3 de mayo de 2017

otras tres historias de amor para leer en el water

(Como los feed back del primer libro no son muy positivos, sigo con el segundo, que podría ser "56 apellidos sentimentales". Es decir: algo pueril, anecdótico y tonto contado por un hombre con una poderosa mujer en su interior y poca capacidad literaria. Son bocetos a sumar a lo anterior)

2-IUS (y mi primera EP)

Yo venía de un colegio en el que sólo había chicos. No sé si eso es bueno o es malo pero la verdad es que no tengo constancia de ninguno de mis compañeros que se haya tirado a un carnero o que sea un sistemático maltratador de mujeres. Sin embargo hasta los catorce años las chicas eran esos seres inciertos con faldas grises de tablas que pasaban por delante de nuestro colegio cuchicheando con sus carpetas forradas de fotos del super pop con el George Michael de la época del Faith. Un misterio que de repente se sentaba entre nuestros pupitres cuando llegamos a BUP. No eran muchas, para qué nos vamos a engañar. Lo que sucedió es que en el camino a casa algunos coincidíamos. IUS tenía un alborotado pelo moreno, unas buenas calificaciones y una manera poco convencional de sonreír. No quiero decir que hiciera muecas o que tuviera espasmos al expresar felicidad pero sí que no era una de esas sonrisas cinematográficas que lo llenan todo sino una de esas que te deja, si tienes catorce años, queriendo saber lo que hay detrás, lo que esconde esa cabeza. Mi mejor amigo decía que tenía cara de mandona.
Al salir de clase teníamos por delante una campa empinada que nos subía a casa y ella vivía a dos manzanas de mí en el único edificio que tenía piscina en la azotea. Dicho así suena tan glamuroso como parecía pero la realidad es que era una bañera grande con gresite azul junto a unas cuerdas que algunos vecinos utilizaban para colgar la ropa porque ese edificio resultaba ser la modernidad de los años 70: no tenía balcones o posibilidad de colgar la ropa en alguna ventana interior. También tenía algo que se nos olvida y que ya no existe: nadie te robaba la ropa si la dejabas en la azotea. No sé durante cuánto tiempo nos miramos al ir y volver del colegio. No sé si coincidimos bajo algún paraguas en un día de lluvia porque en ese caso había que dar un rodeo a la campa que, embarrada, era una trampa mortal. Yo nunca he tenido un paraguas y si lo he tenido se rompió o lo perdí. Es una de esas cosas que abandoné por imposible antes de la mayoría de edad. Cada uno tiene sus asuntos pendientes con los accesorios habituales del humano contemporáneo.

En esos meses de inicio de curso, con el calor y la lluvia del mes de septiembre, al subir la campa, yo me acerqué a IUS y le dije, con el miedo escénico que se tiene de forma irracional a esas edades, que si, no sé, a ver, quizá, quien sabe, que si quería salir conmigo. Se lo pensó un día de forma burocrática y correcta, como quien hace esperar para dar una calificación. El día siguiente nos cogimos la mano para pasar por la puerta que se hacía en el muro que separaba lo asfaltado del campo por el que subimos. Desde arriba de la campa la luz era mucho más fuerte y es que al salir, por la tarde, el sol se ponía a nuestras espaldas. Luego se fue con KA, que era un tipo alto y delgado más listo que yo pero con peores notas. No había nombres en el colegio, sólo apellidos. Pero ella tiene nombre. Todo lo que hicimos fue cogernos la mano un día pero fue suficiente.

Después reconozco que mi ego se hinchó, que perdí el miedo, que algo de todo eso me gustaba y le cogí el gusto. Así que me fije en la chica más espectacular de mi curso. EP. Era muy alta y era prácticamente una mujer. Años después la vi tras la barra de un local de moda durante el verano y con una tarjeta de abogada especializada. Era de otra clase pero coincidíamos en los pasillos entre la música que marcaba el final de una clase y el principio de la siguiente. Su mejor amiga, curiosamente, era una chica muy bajita llamada BA, que era un encanto. BA era amabilidad y EP era como una aspiración imposible. Me hice amigo de BA, lo reconozco, para llegar a su amiga y un día, entre matemáticas y pretecnología, me acerqué y le pregunté con mucha determinación y voz profunda si quería salir conmigo. Dijo rápidamente que no.

Tampoco sé cómo pero unos días después, un viernes y llevando un jersey negro de cuello vuelto, invité por primera vez a una chica a cenar. Fue en un restaurante italiano y detrás de mi había, a forma de cuadro, una escultura de una espalda con un culo que me quedaba a la altura del cogote. Ahora me resulta irónico pero me hizo sentir violento saber que BA, cada vez que me mirase, vería mi cara entre los glúteos de madera de la pared. Nos reímos, comimos pasta y volvimos a casa en autobús. Creo que nos hicimos amigos. EP está casada con un tipo tan excelente como ella y juegan con sus hijos en el mismo hueco de playa en el que yo suelo estar. Son una pareja que aparenta perfección y, curiosamente, me caen bien aunque yo sea de esos tipos que aborrecen la felicidad ajena.


3-ELB

En el colegio, como es lógico, se hacían grupos. Ellas en un lado, nosotros a otro. La adolescencia es tan curiosa y tan permeable que pronto hicimos grupos mixtos. En el nuestro estaba IUS, cuando no quedaba con KA, AA y ELB. ELB era, y sigue siendo, una niña sonriente y también con una aparente determinación para el ocio. Creo que está divorciada y que ha sufrido una de esas separaciones traumáticas de las que se aparenta salir sin heridas pero que deja cicatrices de las que se ven al salir de la ducha.

Por aquella época algunos cines tenían sesiones continuas. Ponían la misma película una y otra vez y eso nos permitía irnos en grupo, pagar una entrada y ver el final y el principio de la película, porque lo importante no era la trama sino ir al cine. No recuerdo quienes fuimos aquel día pero ELB estaba sentada a mi lado y en la pantalla se proyectaba Fx Efectos Mortales, una peliculita bastante pueril de la época de los Goonies de esas en la que los efectos especiales eran muñecos y que bien podría ser una de esas que ahora ponen después de comer. Como buenos adolescentes nos sentamos en la parte de atrás del cine mucho antes de que lo cantara Sabina y lo que recuerdo es el sabor a dulce de ese primer beso. Dulce. Es lo único que tenía en la cabeza al salir del cine. Más tarde quedábamos los dos solos. ELB, que ya había salido con un tal Johnny, me llevaba a la parte que había detrás de nuestro colegio. Bilbao era una ciudad que se estaba despegando del pasado industrial pero ahí, entre el patio y la ría mugrienta del Bilbao de los 80, quedaban contenedores abandonados en los que nos refugiábamos de la lluvia y de las miradas. Para mí era casi caminar por el Bronx pero una noche, entre besos y entre atrevimientos, me atreví a pasar de tocar su cintura para tocarle un pecho. Pequeño, redondo. Creo que primero pasé la yema de los dedos haciendo la forma y luego puse la mano encima como si fuera una cima de una montaña a la que sólo había soñado con llegar. Tampoco sé lo que sucedió las semanas siguientes. No soy capaz de recordarlo. Sé que ella se cortó el pelo y vino a clase con una especie de casco de ciclista como cabeza. Los ochenta eran unos tiempos de atrevimientos y desmanes estéticos fuera de lo común y para eso están las portadas de los discos de Spandau Ballet para demostrarlo. Al subir desde el patio a clase por las escaleras la miraba de lejos y no, no me gustaba. Lo cierto es que esa tontería fue el motivo por el que dejamos de vernos entre los contenedores o simplemente es que todo sucede muy deprisa entre los 14 y los 15.
Unos años después, en realidad 23 años después, hicimos una cena de antiguos alumnos del colegio. Yo llegué antes. ELB llegó más tarde. Al entrar en el lugar de la cena me vio. -¿Te acuerdas de mí?- me dijo nombrándome por mi apellido. Me sorprendí porque hasta ese instante tenía muy claro que yo debía ser tan importante como era ella para mi historia. –Claro- respondí con obviedad en el tono– Tú eres la primera chica a la que le toqué las tetas. Es imposible olvidarte-. No me volvió a dirigir la palabra en toda la noche y reconozco que debía haber hablado del beso pero lo sentimental parece mostrarte siempre más débil y en las cenas de antiguos alumnos se vuelven a tener quince años. 


5-MON(A) 

Sé que fue una semana Santa. Sé que fue en Laredo. Lo que no sé es cómo fue. Creo que, en realidad, a mi me gustaba su amiga. No es un buen principio, la verdad. También que todo lo que pensamos a priori no se ha de convertir en cierto pero hay que elegir y elegir, en algunos casos, no es exactamente lo mismo que renunciar. MON fue, de golpe, un soplo de aire fresco. Algo así me queda en la memoria. Fue una conversación amable, unas risas de esas que pasan de ser complacientes a ser verdad. Era una chica marcada por cierta tempestad de esas que pasan entre los progenitores y que dejan heridas. Estaba con su madre en un apartamento muy cerca del mío. Volvimos andando por la playa los cinco kilómetros que llevaban de los bares a casa y que son el camino perfecto para que pasen los efectos del alcohol y, supuestamente, el olor del mismo. Ella se marchaba pronto y no soy capaz de recordar si nos besamos pero sí que nos cambiamos las direcciones. Eso, sin teléfonos móviles ni internet, era casi dejar las llaves de la puerta de casa.

Tengo en el trastero de mi casa una caja llena de cartas. Con una goma grande se amontonan las cartas de MON. Eran amigables y nos contábamos cosas. Nos contábamos historias de los universos que teníamos, de los amigos que cada uno mantiene en el sitio cercano. Hacer el trabajo de teatralizar la realidad lo vuelve mucho más emocionante y, como todo en lo que se refiere a la comunicación, poder sesgar lo que os nos gusta hace de nuestra vida un sitio mucho más chulo. Las cartas fueron caminando desde la amistad al amor, a ese amor adolescente con muchas palabras y, quizá, dibujos en los bordes de los folios e incluso creo que perfume en algún sobre. Nos dijimos cosas muy bonitas. Nos echamos de menos. Nos enamoramos de lo que nos contaban las cartas. Estoy convencido que todo eso pasó porque no nos veíamos. Estoy convencido porque un día, casi como un acontecimiento tembloroso, nos vimos y nos dimos miedo. “No, no, no” decía yo en mi adolescencia más tonta “No puede ser esta chica, era mucho más guapa”. Creo que ella pensó lo mismo y supongo que hicimos mucho el tonto sin ser capaces de verbalizar lo que estaba sucediendo que no era más que la idealización de la persona estaba muy por encima de la persona.

Muchos años después volvimos a tener contacto. Ella me contó que su madre las había abandonado a su hermana y a ella pero que ella, después de ese golpe, había salido hacia delante. Me dijo que estaba trabajando de camarera en un Cabañas de la Sagra, Toledo. Yo, aquel año en el que EPA se había ido con German (ya llegaré a eso), conduje sin rumbo cerca de Madrid sin llegar a entrar en una ciudad con demasiadas referencias personales. Vi el pueblo. Paré. Busque un bar, no era difícil porque sólo vi uno, de esos que tienen un parking de tierra y se apostan junto a la carretera. Entré. Ella estaba detrás de la barra. Casualidad, supongo. Me reconoció y yo la vi muy alta pero es que es de esas barras en las que los camareros tienen un altillo por su lado. La esperé al salir y me llevó a su casa. Abrimos unas cervezas y yo dormí en un sofá. No nombramos nuestras cartas pero estoy seguro que las guarda en algún lugar. Cuando fui al baño vi que la cisterna perdía y cuando se lo comenté me dijo que también fallaba un fuego de la cocina. El día siguiente ella se fue a trabajar y yo desmonté el quemador, limpié los conductos de la grasa seca que tapaba las salidas de gas y arreglé la cisterna. Ella volvió y nos reímos. Me llevó a conocer Toledo y me subió a la venta del Alma. Creo que nos sentimos cómodos e incluso yo pensé en que podíamos dormir juntos. Ella también. “Mañana te tienes que ir”- me dijo. “Mi novio viene y no sé cómo explicarle que el chico con el que me mandé cartas hace veinte años está en mi casa arreglándome la cisterna del wáter”. Por la mañana me fui y nunca más supe nada. Quiero pensar que vio por la ventana el polvo que levantaba mi coche al salir a la carretera. Tengo las cartas. Una vez escribí una historia de amor con parte de ellas.

Ella de with or without you, yo de running to stand still.

4 comentarios:

  1. Un caballero no debería hacer públicas sus aventuras íntimas. Quizás por eso tienes 56 historias que contar.

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  2. eso ha dolido. Pero yo las veo con mucho cariño y la verdad es que hay mucho de decoración. Al pasar el tiempo, prescribe. Y no tienen que ser verdad.

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  3. Que no te duela. También habrá 56 que recuerden una historia con cariño.

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  4. Apunta para una historia, la mia " lo peor que me pasó fue que te cruzaras en mi camino". Adorna todo lo que quieras con literatura...pero no dejarás de ser la época más absurda de mi vida.

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