10 de octubre de 2024

Vivir al borde del apocalipsis

Para la prensa todos los días son la víspera del fin de los tiempos.

Para Maria del Carmen todos los hombres que la miran por la calle son, en potencia, la relación estable definitiva y feliz que durará siempre.

Ni una cosa ni la otra son estadísticamente viables pero es bastante entretenido considerarlo. A unos les da lectores y a la otra un sonrojo en la mejillas muy agradable.

Tampoco es cierto, y lo admito, que esa última decisión sea la que termine conmigo hecho un ovillo en el pozo del fracaso absoluto tras una vida esforzada y sin ningún resultado tangible. Mi madre dice que siempre que llueve, escampa. Mi padre afirmaba que siempre se puede hacer mejor y mi abuela que no hace falta buscar mucho para encontrar a alguien por encima y alguien por debajo en cualquier asunto en el que tengamos a mal compararnos.

Una de las pocas ventajas que tiene vivir creyendo firmemente en el borde del acantilado del desastre es la capacidad de estar atento. El problema de estar atento es que no se puede todo el tiempo. Al final, acostumbrados al riesgo, los funambulistas son capaces de pensar en que se están quedando sin leche en la nevera mientras van de un lado al otro por el fino cable de la vida. La siguiente vez en que estemos seguros que llega la debacle tendremos una vocecita en la cabeza asegurando que lo más probable es que no suceda. Hay un disco que se titula "Existen moscas que se relajan durante el vuelo".

Es después, unas semanas después, cuando podemos ser conscientes que ya no va a volver a llamar o que lo que parecía ser un punto de inflexión, lo era. La última conversación, el último día que disfrutaste en un partido, la vez que ya no volviste a usar messenger o el final del concierto de tu grupo favorito no eras consciente que era definitivo. Normalmente las circunstancias no van acompañadas de alarmas metereológicas mientras los huracanes del destino te arrasan poquito a poco. Quizá, como las guerras, son dramáticos ajustes que hacen sitio a nuevos tiempos e incluso nuevas gentes. Podría compartimentar mi vida basándome en los tipos de personas que me rodeaban en cada momento: el grupo con el que compartía los recreos del colegio, los que estuvieron a mi lado en los azarosos tiempos de la adolescencia, quien compartía los apuntes de la universidad, la gente del trabajo, los amigos de mi pareja. Es raro que alguien pase todos esos filtros y dicen que no llegan nunca a cinco personas. Nadie sabe nunca el motivo por el que perduran. El resto de la gente, seguramente, no encajaría. A ese tipo tan listo con el que pasas tiempo charlando delante de un vino bueno jamás le hubieses elegido para el equipo de baloncesto del recreo. 


Si algo tiene vivir al borde del apocalipsis es que es la excusa perfecta para vivir en el cortoplazo. Emborracharse rápido, follar vigorosamente, gritar por la ventanilla del coche, ponerse dramático, exaltar la amistad, arrasar con los ahorros, dejar que la ansiedad conduzca el vehículo de las decisiones y justificarlo todo porque es la última vez.

También es la estrategia perfecta de los vendedores. "Solo por tiempo limitado". En esos casos no depende de la calidad o utilidad del producto. 

A ver si al final ese ametrallamiento excesivo con las más horribles tormentas, las olas de calor definitorias, las enfermedades epidémicas, el caos social, la fractura económica y la posibilidad de guerra termonuclear mundial van a ser solamente estrategias para que vivamos sin pensar en pasado mañana porque ayer ya fue el fin de los tiempos.

2 comentarios:

  1. A Mari Carmen
    no, a los de
    comunicación,
    que lo último
    que hacen ,
    es comunicar,
    los tengo
    sentenciados
    desde hace
    tiempo....
    carroñeros.

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  2. Es como el cuento de Pedro y el bobo que, al final, si te fijas mucho, te das cuenta que los dos son el mismo.
    ¿"LA" apocalipsis?

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