-Cariño, no me cogiste el teléfono.
Pues no, no lo hizo. pero no lo hizo porque estuviera gozando de sexo carnal con el equipo eslovaco de waterpolo ni porque al ver que era ella pusiera una cara de repulsión y siguiera tomando cervezas con los amigos. No lo hizo y no fue porque estuviera viendo un mundano evento deportivo en el que los que sudan son los otros. Ni siquiera fue porque estaba cagando y dejó sonar el teléfono que podría estar cerca de donde deja las llaves a la entrada de casa. No lo cogió porque se lo dejó en la chaqueta y cuando la mete en el armario y cierra la puerta simplemente no lo oye. Y tenía hambre, cenó. Le entró hambre, durmió. Se fue a trabajar y al salir de casa vio la llamada perdida. "Buenos días"- escribió. Entonces fue cuando ella le llamó para decirle que no le cogió el teléfono, como una batería de metralleta que sólo lanza un disparo. Un obús con forma de reproche.
No tiene que ser algo en una sola dirección, aunque hay parámetros curiosos en lo contemporáneo. Yo la llamé, da igual quien fuera. Habíamos pasado el fin de semana anterior juntos y sonrientes, como quien se pierde. Habíamos reído y habíamos desayunado. Incluso hablamos las noches, después de cenar, sobre lo que nos pasaba en nuestros días. El viernes no cogió el teléfono. Yo pensé, mientras esperaba que volviera a sonar, que estaba cagando. También pensé, porque esa llamada no llegaba, que lo tenía en la chaqueta y la chaqueta en el armario. O en el bolso, junto a un cepillo de dientes diminuto y un kit de supervivencia. Y el sábado por la tarde me devolvió la llamada en forma de mensaje. La llamé y esta vez sí cogió. Hablamos del tiempo y de asuntos circundantes hasta que, como el que no quiere saber la respuesta a las preguntas, pregunté. "Ayer me follé a uno. Pero no es nada importante"- recalcó como si eso fuera a tranquilizar mi autoestima. Me indigné de una forma teatral y emocional, sin aspavientos, que es como debe de hacerse cuando aún no ha pasado un mes ni ha llegado la quinta noche. "...cómo sois los machistas"- dijo en un susurro y se animó en un argumentario -"¿qué pasa?, ¿que por ser mujer te tengo que rendir pleitesía?. No estabas aquí y yo no soy de nadie. Me apetecía y lo hice. No hay nada malo en ello. Si te sirve de excusa tú la tienes bastante mejor"- Y me callé porque hay discusiones absurdas que es mejor no tener. Es una historia verídica que, salvando las distancias, me ha sucedido de manera idéntica dos veces.
La ante última vez que no cogí el teléfono estaba perdido en la moto, echando de menos en medio de la nada, buscando toros de Osborne. Debo de ser muy tonto. La última estaba dormido. La próxima estaré intentado no pensar haciendo deporte para tener una excusa con la que fumarme un cigarro después de cenar y, con suerte, leer mensajes que llegan desde universos paralelos.
Porque si algo tiene la comunicación moderna es que creemos, positivamente, que el resto del mundo debe de estar ahí, puntualmente preparado para interactuar de forma inmediata a nuestras necesidades. Que las tiendas han de estar abiertas cuando las necesitamos, que la persona del mostrador de información sabe todas las respuestas y que hay una gasolinera a unos metros de cuando se enciende el piloto de la reserva. Un mundo para atendernos, unos brazos cuando los necesitamos, unas palabras justas que nos sanan de la próxima cicatriz. Todo completo, intenso, emocional y , sobre todo, ya.
Lo curioso de todo esto es que vamos fortaleciendo nuestro universo sin darnos cuenta que el de los demás está ahí, igual de importante que el nuestro y, muchas veces, con las mismas necesidades aunque sean en momentos diferentes del día. Que a mi me gusta despertarme despacio y a ella el día le actúa como un resorte. Que yo soy de desayunar antes de la ducha y que hago mejor la parte izquierda del autodefinido. Que me gusta más la moto que el coche y no me meto en el mar por las tardes. Que tengo la manía de tener los relojes en hora y todos los dispositivos electrónicos funcionando. Que, y eso lo acepto como tara, las televisiones las tengo ordenadas alfabéticamente.
Hay personas que se complementan y quienes son iguales, eso es irrelevante. No tiene que ser nada sentimental ni sexual porque una pareja es una amistad, a la que tampoco contamos todo, con quien nos acostamos de vez en cuando y, además, sentimos que no nos va a apalear cuando le enseñamos nuestras debilidades.
Pero, joder, que no nos crucifique cuando no respondemos las palabras exactas al último mensaje. Que no nos mate porque tuvimos un universo paralelo diferente en ese preciso instante en el que nos esperaba, atentos, una vez más. El whatsapp no tiene entonación ni todas las partes necesarias para algo parecido a la comunicación real. No tiene olor, ni dudas de verdad. No tiene nada más que una ilusión de universos paralelos que no son el uno, el otro o simultáneos. Y deberían de ser infinitos.
La ante última vez que no cogí el teléfono estaba perdido en la moto, echando de menos en medio de la nada, buscando toros de Osborne. Debo de ser muy tonto. La última estaba dormido. La próxima estaré intentado no pensar haciendo deporte para tener una excusa con la que fumarme un cigarro después de cenar y, con suerte, leer mensajes que llegan desde universos paralelos.
Porque si algo tiene la comunicación moderna es que creemos, positivamente, que el resto del mundo debe de estar ahí, puntualmente preparado para interactuar de forma inmediata a nuestras necesidades. Que las tiendas han de estar abiertas cuando las necesitamos, que la persona del mostrador de información sabe todas las respuestas y que hay una gasolinera a unos metros de cuando se enciende el piloto de la reserva. Un mundo para atendernos, unos brazos cuando los necesitamos, unas palabras justas que nos sanan de la próxima cicatriz. Todo completo, intenso, emocional y , sobre todo, ya.
Lo curioso de todo esto es que vamos fortaleciendo nuestro universo sin darnos cuenta que el de los demás está ahí, igual de importante que el nuestro y, muchas veces, con las mismas necesidades aunque sean en momentos diferentes del día. Que a mi me gusta despertarme despacio y a ella el día le actúa como un resorte. Que yo soy de desayunar antes de la ducha y que hago mejor la parte izquierda del autodefinido. Que me gusta más la moto que el coche y no me meto en el mar por las tardes. Que tengo la manía de tener los relojes en hora y todos los dispositivos electrónicos funcionando. Que, y eso lo acepto como tara, las televisiones las tengo ordenadas alfabéticamente.
Hay personas que se complementan y quienes son iguales, eso es irrelevante. No tiene que ser nada sentimental ni sexual porque una pareja es una amistad, a la que tampoco contamos todo, con quien nos acostamos de vez en cuando y, además, sentimos que no nos va a apalear cuando le enseñamos nuestras debilidades.
Pero, joder, que no nos crucifique cuando no respondemos las palabras exactas al último mensaje. Que no nos mate porque tuvimos un universo paralelo diferente en ese preciso instante en el que nos esperaba, atentos, una vez más. El whatsapp no tiene entonación ni todas las partes necesarias para algo parecido a la comunicación real. No tiene olor, ni dudas de verdad. No tiene nada más que una ilusión de universos paralelos que no son el uno, el otro o simultáneos. Y deberían de ser infinitos.
No respondí al mensaje, quizá. Eso no significa que no te quiera a un lado. Es más, cuando no respondo quizá es porque no quiero sentir la puñalada de descubrir que cuando se apaga la pantalla, no estás. Ese es un universo paralelo en el que no solemos pensar. "No respondiste y me busqué otra compañía"- fue el último mensaje que no tuve ganas de responder. Es literatura. Es verdad. Es algo parecido a la verdad. Es algo que sucederá. O que sucedió.
Todo esto está muy bien como justificación o excusa, claro que depende del tiempo, del tiempo que se tarda en contestar y éste suele ir en función del interés. Y claro, también hay que tener en cuenta el comportamiento que tiene esa persona con su móvil, si es alguien que no lo mira ni de casualidad o es un adicto que pasa más horas activo en las redes sociales que llevando a cabo todos esos verbos que nombras: dormir, cagar, cocinar, duchar...
ResponderEliminarUna cosa está clara, el que quiere estar, está, y el que no, se inventa toda una trama de sucedidos que huelen exageradamente a chamusquina.
No te conozco Gemma, pero creo que yo no lo hubiera escrito mejor.
ResponderEliminarDesde el cariño te digo, deja ya de parecer la victima. Si quieres algo CURRATELO !!!!!
Anónimo, conste que nada de lo dicho era algo personal para con el autor, hablaba en general sobre el tema.
ResponderEliminarNo estamos de acuerdo a la afirmacion de que "el que quiere estar, está" porque el whatsapp que es el Blas de Lezo de la comunicación (marino llamado "Medio hombre" porque sus heridas de guerra le tenían sin un ojo, un brazo y una pierna) (sé a quien le gusta está analogía). Cuando alguien manda un mensaje cree que la otra persona ha de estar ahí, dispuesta. Y mas aún si pone que está en línea. Oh, Dios, !qué daño ha hecho a la verdad esa pequeña frase!. !Qué daño a la imaginación y a esa parte de pensar ¿qué estará haciendo?- Pues cagando o simplemente haciendo otra cosa menos importante. Estar es estar, joder. Estar, que es donde puedes alcanzarlo con la mano. lo demás es placebo tecnológico.
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