14 de diciembre de 2016

Eh, quita esa mierda.

Una vez, intentando analizar la dirección que está tomando el mundo de la tecnología (del que yo como) alguien afirmaba que el dispositivo pasará a un segundo plano porque lo que va a importar es el contenido. En ese sentido y probablemente con esa misma idea muchas de las grandes plataformas tecnológicas se han lanzado al cuello de los clientes con sus exclusividades, sus HBO´s y sus Netflix. Su Formula 1 y esa manera casi mística de vivir los penúltimos partidos del siglo. Más o menos hay un mensaje encubierto, ratificado por mil millones de freaks sin criterio, en el que sin determinadas series alguien es un jodido paria, un mierda y lo que es peor, un inculto, un apestado.

-Si no te gusta juego de tronos no tienes criterio.
-¿Has visto juego de tronos?
-No, pero es muy buena.

En realidad el dispositivo, y con eso me da lo mismo que sea una televisión mejor o peor, un ordenador de calidad o alguno de los que venden por ahí (modo publicitario: on) o un telefonito con más o menos ram, hace tiempo que, desafortunadamente, pasó a un segundo plano. En realidad no se busca la calidad sino lo masivo del consumo. Eso lo dice alguien que veía el porno codificado pero aquellos eran otros siglos y la necesidad, la misma. Lo cierto es que la calidad del sonido y de la imagen parece que ya no importa y los screeners son una plaga tan abundante como el sexo de baja calidad (y sin ningún amor). Los anuncios de vehículos hablan de lo que sale en la pantalla de la consola central pero nunca del motor.

Lo que es triste, y ahí es donde tenía la intención de llegar, es que los criterios masivos han devorado a los criterios de calidad. Yo sólo veo series que terminan y será porque todas mis historias tienen un final, aunque sea abierto. Tengo la fea costumbre de escuchar los discos enteros y de esperar a los títulos de crédito. Nunca, jamás, hago una crítica sin haber oído el disco y eso me lleva a afirmar, con una pudorosa vergüenza, que hace dos semanas vi en directo a La Oreja de Van Gogh, la tremenda basura de los Gemeliers y al señor Funambulista, que ganó en mi valoración previa. Sin embargo hay una preocupante tendencia, casi parecida a aquella época en la que los juguetes que no salían en la tele no existían, en la que la cultura se ve monopolizada por imposiciones sociales de otros.

Tenemos más cultura que nunca, más libros que nuestros padres y, como cerdos sometidos a las sobras que nos lanzan, parece que si no comemos del cubo que nos ponen no pertenecemos a la manada. Es muy duro ser Juan Salvador Gaviota y no querer comer pescado. Es triste asombrarse con un grupo de músicos que mendigan el porcentaje de las copas en un bar y ver grabaciones en directo de mangarranes que hacen gorgoritos en pabellones repletos de gruppies. Hay tantos pabellones llenos como mierda en los últimos discos de Coldplay. Es una vergüenza sentirse apartado por no conocer ninguno de los diez discos más vendidos o las seis series más vistas. Es crítico creer que solamente existe la cultura de los tuiteros más seguidos o los youtubers más caranchoas. No es una cuestión de edad sino de criterio y de esa manera de vivir en la que parece ser necesario sentirse identificado en un grupo. Los grupos los hacen los publicistas.

Después de matar al dispositivo quedaba matar la cultura y convencer a la masa que la cultura es "lo que hay que ver", a ser posible bajo subscripción. No me fío de los consejos de los hipsters de abono premium. Sin embargo cada día encuentro grandes obras desconocidas sin escarbar demasiado.




Extra: Vale para las relaciones personales.

Conocí a alguien. Fuimos a ver el mar. La quise a mi manera, que es sin hacer ruido. Soñé con hacerle el desayuno, con leer en voz alta alguno de mis textos o hacer a medias un autodefinido. Me esforcé por conseguir que mañana fuera algo diferente y más sorprendente que hoy. No fui capaz de prometer magníficas tardes de complicidad, intimidad y pasión. Soñé con ellas mientras viví en este poso dramático que me arrastra. No hice publicidad de mis intenciones y eso fue un error. No regalé las flores porque supuse que con mi cariño era suficiente. Siempre me educaron creyendo que las bondades vuelven en forma de bondad, que el amor vuelve como amor, que la fidelidad implica que alguien que es perfectamente capaz de ir con cualquiera ha decidido estar contigo. Y se fue, da igual cómo y contra quien, con un edulcorado, luminoso y embaucador vendedor de humo. Después, a nuestra forma, los tres nos quedamos solos. Ella sin realidades. Yo sin publicidad. Él se sumergió en otra campaña publicitaria pero cree de si mismo que es mejor amante porque folla más. Tiene más visitas. Le hacen retuit en todas y cada una de sus gracias. Nunca eso fue sinónimo de calidad pero parece que ahora sí. Es de esos que se miran en el espejo mientras se masturban y, además, ponen caras.

(Y me quedo...Como un gilipollas, madre.)

4 comentarios:

  1. Iba a decir otra cosa, pero quedó en suspenso ante una pregunta que me surge:

    ¿cómo puedes saber que hay gente que se mira en el espejo mientras se masturba? (y que pone caras, además?

    Deja, no contextes...

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  2. Es una metáfora (muy buena , añado) sobre la gestión del ego de algunos. Se me ocurrió despues de ver firmar autógrafos a uno (del que no recuerdo el nombre) que llevaba la gorra para atrás y tribales tatuados en sus brazos adolescentes cantarines.
    Luego pensé que conozco a gente que cuadra en esa imagen que va un paso más allá del tipo de American psico. https://youtu.be/qOc4HfWH8IA

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  3. Me alegro de que todavía haya gente como tú, aunque estés lejos...

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  4. AP: Lo mucho que me gustó el libro y lo poco que me gustó la película.
    Ya sé que suena a la primera frase del manual del cooltureta, pero es así.

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