4 de abril de 2018

¿Si tus amigos se tiran por el puente? Te tiras.

Lo primero que hay que decir al seguro cuando te roban  algo es que fue con violencia, con mucha violencia. Algo casi de película de Charles Bronson. Porque si es un hurto quiere decir que te han robado por gilipollas y ser un gilipollas no está cubierto por el seguro.

Se aprende en primero de partes al seguro.

Si algo tenemos claro es que el elemento más débil es aquel por el que se rompe la cadena. En la tecnología el elemento más débil siempre es el usuario porque existe una probabilidad muy alta de que sea gilipollas. O torpe. O tonto. O estúpido,que no es lo mismo pero como resultado puede ser casi igual.

Hay una gran indignación porque resulta que alguno ha descubierto que facebook se alimenta de la venta de sus datos. Se sorprenden y se indignan, a partes iguales, cuando es algo que ya se sabía. Es algo parecido a asustarse porque en invierno hace frío y en verano calor. Lo ponen en sus perfiles diciendo que sus datos son suyos y después, como quien no quiere la cosa, ponen fotos de sus hijos menores o la marca de su nuevo coche o si quieren comprar un jersey. Lógico es pensar que como son sus datos facebook no va a ir a un vendedor de jerseys a decirle que un tipo quiere uno de lana. Claro, no lo va a hacer.

Hablando del tema comentaba con un muchacho que si yo, digamos, tuviera el dato de qué persona atractiva tiene ganas de no dormir sola y puedo vender ese dato en la puerta del bar en el que va a entrar, quizá es más que probable que alguien pagara por ello a fin de incrementar sus probabilidades de éxito. Bien, pues en ese caso yo soy facebook , el comprador una compañía y la persona, que ha entrado gratis a cambio de esa información, no tiene derecho a escandalizarse porque  el dato me lo ha dado ella, que es, una vez más el elemento más débil de la cadena. Y el producto.

Cuando algo es gratis el producto eres tú.
Pero nos centramos en Facebook cuando en realidad las aplicaciones lo que buscan en saber más y más de nosotros para descubrir, después, a quien  se lo pueden vender. Grindr, la aplicación estrella de contactos homosexuales, tiene un apartado en el que los usuarios indican si son portadores de ViH para que de esa forma los demás sepan el riesgo. Es algo muy digno pero da la casualidad que ha vendido ese dato y alguno se lleva las manos a la cabeza porque le legan anuncios de farmaceúticas que no deberían de saberlo. Pero lo saben y lo saben porque se lo has dicho tú, que eres gilipollas.

Google vende tus intereses de compra, los sitios donde estás, a quien llamas, las horas que el teléfono se queda en la mesilla de noche. El banco el dinero que tienes, dónde sacas la tarjeta. Las tarjetas de fidelización de cliente cruzan los productos que compras y saben, con la minería de datos (que no es nueva) que cuando compras leche te llevas azúcar. Así que subiremos el azúcar y pondremos una oferta en leche, para que caigas como un lerdo. Yo siempre miento en el número del código postal cuando me lo preguntan en Ikea porque sé que no es para hacerme ningún bien pero muchos siguen creyendo en la bondad de la compañía y que es para darles una piruleta en forma de mueble con diéresis. Con los datos se sacan conclusiones y cada vez que nos conectamos no se mira las tonterías que escribimos sino el modelo de nuestro ordenador o teléfono (que habla de nuestro supuesto poder adquisitivo), nuestras búsquedas anteriores (que puede determinar nuestra edad y sexo), la ubicación (que determina nuestra posición geográfica habitual), nuestros contactos (que hace suponer que algo tendremos en común con esas personas) o, yo qué sé, el paisaje de nuestras fotos (que da una idea de si viajamos, a dónde y en qué fechas). Regalamos cosas que ni siquiera imaginamos.

Uno de los timos más absurdos de los últimos años son todas esas aplicaciones que prometen poder espiar el whatsapp de tu ex. Lo que demuestra es que muchos quieren ser una de esas compañías y que pagarían por los datos que luego se quejan que les roban. Es lo mismo que quejarse de los ricos y cuando uno, por herencia, azar o pelotazo lo es,  se convierte en un imbécil.

Pero hay algo más grave, más absurdo: el uso de aplicaciones gratuitas crece exponencialmente. Los datos van y vuelan, se cruzan y se acumulan. Instagram, Snapchap, el Gps de tu coche, la tontería esa para ponerte orejitas en las fotos que pide acceso a tu agenda, Twitter. Todos van  a por los datos y a todos se les da. Las opciones de navegación privada de los navegadores, que están ahí, no las usas, ¿verdad?.

Algún adolescente y más de un adulto afirma que hay que estar en esos lugares porque ahí están todos sus amigos y conocidos, tirándose por el puente. Y las madres siempre dicen que si tus amigos se tiran tú deberías de no hacerlo.

Ya nadie hace caso a las madres. O es que ya están todas en las redes, poniendo tonterías.




Pd: Luego jurarás, cuando saquen una foto tuya borracho hace años al ir a buscar trabajo, que te robaron los datos con violencia. Pero no, es un hurto.

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