre tú y yo es que yo, aparte de ingeniero, sé de informática porque cada día mi equipo y yo hacemos 20 como éste."- le miré con rencor- "Son 250€". Y me pagó con el dinero que recibe por dar clases en la universidad.

Supongo que tendrá ensayado el mismo discurso que mi profesor de física de primero y pensara que es una pena que un tipo con estudios acabe sus días detrás de un mostrador (soportando a gilipollas, añado).

Pd: También hay grandes personas (mucho más listos que tú y que yo) en algunos puestos universitarios y políticos, pero hacen menos ruido. El tipo más inteligente que conocí en aquellos años tuvo que abandonar en segundo de carrera por un problema familiar. Ninguno de los compañeros que ahora mandan en grandes empresas le llegan a la suela del zapato, pero no lo admitirían jamás.

7 comentarios:

Marioveganzones dijo...

Bueno, en mi caso mi carrera siempre fue demasiado teórica ( hago físicas) pero si algo e visto de diferencia estudiandola ahora en inglaterra es que aqui estudian cosas mucho mas practicas y en campos de estudio de la física hoy en día. ( sease nanotecnología, cuantica etc) mientras que en España nos entretenemos con calculo vectorial, espacios de hilbert y electromagnetismo.

pesimistas existenciales dijo...

Aunque es cierto que la critica es hacia aquel sistema en el que yo hacía integrales como mi madre croquetas (sin mancharme nunca de grasa de un motor) la verdad es que hablo de ese desprecio que sienten algunos hacia aquellos que por una u otra razón, no tienen un titulo. Los tipos más inteligentes nunca hablan de sus títulos aunque sí de sus logros. Parece a veces que no importan tus logros, sino tus titulos. Y tristemente a veces algunos se callan cuando la otra parte pone, como si pusiera los cojones encima de la mesa, sus matrículas de honor y no un razonamiento lógico.
Es lo de pensar que lo logico es tener a un tipo con experiencia en inf¡dustria de ministro de industria, a un profesor de ministro de educacion y, obviamente, a un medico de ministro de sanidad.
Duro tiene que ser mandar y sentar catedra sobre algo cuando nunca se ha ejercido.

reniegu dijo...

venga, como que no sabemos que para nada hace falta tener un título para ser un completo gilipollas. Vete a cualquier administración o empresa y verás que el más inútil de los administrativos, por el hecho de tener un ordenador, se siente suoperior al resto de trabajadores.
Ya en la mili, cualquier imbécil con fusil pùesto en la garita de guardia podía ser tu pesadilla, y todo porque le habían dado una cuota de poder.
al final es un problema de pedestales, unos los ganan, otros los roban y a otros se los dan por no aguantarlos. El problema es que al final todos se creen que el pedestal es suyo porque se lo merece más que nadie.

Anónimo dijo...

La descripción del profesor es inconfundible, Roberto Idiondo (RIP). Uno de los dinosaurios impresentables de informática en la Universidad de Deusto, por suerte, ya no quedan demasiados, el nivel del profesorado ha mejorado mucho.

pesimistas existenciales dijo...

Es él: premio.
¿se murio? Vaya... tambien era un dinosaurio, pero menor en la etsii

PEPE dijo...

Se podría decir que yo soy ingeniero de Caminos del año 1973 exclusivamente gracias al hecho de haber resuelto satisfactoriamente 3 problemas de matemáticas de primero y segundo curso ,que " ya conocía " y por eso tiré pa lante....Por lo demás luego vinieron asignaturas más bonitas y aprovechables algunas.
Y en la Escuela de Ing. de Minas de Oviedo estaba el profe de mat. D. Carlos Conde que al entrar al aula a dar clase hacia permanecer a los alumnos de pie hasta que a él se le ponía pasar lista ,y llegaba a decir que él ya sabía que cuando él explicaba nosotros no le entendíamos y por eso teníamos que ser nosotros los que nos debíamos de esforzar para lograr entenderlo. Y mucho más..

Anónimo dijo...

El Sr Roberto Idiondo, por decir algo lo de señor, fue un profesor impresentable, grosero, maleducado y machista que ridiculizaba a los alumnos y en especial a las alumnas en la pizarra. Hacía risas aprovechando su posición de superioridad ante la clase. Había que reír sus gracias. Hoy en día estaría expulsado de la universidad, denunciado y condenado por acoso, cuanto menos. Amen de prácticas corruptas como era la de obligar a los alumnos a comprar su libro de apuntes en la imprenta de la universidad y revisar uno por uno quien lo había comprado y quien no. También era frecuentes los aprobados a cambio de recibir algo a cambio. Lamentable sujeto.