Hay muchas circunstancias que nos marcan. Muchas. Demasiadas. No son solamente los dramas o los grandes triunfos. No son las magníficas de una forma exclusiva. No son las pandemias. A veces solamente esos son los momentos en los que pararse , un momento, a coger aire. O saltar. O coger impulso. Lo desconozco.
Pero esas circunstancias se pueden dividir en tres tipos.
En un lado está lo imponderable: La lluvia. El viento que nos mueve de un carril a otro de la carretera. Los accidentes sin responsable. Las zancadillas de quien no conocemos y nos desconoce.
En el otro viven todas esas cosa que se suman al baúl de la responsabilidad personal. Todas esas pequeñas decisiones que nos llevaron a donde estamos. Esas llamadas que no hicimos. Esas noches en soledad que no supimos gestionar nuestros fantasmas. Los mensajes que borramos antes de enviar. Los cursos que no terminamos. Las palabras que se nos quedaron en la punta de la lengua. Todo lo que se echó a perder por orgullo y las mil millones de ocasiones en las que no creímos capaces de poder solos lo que es necesario hacer acompañado.
Y en un tercer tipo está lo que podemos hacer realmente. No lo que quisiéramos hacer ni lo que creemos que sería factible. No puedo teletransportarme aunque sí que puedo coger un autobús. Puedo pedir perdón. Puedo asumir que ese amigo nunca va a volver o que ella vive mejor sin mi presencia cerca. No hacer nada es hacer algo. Puedo ordenar los cajones, fregar el suelo, sentarme frente a un folio en blanco y asumirme. Reconocerme. Aceptar que a la próxima pandemia hay que llegar con el relleno adecuado para este vacío generado. No dudar entre lo imponderable y mi responsabilidad personal si aún me queda tiempo para no volver a sentirme como en estos días llenos de horas.
Es mucho más sencillo sentarse a echar la culpa a los demás, como un estúpido o un fanático estúpido. Podemos contar que no fue lo que fue porque llovía o porque no nos dejaron. "Llegué borracho aquella noche porque me dieron otra copa"- aunque te la bebiste tú. Es mucho más sencillo decir que no se inventó el teletransporte o creer que estamos acompañados porque, aunque fuimos incapaces de hablar, echamos un polvo infame como quien dice que es cinéfilo porque se durmió delante de una tele un domingo después de comer. Lo mejor de follar es quedarse acompañado después, aunque sea un momento fugaz, bajo la manta del calor que teje la complicidad y ese refugio donde tuviste la sensación que nada malo podía suceder. Sobre todo es mucho más fácil vivir sin mirarse dentro para sentir el eco que tiene el vacío.
El truco , quizá, es tener el valor de poner cada circunstancia en su lugar y actuar. Sobre todo actuar. Como un payaso entonando una gran canción de la mejor manera que puede.
A veces hacer no es lograrlo pero sí intentarlo.
No vienen tiempos para, como un adolescente al que el profesor le tiene manía o no le va rápida la wifi, dejarse caer en la droga del victimismo.
El truco , quizá, es tener el valor de poner cada circunstancia en su lugar y actuar. Sobre todo actuar. Como un payaso entonando una gran canción de la mejor manera que puede.
A veces hacer no es lograrlo pero sí intentarlo.
No vienen tiempos para, como un adolescente al que el profesor le tiene manía o no le va rápida la wifi, dejarse caer en la droga del victimismo.
El victimismo, eso si que es una pandemia. Personas inmaduras que son incapaces de asumir nada porque siempre les queda más a mano cualquiera a quien culpar de sus actos. Una buena receta: alejarse de esos agujeros negros, y cuanto antes mejor.
ResponderEliminarSiempre hay alguien que lo explica mejor que yo https://youtu.be/2Z8z5WgMIhA
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