Descarte del libro "Dame CuerdaDame Cuerda"
Tenían costumbre de follar, los
jueves.
Con el paso del tiempo ni
siquiera sabían por qué, pero era los jueves. Daba exactamente lo mismo que
lloviera o que fuera uno de esos días de invierno en el que el primer soplo de
aire enmohece la nariz. A veces tenían que dejar las ventanas abiertas porque
el calor golpeaba, más fuerte que un fugitivo en la puerta de la iglesia, los
cristales. No había excusas ni motivos especiales, solamente el día de la
semana.
No hablaban de nada en especial.
No existían los hijos, enfermedades, los miedos ni las decepciones de los
trabajos. No pasaba el tiempo por sus cuerpos ni había un ápice de vida
anterior o de futuro. Ese instante, fugaz como son las pasiones, era el sobrecillo
de azúcar que, grano a grano, les iba endulzando. A veces, y cuando sucedía
siempre lo negaban, él se quedaba casi dormido sobre sus piernas mientras ella
jugaba con su pelo sin decir nada. En ocasiones ese sopor que se hace fuerte
entre las sábanas, aún con la forma de su mano arrugándolas, les poseía sin
darse cuenta que pasaban los minutos pero nunca las horas.
Eran capaces de verse a si mismos
tal y como se desvistieron, probablemente en jueves, muchos años atrás. Se
habían hecho más viejos, murieron personas a su lado, creyeron haber encontrado
a alguien en algún momento, leyeron libros de los que no hablaron, discutieron
con el mundo, estuvieron tristes y bailaron en la fiesta de algún pueblo con
pajar. Sin embargo cuando llegaba el jueves volvían a ser los mismos de la
primera vez. Aunque, si hicieran el esfuerzo de pensarlo, sabían que no era
igual, lo era. Ella seguía soltando un suspiro fuerte y entrecortado mientras
le tiemblan los labios y al entreabrir los ojos parece que siente vergüenza. El
sigue extendiendo la mano por su espalda como queriendo alcanzar el infinito y
le gusta quedarse mirándola como si se fuera a dormir en diagonal sobre la
cama.
Por alguna razón, los jueves, el
tiempo y el espacio se habían quedado parados. Siempre. Todos y cada uno de los
jueves. Sin obligación ni contrato, solamente costumbre.
Aquel día, probablemente, era
martes. Alguien hizo café y alguien habló de los hijos. Uno se quejó de la
espalda y otro comentó que estaba preocupado por quedarse sin trabajo. Los
padres estaban enfermos y el coche parecía no querer arrancar. -¿Tú sabes donde
hay un taller barato de confianza?- le preguntó. Un instante después explicaba
cómo aquel tipo parecía un buen tipo pero no era tan buen tipo después de pasar
por su cama. O era eso o que aquella mujer no supo cómo entenderle cuando
debían de entenderse. Se hizo una pausa y la cama se había ido a vivir a otro
continente, como una toma de esas en las que todo se aleja. Un plano secuencia
de unos segundos en el que pasan años y en el que, delante de ese mismo café, envejecen
y se alejan porque se vuelven humanos y eso es lo mismo que imperfectos.
“Real, pero no perfecta”-pone si
la buscas en whatsapp. Sigue jurando que los jueves no eran pausas perfectas en
el tiempo y en el espacio. “El amor es cuando lo excepcional se convierte en
costumbre”- le gusta decir a él cuando se empeña en conocer a alguien que tiene
prohibido aparecer los jueves. “¿Por qué no los jueves?”- le preguntan sin que
responda nada. Por supuesto que nadie aparece ningún día de la semana con esos
condicionantes.
Asi que aunque llueva o haga un
calor infernal, aunque la mañana se haga corta o el miércoles den una película
a la tarde, se acuerdan.
Los jueves.
Cogieron la costumbre de
recordarse, los jueves.
De verdad alguien quiso repetir todos los jueves??? Raro, raro, raro...
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