Richard Pryor, en la horrible Superman3 (1983), decide quedarse los céntimos de todos los cheques de la empresa para hacerse rico porque era absurdo no redondear las cifras, porque nadie iba a echar de menos una minucia aunque muchas minucias a él le hicieran rico. No es nada que no hagan desde tiempo inmemorial todos y cada uno de los bancos. Sin embargo en la vida real Superman no viene a equilibrar la justicia de nuestros céntimos porque no nos damos cuenta. Ya no se agacha nadie por las monedas de cobre. Ni los cleptocuprómanos.
Ya no nos leemos los mensajes y aceptamos como buenos muchos de los valores por defecto.
Valor por defecto es poner ese canal cuando enciendes la televisión. Valor por defecto es creer al entrenador de fútbol de tu equipo, criticar al que no dice lo que quieres oír. Valor por defecto, amor, es pensar en ti cada día que me siento solo o cuando tengo algo emocionante que contar.
En realidad son nuestros valores por defecto, casi como la configuración de las actualizaciones o la letra Times New Roman, los que terminan poblando nuestras vidas. Se quedan clavados como las rutinas que no se sabe cómo llegaron pero que dejan una sensación extraña cuando, acostumbrado a tomar un café con galletas, ese día aparece un zumo detox junto al amanecer. Con el tiempo se convierten en taras, en ronquidos, en no poder ducharse tranquilo si alguien inoportuna en el baño.
Son irracionales pero están ahí, marcando la deriva de las horas.
Valores por defecto son no cerrar la puerta del baño o poner el pestillo viviendo solo, dormir en diagonal en la cama, saber que la botella de agua está en la mesilla de la izquierda, leer los periódicos de atrás hacia delante, no coger nunca llamadas con el número oculto o sentarse en ese lugar del sofá que se queda más gastado que los demás.
Ser consciente de ello ayuda casi tanto como la maravillosa capacidad de aceptar que hay otras millones de soluciones válidas. No sé si nos hace mejores cambiarlo o aspirar a que, en alguna mañana de futuro incierto, cambien las condiciones de uso y los valores por defecto sean otros.
Los míos o los tuyos. Haciéndonos ricos con los céntimos de nuestros cheques sin hablar de dinero. Desafortunadamente o por suerte todo esto no es más que literatura.
Por eso es una invención basada en hechos puntos de partida reales. Nuestros valores defecto. Soñar en ser el valor por defecto para alguien. "Aceptar y continuar" pone en alguna instalación.
Son los míos, pero puedo tener otros.
No existe palabra más devaluada que "valores".
ResponderEliminarY, además, vas tú y le añades defectos.
Ser un tarado (yo) ya no tendrá ningún significado.
Valores que son algo así como costumbres, como imágenes diarias ancladas en nuestro día a día. Creo que estamos hechos de ellos, como de agua y vísceras y leucocitos.
ResponderEliminarEsperemos que Alberto se equivoque de pleno y ser un tarado -en esos términos- sea todo un honor.