13 de junio de 2018

Como la vida misma.

Yo he tenido novias que me han durado menos que un ministro de cultura y penas de cárcel menos duras que las de los maridos de las infantas. He recibido promesas de refugio más allá de las costas de Valencia y he tenido que dimitir alguna vez después de una moción de censura a mis espaldas acordada en algún cuarto  piso, a la izquierda de la entrada que es donde está la cama. He defraudado alguna vez y he pagado por mis delitos durante años con la misma cara de un japonés poco honorable. He estado brillante sobre el estrado en el que me explayo, en contadas ocasiones, al final de mi pasillo e incluso alguna vez fui el seleccionador emocionado al principio de un mundial y la cagué a tres días del principio de mi sueño.

Y unos días llovió aunque me contaron que, después, volvería a salir el sol mucho más ardiente en el sur. Por eso allí los sueños llevan el pelo colorado.

Así que las noticias son como la vida misma. Porque somos muy de melodramas de tercera división y de amores imposibles. Lo que no hice fue escaparme a Suiza como un cobarde aunque me cayeran más hostias en el módulo cuatro.

Dimitir o cumplir condena está muy mal visto, seas quien seas. Por eso los miserables se van al médico suplicando por una baja y cuentan lo listos que son en el bar. Por eso algunos no dimiten aunque les pillen con el cadáver en el maletero del coche o los pisos pagados con dinero en metálico.

Si la condena social es la misma mejor vivirla en una playa.

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