22 de abril de 2017

El olor de la nueva economía

Mi abuela, después de la guerra civil y la ruina de mi abuelo a manos de uno u otro bando (que me da igual), aprovechó un pequeño local en la misma calle en la que nació Cervantes, frente a la iglesia del Cristo de Medinacelli. Está muy cerca de la puerta del Hotel Palace y ahora es parte de un bar ce cañas y tapas. Decidió vender velas para los devotos y pastelitos para los huéspedes del hotel. Ahí estaba, cada día, detrás del mostrador. Es más que probable que todos y cada una de las largas jornadas entre 1950 y 1980 estuviera preparando una forma nueva de llegar a otro cliente más. Poco a poco, con esfuerzo. A veces guardando en la cámara frigorífica los pasteles para el día siguiente y a veces partiendo con cuidado alguno por la mitad para sacar el doble de beneficio. Mi abuela no era contable pero era una guerrera.

Salió adelante. Educó a sus hijos. Compró su piso. Me dio 25 pesetas de paga en 1985 detallando que pensara dos veces en qué me lo iba a gastar. Era un ejemplo de la economía de la posguerra y la demostración empírica de lo del trabajo y la constancia.

Mi padre estaba estudiando algo parecido a económicas en Madrid allá por los años 60 y decidió, en un alarde que nunca entendí, coger a su superseñora esposa, su hija y sus sueños para hacerse quinientos kilómetros (que son miles en la época actual) para empezar de cero en la costa cantábrica. Fue contable, responsable de contabilidad, jefe de contabilidad, adjunto a gerencia y gerente 45 años después. Decía, mezcla de lo aprendido y de su propia experiencia, que el tiempo y el esfuerzo son los dos componentes de los resultados y si acaso yo aparecía algún día con un notable la única explicación posible es que no me había esforzado lo suficiente porque, como algunos que se han leído la contraportada de un libro de Coehlo, cada uno es capaz de todo si se lo propone con suficiente firmeza.

Así que un día, atontado por la tradición familiar, yo mismo me puse manos a la obra. Me esforcé y me esforcé. 22 años después sigo esforzándome cada momento sin sentir un pequeño porcentaje de todo lo que me enseñaron y me demostraron. Hace no mucho me senté a pensar en lo que pudiera ser el futuro. Me puse a ver las empresas que estaban marcando tendencia a nivel mundial. Miré los fenómenos de twitter, facebook, uber, airbnb y llegué a la conclusión de no entender nada.

No se entiende nada cuando el referente de la industria automovilística, Tesla, resulta ser la empresa con mayor crecimiento en bolsa, valiendo más que la todopoderosa Ford (vendiendo 7 millones de coches menos) y teniendo que llamar a 53mil  (de los 80mil vendidos) porque sus frenos están mal diseñados. Ojo, que es lo más importante, y perdiendo 2300 millones de euros. Es decir: la empresa que es la envidia resulta ser una máquina de perder dinero.

¿Y los demás? Uber España gana 60mil/€ (que son tres sueldos bajos). Pero a nivel mundial pierde 13000 millones. Twitter perdio 167millones de euros el año pasado. Airbnb tienen 9 (!nueve!) empleados en España y Blablacar ganó 8000€. ¿Qué puta broma es ésta?. El bar debajo de mi casa genera más trabajo que todos estos tipos.

¿De donde sacan el dinero?. Pues parece ser que como se supone que algún día ganarán dinero hay quien les da y les da para ver cuando llegan los premios. Es como invitar a alguien en un bar sin saber si acaso te hará caso, despertará contigo o quizá sea alguien con quien compartir el futuro. Mientras tanto sólo es perder dinero.

Si mi abuela o mi padre me vieran montar un negocio ruinoso desde el minuto 1 me darían collejas hasta que se me salieran los ojos. Pero cuando se habla de emprendedores y de magníficos referentes de futuro, cuando los periodistas económicos y tecnológicos se acercan a un nuevo Steve Jobs (recordemos que no era un buen informático sino un vendedor de lujo, al estilo Branson o Musk), siempre hablan del impacto social y los millones de usuarios. (Whatsapp:  billon de usuarios, cero ingresos) apostando sólo a la venta de nuestros datos como fuente de ingresos (conversaciones, intereses, uso...), pero ahí el único que gana es google y un poco facebook. Pero ninguno, ninguno, ninguno gana del producto que vende. Puede que porque el producto es una mierda o porque los clientes no están educados en pagar con cash, que es como cobraba mi abuela.

¿El futuro, entonces, es no preocuparse de la rentabilidad o la calidad del producto? ¿Vender que algún día será muy bonito y encontrar a locos que den dinero por nada?

Los dueños de Twitter, de Snapchap, de Tesla, de Uber o de Airbnb son hombres ricos sin haber ganado ni un solo euro.

No huele bien este concepto de economía. No.
Bueno, sí: huele a burbuja, a vacío.

Claro que si yo voy al banco contando que voy a perder cientos de millones de euros durante años se consideraría lógico que me den patadas en el culo hasta ponérmelo morado. 

Es todo muy loco pero lo curioso es que ES ASI.

No importa el producto, la calidad o el beneficio. Cuidado con el futuro de eso porque tendremos malos productos, de calidad infima y en empresas ruinosas. Eso sí, todo muy colaborativo.


Pd: no hablo de microsoft porque ellos hacen un sistema o una aplicación y te la venden, te la cobran y a otra cosa, butterfly.
Pd2: y todas esas empresas, al estilo swatch o ikea, que venden lo que se ha vendido siempre pero comosi lo hubieran inventado sus publicistas, tampoco.

Hacer algo bueno y mejor parece una utopìa. Quiero tener un negocio que sea como un buen directo donde todo encaja. Lo quiero todo.

3 comentarios:

  1. Steve Jobs sí era un buen informático, que fuera también un vendedor notable no quita lo primero.

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  2. El informatico era Wozniak, muy a pesar de los applefans. (y el tercer socio).
    Uno tiene visiones y dos las hacen realidad.

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  3. Para formar parte de ese equipo le hacía falta ser buen informático (aunque él no fuera el verdadero visionario). Y ahora es cuando tengo que decir que mis únicas fuentes son Wikipedia y Piratas de Silicon Valley.

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