30 de diciembre de 2023

2023, el año de la happy hour.

Hay una línea muy débil entre ser bueno y ser un gilipollas. También la hay entre ser firme y ser un dictador, o ser inteligente y un aprovechado. Desafortunadamente también la hay entre ser incapaz y ser un caradura.

Cuando estábamos acabando nuestras carreras me comentaba un futuro (y ahora brillante) abogado cómo se había dado cuenta que podría dedicarse toda la vida a ir poniendo demandas aquí y allá para sacar rédito económico a la tergiversación de las leyes. No era necesario tener razón sino buscar la interpretación provechosa de la cuarta línea del noveno artículo de la ley en cuestión para retorcerla a su favor y sacarse unos dineros. No tiene que ser justo, ni lícito. En absoluto ha de ser moral pero sí sustentado en un texto escrito elevado a categoría de ley. Lo importante, como en algunas crónicas deportivas, es ganar.

Es perfectamente lógico considerar la necesidad de unas reglas que determinen de alguna forma la manera en la que nos relacionamos. Algo tan sencillo como que se va por tal lado de la carretera o que si el semáforo está en rojo no se puede pasar. Que no puedes llevarte la tele de tu vecino sin su permiso o violar a la oveja negra del rebaño del pastor. Sigo pensando, no sin más dificultad que antes, en la bondad primaria de las leyes. El día que alguien consideró que había que legislar lo hacía por una supuesta buena causa pero eso no quita que cuando nos vamos a la literalidad de las cosas se pervierta la causa.

Cuando el dueño del bar se dió cuenta que no venía nadie a las seis decidió poner una hora feliz pero los adolescentes se emborrachaban hasta las siete, y luego iban a buscar otra happy hour.

Con ese espíritu de maduración tardía algunos han llegado a la edad que se presupone adulta y, en un signo de falta de rigor, van buscando la oferta y la interpretación de las normas con el exclusivo criterio de su beneficio personal. Da exactamente lo mismo que el del bar tenga que cerrar, porque aparecerá otro. Da igual que sea necesario porque se pondrá en marcha un artificio mental en el que el/la/le/li/lo/lu será merecedor de esa ventaja porque si, porque es gordo, cojo, mujer, negro, chino, proletario, trabajador, contribuyente, porque no tiene netflix o porque tiene los huevos morenos.

Y cada año que pasa hay un nuevo derecho y una obligación maquillada. Vamos acumulando interpretaciones y saltando líneas hasta que , sinceramente, sea insostenible.

El año 2023 ha sido otro año de Happy Hour y conozco a más de uno que, en vez de desarrollar su sentido común, agota sus recursos en retorcer la forma en la que sacar ventaja mientras se justifica ante un enemigo malísimo. Conocí, hace muchos años, a un grupo de muchachos que vendían enciclopedias a las viejas en sus casas y me decían que podría decirse que engañaban a las señoras pero si no lo hacían ellos, lo harían otros después.

Ahora el gobierno, el vecino y el que aparca a tu lado en el garaje te están intentando vender enciclopedias. Al menos no te las venden otros, que son mucho más malos.

20 de diciembre de 2023

Los dolores perennes.

Existen grandísimas mentiras que nos gusta creer. Tampoco, como los decimales de pi, pueden escribirse todas. De la misma forma que existen juegos en los que la única forma de ganar es no jugar, hay obviedades que simplemente hay que admitirlas. Algunos lo descubren con el cuarto decimal y otros llegan al número un millón, pero el resultado es el mismo.

Durante muchos años quise creer que aceptar la verdad era una forma de rendición. Que, en el campo de batalla de la vida y entre las trincheras que son los momentos de calma que van llegando poco a poco disfrazados de armisticios, asumir que siempre habrá fronteras y enemigos con los que llegar a acuerdos era perder.

No lo es.

Si algo tienen los años es ir aceptando la certificación de lo crónico. Es su segunda acepción y dicho de una dolencia es: habitual. Uno se levanta con ello, se acuesta con ello y baja en el ascensor con ello. Por mucho que se vaya al fisioterapeuta, se haga un ejercicio de mantenimiento, se lea un libro de autoayuda o acuda a las drogas, está ahí. Nunca estuvo en nuestros propósitos e incluso podemos jurar y demostrar que no dimos pasos en aquella dirección pero está. Como las arrugas, como la calvicie, como un día de lluvia esperando delante de un semáforo en rojo.

Es cierto, absolutamente, que los amigos, la certeza de que alguien nos quiere, respirar los martes, los atardeceres frente al Cantábrico o simplemente dormir ocho horas es algo que está ahí y que muchas veces lo damos como algo que no tiene importancia aunque es un milagro que tenemos frente a nosotros cada día. De la misma forma hay dolores disfrazados de ausencias que están, perennes. Es un dolor que se vive como una punzada y una sensación de desamparo parecida a estar perdido en un camino desconocido esperando, en vano, esa mirada a la que recurrir cuando no se sabe el desvío que tomar.

Sin embargo, con el tiempo y los años, se vive con ello. Así que sé que todos los días duele y algunos, sin buscarlo, son un poco más intensos. Hoy es 20 de diciembre.