8 de septiembre de 2018

Septiembre, mes de cobardes.

Existen una serie de elementos o avatares de la vida que resultan desconcertantes cuando se piensa en ellos. El ejemplo más claro es el amor de verano. Ese que te dice que te quiere y que no quiere dejar de verte, de acariciarte con la tranquilidad y el calor que dan las noches junto a la costa. Es una de esas cosas que te gusta creer, de aquello que es capaz de tranquilizarte y de hacerte pensar que si, que esta vez sí, que ésta es la definitiva. Después llega septiembre y empiezan las tormentas, bajan las temperaturas y, por alguna razón que nadie es capaz de entender, la vida de verdad saca la sierra mecánica contra los sueños, partiéndolos en dos.

Otro de los grandes desconciertos es la amistad. Algo que suena a valor infinito y que, un día, ya no está. Normalmente los mejores amigos desaparecen como los amantes que se iban a quedar y ya no responden a los mensajes. Ella dijo "aunque no quieras yo siempre estaré cerca" y no sé si quizá la has visto, como aquella canción de Dylan: si la ves dile hola. (I'm not that hard to find / Tell her she can look me up / If she's got the time). Se difuminó como se difuminan los septiembres. No hablo de éste septiembre.

Y la ideología de izquierdas. Oh, que ironía. Como todo aquello que nos gusta pensar que somos pero que, en realidad, no lo somos. Somos buenos, somos consecuentes y elegantes. Cuando decimos algo lo decimos de verdad hasta que la verdad llama a nuestra puerta. Hay que repartir hasta que nos toca dar a nosotros. En ese momento, como los de Bilbao que proponen una bravuconada y les aceptan el órdago, ya no somos del mismo Bilbao sino de los alrededores.

Es conocido por todos la enorme capacidad humana de traicionar a los propósitos. Dejar de fumar, leer más, hacer deporte. Nos encanta, en este mundo contemporáneo, dar lecciones a los demás pero no llevar a cabo nuestras propias lecciones. Ser "los trabajadores más honestos" pero seguir de baja otro mes más. Lo curioso no es que haya una población que viva mintiéndose a si misma,  que es lo que hemos hecho algunos, sino que han aceptado que eso es lo que va a suceder. Es decir, y es un planteamiento millenial al 100%, como mis amigos me van a fallar, como los amantes se irán, como el trabajo me va a castigar y el futuro no va a devolverme el esfuerzo que haga por él, tiraré la toalla antes de empezar. No creeré en lo que me digas, miraré por mi satisfacción inmediata, no me levantaré de la cama si tengo sueño y, si hace frío, no te pediré un abrazo para no oír la nueva excusa que no me lo dé y me haga sentir culpable. Porque me dirás que no fui, que no llamé, que no utilicé las palabras adecuadas o que las zapatillas no estaban a juego con mis pantalones. Me dirás que hiciste lo posible, que pusiste los medios, que viste esa serie que tanto asco te da y que soportaste a mi cuñada. Balones fuera, septiembre en pleno apogeo. "Vos no sabés cuanto te quise" pero se fué. Y, claro está, marcharse antes de que se vaya es menos doloroso.

Con la edad se aprende a no confiar pero algunos tenemos una tendencia absurda a seguir en la pelea, mandar otro mensaje, creer que es posible. Es lo que me hace apretar los dientes por las mañanas y volver a levantar la persiana de la vida mientras observo, atónito, como por el camino salen corriendo desertores del esfuerzo.

Rendirse sin pelear puede sonar a ser inteligente pero en muchos casos es de cobardes. Es cómodo. Sentado se engorda y se tienen enfermedades coronarias

Septiembre, cada vez más, es el mes de los cobardes.

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