( Estoy buscando personajes y se me ha ocurrido uno que no quiero que se me olvide. Necesito gente que parece que es feliz pero con un trasfondo turbio)
Marta.
Dos hijos bien criados y los domingos subiendo al monte. Una mallas más prácticas que eróticas y unas zapatillas de esas limpias que acaban con barro al final de la mañana. Lleva siempre una sorpresa para comer y celebrar que se ha llegado al destino cuando la meta es el principio de la bajada. Siempre dispuesta, sonriente, organizativa y participativa hasta decir basta. Disfruta de los dias de sol y de los dias grises. Si alguien está, es Marta. La vida parece fácil a su lado. Va a por las raciones en los bares y recuerda perfectamente quien toma el café solo y quien prefiere sacarina en vez de azúcar. Con el pelo corto y rizado, siempre sonriente y dispuesta a ponerse en modo escuchante si es que la necesitas. Da consejos prácticos y dispone de una palabra adecuada sin resultar intrusiva. No tiene un gramo de pedantería mientras se convierte en la que te ayuda a montar un mueble o la que te da los buenos dias preguntando sinceramente que qué tal te va. Sus horarios, como auxiliar geriátrica, la hacen desaparecer las mañanas que tiene turno de noche pero sabes que es una fija de las sobremesas. Prepara las fiestas y se queda a recoger los vasos cuando terminan. Activa y poblada de curvas, corretea por la casa con el mismo control que tiene un entrenador poco autoritario sobre sus jugadores, que no preguntan si la táctica es la correcta mientras hacen lo que se espera de ellos. Marca en los mapas los sitios en los que parar si es que los trayectos son largos y lo mismo te canta una de los Chichos como los grandes éxitos de Sabina. Baila con un poco de reggetton mientras se ríe a mandíbula batiente.
Y una noche al mes, en su turno de noche, se acerca a la cama de algún residente. Enciende la luz gris y puntual que hay sobre el cabecero, al lado de las tomas de oxígeno. Se sienta delante con una de esas sillas fuertes y anacrónicas, poniendo el respaldo sobre su pecho. Espera que se despierte. Le sonríe. Deja que los ojos, unos centímetros por encima de las tomas que entran en la nariz, se fijen en su escote. Cuando ha captado su atención da la vuelta a la silla y se sienta mientras abre las piernas y sube las manos por sus muslos, levantando un poco el uniforme. Se fija en el movimiento de las cejas que piden a los ojos captar mucha más información. Abre uno de los botones y sabe que se le ve el borde de la ropa interior, con inquietantes momentos transparentes. Si abre el segundo botón y agarra de abajo hacia arriba sus pechos casi parece que se le salen. También sabe poner cara libidinosa y jugar con la punta de la lengua sobre la comisura de los labios. Los años de experiencia le evitan reconocer el efecto que genera en la frecuencia cardiaca mientras en su cabeza ha aprendido a interpretar el pip, más o menos veloz, con los movimientos temblorosos de una excitación en la tercera edad. Se expone, voluptuosamente explícita, frente a la cardiopatía severa de su espectador. Le excita sobremanera saberse intensamente deseada, como una estrella que degusta la admiración de un fan que es capaz de despegarse de si mismo por adorarla. Un penitente convencido que no hay más dios que el que se le aparece y que no hay más vida que la que esa aparición te da o, cuando a ella se le asoma el primer pezón, te quita.
Marta mata a uno de sus pacientes al mes en lo que cree que es una buena obra para un enfermo terminal pero que , en realidad, es un acto de egolatría. Sin tocar, entre las sombras, con alevosía y mucha sensualidad. Marta ha desarrollado la eutanasia sexual.
Después, por la mañana, dice que está triste porque se le ha muerto uno de sus viejecitos pero está segura que lo cuidó, como nadie, hasta el último minuto. Y te pregunta cual es el monte al que vais a subir el domingo. Tiene que lavar las mallas.
Pues como ensayo lo has bordado, has ensayado técnica?
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