18 de mayo de 2018

El espacio y la anécdota.

Una de las cosas que no la perdonaré nunca es que el día que murió mi padre, cuando la llamé para pedirle que hiciera visible la noticia entre las amistades que teníamos en común, no hizo nada y me obligó a pasar el mal trago de tener que explicarlo a todas aquellas personas no de forma global sino una a una cada vez que me las encontraba. Supongo que fue su venganza por haberla cambiado por otra y parte de mi ceguera por creer que hay momentos en los que las revanchas no están por encima de los acontecimientos.

Ni siquiera fue una venganza sino que simplemente en aquel momento yo ya no existía de ninguna de las múltiples formas en las que existen las personas. Mucho menos incluso aquellas a las que tuvimos algo más que cariño.

Hay quien cierra las puertas y las deja atrancadas de una manera casi atlética, como si entrenasen.

Recuerdo perfectamente cómo nos complicamos el primer dia que pasó a formar parte del tiempo que se puede describir como un tiempo en común. Yo venía, y nunca lo admití, de despertarme en casa ajena. Un despertar de esos casi que llevan incorporado el susto porque en las fotos de la mesilla no aparece nadie conocido. Por el camino hacia una dignísima comida familiar pensé, con la misma neurona que me sacó de aquel lugar y me metió en el coche, que la noche anterior había sido un aviso y una mirada a través de la cerradura de una puerta que no quería pasar. Entonces ella apareció: correcta y pequeña, sonriente y adecuada, preguntando si quería ir a no sé qué fiesta con ella y sus amigos. Y fui. Y todo era sencillo y fácil. Agradable. Era como pasar de ver Trainspotting (sin drogas)  a Love Actually. Y me quedé ahí. La realidad es que los remansos de paz, aburridos y con una temperatura estable, son lugares para quedarse. Empecé a vestir mejor, a hablar utilizando todas las partes de las frases y a seccionar el mundo de todas las cosas desagradables que lleva consigo. Yo era el chico malo que se había hecho bueno (sin haber sido jamás ninguna de las dos cosas) y ella , no sé, supongo que le gustaba sentir que me estaba moldeando. Hay personas que disfrutan mucho más que yo convirtiendo a alguien en lo que desean para ellas en vez de buscar,  que siempre es mucho más agotador.


Entonces un día descubrí, de la forma en la que se descubren las cosas en la ducha que es como una revelación, que esa parte que todos nos escondemos se estaba haciendo poderosa. Que necesitaba volver a ella, a mi interior más profundo, de vez en cuando. Me pasó algo similar muchos años después, al salir de una casa donde habitaba una mujer morena y llena de formas. Me preguntó donde iba y respondí que a esconderme. En realidad me fui a uno de mis lugares de soledad favorita, entre restos de grandes obras derrumbadas y al borde de los acantilados del cantábrico. Solo. Buscando en el aire respuestas a preguntas que aún no me había hecho.  Si no se destapa la olla veces se explota. Reconozco que es decepcionante si alguien se marcha de tu lado jurando que necesita, de una manera imperiosa, sentirse solo.

A partir de entonces no dejarme moldear era una prioridad,  una resistencia. Lo que nos unía empezó a ser la excusa para separarnos. Y lo hicimos. Un verano, en vez de ir a las fiestas del club naútico, que es donde ella era feliz con un aspecto casi ibicenco, yo me encerré en casa con las persianas bajadas, unas cuantas cervezas y muchos folios en blanco. Ella se fue a Cuba. Yo me hice fuerte en una cueva y busqué alguien que no quisiera que fuera otra persona para seguir siendo yo: alguien a quien aborrecer.

Dos meses después apareció como si no hubiera pasado nada. Sonreía. Encontró el estuche de sus lentillas exactamente en el mismo lugar en el que lo había dejado y salimos a cenar a algún lugar de moda  ordenado,  con esos aspectos que tienen los lugares que describen lo que es "alternativo" en  el diccionario de quienes cambian de coche cada cuatro años. Allí le dije que no estaba solo y ella puso cara de gacela cómplice, de ostra con perla, para asegurar que eso era obvio porque estábamos juntos. Volví a repetirlo y me preguntó por qué. "Porque te fuiste a tu mundo". Y me juró que lo que había sucedido es que yo no había querido ir, que hubiera sido mucho mejor persona habiéndome dejado y solamente me callé, cené, hablé de asuntos intrascendentes y dormí en la habitación de invitados.

El resto, incluido cuando dos años después me acerqué a ella en la playa para disculparme tarde pero sincero y cuando hizo ese gesto extraño de girarse sin que se viera nada porque se quita los tirantes para que no queden marcas, es una anécdota. Lo de su venganza, también.

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