14 de febrero de 2017

El amor y las telenovelas.

Hay dos sedes del museo de las relaciones rotas. Una en Los Angeles y otra en Zagreb. No dejan de ser reclamos de telenovelas, de excesos y extremos, de historias de amor de aquellas que rascan la pared dejando marcas. Si no hay restos de los naufragios parece que no hay amor. Si no existe ese viaje a la luna o al infierno hay quien puede llegar a pensar que no hay nada.

Caminando por la montaña rusa de los excesos se nos olvida la calma del camino llano.

Durante años quise pensar que el amor era uno de esos momentos en los que se da una alineación de planetas. Uno de esos momentos en los que las miradas se entremezclan, en los que hay un antes y un después, en los que los cuerpos no quieren separarse. Yo dije, una vez "espero que te guste el café que hago por las mañana" y tuve la suerte, más tarde, que le gustaba. "Llueve mucho ahí fuera, quédate". También me dijeron alguna que otra cosa más sutil: "¿subes?" y menos: "ven". También fui obsceno y lo fueron conmigo. Y también me engañaron y me engañé, me sentí estafado y digno. Tardé en responder un mensaje o me quedé mirando si leían el mío. Tuve celos de todos los colores y grité. Me gritaron. Me dejaron por otro que luego no era tan bueno. Dejé por ser incapaz de comprometerme y cuando me quise comprometer era tarde o era pronto. Soy un tipo que no acierta con los momentos en la mayoría de los casos, un visionario con la visión poseída por el astigmatismo, que es cuando se ve bien de lejos pero de cerca todo aparece nublado.

Nos dijimos frases feas y nos arrepentimos en silencio. Volví con las orejas gachas, que es como debería de tener las orejas Batman porque es un superhéroe atormentado. Rogué que se fuera para no sentirme culpable o que quisiera volver para dejarla yo, casi como un golpe de dignidad absurda que se da encima de la mesa.

Siempre, casi siempre, creí que el amor era una sucesión de emociones infinitas. Una telenovela dramática y enamoradiza que va de aquí para allá sin detenerse nunca. Creí, creímos quizá, que sin esos volcanes de emoción algo estábamos haciendo mal. Que quererse era ascender hasta la estratosfera para caer en picado, quemarnos las alas de cera como Ícaro.

Y no, no es eso.

Es desayunar. Y redesayunar. Y olor a café.

El amor no es una telenovela.


5 comentarios:

  1. El astigmatismo produce una distorsión de la imagen que afecta a todas las distancias. Ver bien de lejos y mal de cerca está relacionado con la hipermetropía y la presbicia, o incluso con la suma de ambas.
    En cuanto al amor diría que por lo general es un disfraz, la excusa perfecta para justificar esa necesidad de encontrar alguien que supla nuestras propias carencias.

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  2. El amor si existe,nos ponemos el disfraz para no sufrir

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