28 de enero de 2020

El efecto Rashomon

Con el nombre de una película de Kurosawa el efecto Rashomon viene a explicar que el mismo hecho, sin incluir ningún dato falso pero explicado por tres personas diferentes da lugar a tres historias distintas.

En realidad, buscando una explicación a algo absolutamente cierto, se presupone que el cerebro humano vive ansioso por encontrar lógica a lo que sucede y que, en virtud de localizar una respuesta que le haga quedar en paz con lo que es capaz de recordar, adecúa esos elementos ciertos en un discurso que tenga sentido, al menos, para el individuo que lo narra.

El Homo Narrador, lo llaman.

Cada día o al menos con este exceso de información que nos abruma resulta más obvio. Se cogen unas estadísticas y se saca el dato que nos interesa para establecer un discurso en el que nuestra concepción previa y nosotros mismos quedemos, literalmente, a salvo de críticas.

Hasta hace poco mi teoría básica se basaba en el desconocimiento de la realidad de los demás. Es decir, que si no has sido autónomo en tu puta vida con las deudas persiguiendo tu culo y dos empleados de baja es imposible que puedas solucionar un puto problema de los de verdad porque crees que todas las empresas son Amazon. (va por este inútil) Y el problema no es que sea un inútil sino que su visión de la realidad es la que es y se le ha olvidado que hay más realidades que personas. Recuerdo un estudio que hicieron hace muchos años en un pueblo escondido de Uzbequistan donde las respuestas de las gentes eran acordes con la realidad que conocían y no con la realidad global. No es que fueran más tontas sino que lo que viven es lo que determina su respuesta. Para los adolescentes que han sido criados en la sobreprotección infinita y económica de sus familias mancharse las manos no es una opción. Para quien ha sido educado en que la culpa siempre es de otro resulta complicado aceptar la responsabilidad personal.

De esta influencia brutal del universo que nos creemos como verdadero, obviamente, habrá un poco.

Pero también existe ese efecto Rashomon en el que, una vez consumados los hechos, necesitamos explicarlos acorde con lo que nos viene bien y, sobre todo, nos deja en buen lugar.

La mente y sobre todo esa manera que tiene de ir modificando los recuerdos, procura dejarnos bien cuando hay que contar la historia. Contar cómo nos arruinamos o cómo nos dejó aquella mujer. Contar cómo en ese accidente el otro venía como un loco. Explicar, razonadamente en una consecución de silogismos, la concatenación de circunstancias que nos llevaron de A hasta B. Y que ella lo cuente, desde los mismos datos, a lo largo de una historia que parece otra es un ejemplo de que este efecto es cierto.

En el ejemplo anterior: Probablemente su universo está lleno de hombres desagradecidos pero no miente cuando lo narra. Yo tampoco cuando lo cuento. Para ella soy el malo. Para mi, simplemente, me dejó marchar.
Por mi parte he de admitir que siempre borro los chats. Es una manía. La literalidad, como las hemerotecas, suele ser demasiado fría y carece de detalles. Creo que el recuerdo es capaz de filtrarlo todo y hacerlo suave. Es más, acepto como cierto que el regusto de una conversación es mucho más cierta que las palabras que se emplearon para ello. Aunque soy consciente que me quedo con lo que no me hace tanto daño y que parecerá una historia diferente si lo cuentas tú, sigo borrando los chats.

La memoria nos protege más de lo que pensamos. El homo narrador se cuida de sus fantasmas creando historias a medida.

1 comentario:

  1. Claro que es mucho mejor conversar que chatear.
    Por supuesto que la labilidad de la memoria es espléndida; no hay citas exactas; traductor igual a traidor.

    En todo caso, sigo el enlace y leo lo que dijo el memo, hermano del memo, tocayo del memo, y me quedo ojiplático. Ejemplo idiota del efecto Mamón que cuentas. No tienen ni puta idea del daño que van a provocar.

    ¿Sabes que un Oviedo-Gijón, ida y vuelta, cuesta 6.80 y el billete en AVALOS de Madrid a Barcelona sólo 5?

    No digo más...

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