Hace más años de lo que puedo admitir mi trabajo consistía en ir de banco en banco, a primera hora de la mañana, con mis billetes en el bolsillo, mis órdenes en una carpetilla y una lista de propósitos a realizar con todos y cada uno de los cajeros que, gentilmente, ya me llamaban por mi nombre.
Supongo, no sin cierta nostalgia, que eran esos tiempos en los que salía un tipo con un mono puesto en la gasolinera y te echaba gasolina antes de cobrarte, después de saludar y de llenar el depósito. A mi tía, que siempre fue una dama, hasta le limpiaban el cristal. Claro, que era muy de dar propina.
En las terrazas de Madrid se veía algo tan castizo como los camareros, con pajarita y camisa blanca, atentos a las indicaciones de los clientes para que les sirvieran otra ronda, que acompañan con una tapa.
Debajo de mi casa, en Ultramarinos Benito, yo cogía el pan y mi madre bajaba a pagar todas las semanas las cuentas pendientes.
Incluso recuerdo estar improvisando el pedido de la comida basura mientras se echa una mirada al gran cartel luminoso que está encima de la caja donde un futuro abogado en paro, te atiende con la gorra de la compañía.
Pues bien.
Ahora resulta que los pedidos los tienes que hacer en unas enormes pantallas táctiles, que tú te coges el pan y lo pagas al pasar por caja, que echar gasolina torpemente es una asignatura en la autoescuela y que tienes que levantarte a pedir en el bar. No está el chico que te atendía y te soportaba. Ya no quedan camareros incansables pendientes de un nuevo pedido como un subastador esperando una nueva puja.
Hace más años de lo que debo admitir una cajera me dijo que no podía ingresar dinero en ventanilla. No podía, aunque fuera mi cuenta y fuera medio millón de pesetillas. Que tenía que hacerlo en el cajero. Que si no lo hacía en el cajero me iba a cobrar una comisión. Así que quité aquella cuenta y me fui a otro banco. Y me pasó lo mismo con el tiempo. Después, con una pandemia, usaron la excusa de que el dinero puede estar contaminado y tuve que usar la jodida máquina del exterior con sus normas infranqueables. No puedo meter más de una cantidad, no me admite billetes de 500, no puedo usarla el 20% de las veces porque hay problemas técnicos. "Si todo sigue así"- le dije a la chica que me mandó a la máquina- "te vas a quedar sin trabajo". Me respondió que "son las normas". Aquello era la Caixa y ayer mandaron al paro a 8300 personas. Hoy casi 4000 del BBVA. No son los primeros ni van a ser los últimos.
Se llama revolución 4.0.
Curiosamente, casi como el poema de Niemöller, como no trabajo en un banco hago como que no me importa. Cuando te pase a ti será demasiado tarde.
Y será un mundo sin personas porque parece que, como en la Superliga de fútbol ( que se planteaba para ser rentable sin público), es lo que sobra.
Yo sólo pongo gasolina en las estaciones en que hay empleado para repostar. Si estoy de viaje y tengo dudas me jodo, pero en mi zona habitual sé cuáles son y voy a ellas.
ResponderEliminarY, POR SUPUESTO, cojo el pan en una panadería en la que me atienden personas que me conocen y me saludan.
También compro chismes electrónicos en tiendas que conozco, no importa que estén aquí en Oviedo, o en Bilbao. Prefiero sufrir sólo una vez.
Gracias
Y yo igual,
ResponderEliminarNo estoy de acuerdo. Somos seres sociales, es una cuestión de economía, pero no puedo creer que con el tiempo dejaremos de relacionarnos.
ResponderEliminarOtra cosa es que salga más barato para las empresas reducir la mano de obra, y si, al final llegamos a ese punto, nuestra generación no lo vivirá, gracias a dios.