(Como se celebra el día del libro, os dejo un extracto de "Sé que eres un estúpido")
—Tenemos con nosotros a Roberto Martínez.
Aparece un tipo con barba, camisa,
pantalón vaquero y casi con cara de aburrido. Quizá podría ser un tipo con mala
leche continua que pide pan y no una
baguette integral de media cocción.
—Roberto, no puedo evitar preguntar:
¿todo nos parece una mierda?
—Bueno. Hay que poner un título.
—Sí. También es verdad. Pero, digo yo,
¿no había otras opciones?
—Claro que sí. Siempre hay más opciones,
pero Como sigamos así nos vamos a ir
todos a la mierda, me dijeron que era muy largo. Así que aproveché el título de una canción pop.
—¿Realmente lo crees?
—Sí. De forma casi inalterable. En
realidad, hemos perdido el control de nosotros mismos. Desde la estantería
donde nos ponen los productos que debemos comprar en el supermercado hasta la
manera que tenemos de aceptar una serie de normas que nos han ido imponiendo
sin preguntarnos la lógica de las mismas. El libro es resultado de todos esos
momentos y de todas esas situaciones históricas de los últimos años que nos han
llevado por un camino que, si lo hubiéramos pensado diez minutos, no hubiéramos
elegido y, sin embargo, es por el que vamos caminando.
—¿Y a dónde crees que vamos?
—¿Sinceramente? ¿Se puede decir a esta
hora?
—Claro.
—A tomar por culo—dice después de un
suspiro.
—No me das muchas esperanzas, la
verdad.
—Vamos a ver. Esperanzas hay. Siempre
hay esperanza. Pero hay muchas semanas en las que me siento delante de la
pantalla, busco entre las noticias e intento encontrar algo que me diga que
somos capaces de arropar entre todos a aquellas personas, propuestas o inventos
que hagan mejorar al planeta. Y cuándo un tipo descubre una manera de
potabilizar el agua de los manantiales de África resulta que no consigue
financiación mientras hacemos millonario a otro que ha puesto un gancho en un
palo para que tu prima se haga fotos donde salgamos todos. Eso me cabrea.
Cuando lo explico resulta que también le cabrea a los demás, pero dos años
después se siguen muriendo de sed en África y el inventor del palo está en su
piscina lanzando chorritos por la boca como si fuera el mismísimo Manneken Pis
o una ballena en medio de la opulencia del capitalismo. ¡Ojo!, que el
capitalismo no está mal, pero no elige a sus héroes de una manera inteligente
porque si alguien se hace millonario por acabar con las guerras, las
desigualdades o el hambre, yo mismo estaría contento de que me pasara su
triunfo por las narices, pero no, eso no pasa. Y eso es lo que me hace pensar
que todo es una mierda.
—Hombre, visto así, sí.
—Pues eso mismo. Ahora hay elecciones.
¿Va a cambiar algo con nuestro voto? ¿Alguien no nos va a prometer la felicidad
eterna o dos docenas de vírgenes a cambio de una papeleta? ¿Lo van a cumplir?
Ni siquiera eso. ¿Lo pueden cumplir? Claro que no. No pueden porque, si lo
pensamos con lógica, no es posible. No puede ser todo el mundo rico o todos
guapos o todos altos o todos felices. No se puede. No hay una sola promesa de
amor eterno que dure todos los días y no tendrá éxito alguien que prometa
querernos los martes impares y el resto del tiempo respetarnos porque ahí
estará, con los cuellos de la camisa por fuera, Tony Manero asegurando que nos
puede dar todo siempre. A todas horas. Siempre. Para toda la vida.
—Entonces no crees en las promesas.
—No creo en las promesas imposibles o
en todo aquello que suene a infinito porque es imposible. Es como creer que tú,
que estás aquí cada noche, siempre estás de buen humor o que yo, que no hago
más que quejarme, soy como has dicho antes: un hipocondríaco social.
—Yo siempre estoy de buen humor.
—Y si mi abuela tuviera ruedas sería
un carrito.
—Vale. No siempre. Pero tú dices que
las personas no son buenas.
—Al contrario. Creo que son buenas. Es
más, creo que nos gusta creernos las historias y las promesas. Confiamos. Es
algo que nos viene por naturaleza. Pero también nos viene por naturaleza ser
permeables a los cuentos. Y la verdad nunca es un cuento. Creerlo y actuar
esperando el final del cuento feliz, como si nos vinieran a rescatar siempre en
corceles blancos sin hacer nada más que estar esperando, es una estupidez. A
veces uno se esfuerza y no le sale bien. A veces hay que limpiar debajo de la
cama porque si no lo haces salen esas bolas de polvo gris que parecen esas
cosas que vagan por el desierto cuando John Wayne va con su caballo. A veces hay
que pararse a pensar un poco antes de hacer las cosas y a veces, como las
personas somos intrínsecamente buenas, si pensamos todos es probable que
hagamos algo bien.
—¿Y no lo hacemos?
—No. Ese es el problema. Sabemos que
hay niños haciendo camisas en vez de estudiar y nos enfurece, pero después
compramos las más baratas sin pensar por qué lo son. Eso es lo mismo que votar
imposibles. No queremos pagar impuestos, pero queremos luz en las calles.
Queremos estar orgullosos de nuestros científicos, pero pagamos por ir a ver a
futbolistas. Nadie cobra entrada por ver a un tipo analizando ADN en un
laboratorio ni los patrocinan con publicidad en sus batas.
—Tampoco pasa eso en otros países.
—No. No digo que sea un problema
nuestro. Es un problema global. Sucede en todo el mundo. Tenemos información.
Tenemos conciencia. Tenemos hasta una bondad implícita dentro de nosotros
independientemente de nuestra religión o nuestras diferencias. Sabemos
perfectamente lo que es bueno y lo que es malo. Aquí y en cualquier otra parte
del mundo. Sin embargo, fomentamos, apoyamos y promocionamos muchas de aquellas
cosas que repudiamos. Desde el agotamiento de los recursos del planeta hasta el
tráfico de seres humanos, la explotación infantil o la esclavitud laboral. Y
entonces es cuando nos sentamos delante del televisor, viendo las noticias y lo
decimos.
—Que todo nos parece una mierda.
—Efectivamente.
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