13 de noviembre de 2016

Los diferentes sexos

(Del libro a medio escribir. Es un capítulo en el que intento describir que aunque siempre es sexo no siempre es lo mismo ni significa las mismas cosas. Mis personajes no son santos. La selección musical ha sido ardua)

OPCION 1:
(Antecedentes: Roberto y Maria viven en esa excusa de ser amantes cuando en realidad son amigos y se necesitan, pero no son capaces de admitirlo)

Más adelante Roberto y María se encuentran porque encontrarse también puede ser romper alguna de esas barreras que se originan en el sofá y que se caen cuando se van deslizando por él hasta caer de costado encima del otro. Se encuentran poco a poco, casi como si fuera un desliz, como si fuera la búsqueda de la manta en medio de un sueño o un movimiento reflejo y reconfortante parecido al olor de la casa donde vive la familia. Existe un lugar entre el vicio buscado y el calor necesario donde se esconden las cartas que más de uno se guarda en la cama como si fuera un reducto en el que la piel aún esconde secretos. Más de uno, desnudo, se esconde más que vestido. Más de uno, aturdido por el ceremonial, es torpe con los cubiertos. Ellos no. Se recorren conociendo las cavidades y los montes imperfectos. Se reconocen con los ritmos de la respiración y se ayudan con la fuerza de las piernas para hacer de una misma sombra las dos formas y adivinar, casi sin verlo, que María agarra la sábana con la mano izquierda apoyada con el codo derecho. Roberto sabe que a ella le gusta que la mano la sujete por debajo y vaya ascendiendo despacio para parar los dedos en círculos mientras se arrodilla ante su cuerpo tumbado y arqueado para verla temblar, callada, como una presa amordazada con síndrome de Estocolmo. Y, después, tumbarse a su lado, coger aire, sentirse en casa y no admitirlo.


OPCION 2:
(Antecedentes: Juan y Silvia: "Quizá se rindieron o quizá se encontraron. En realidad aquello surgió en el mismo instante en el que la toalla estaba tirada en el rincón del ring sobre el que se desangran los que van perdiendo a los puntos. Da lo mismo quien invitó a quien o si acabaron en la cama la primera o la cuarta noche, que es el filo en el que un posible amante se convierte en amigo") 

Juan se mete en la cama y enciende la televisión donde busca algo que haga ruido pero que no moleste y Silvia, como en un pequeño ritual, deja en la esquina inferior de su lado de la cama un pantaloncito a cuadros con elástico y una cuerda rosa para atarla a la cintura. A su lado una camiseta de esas a las que se les tiene cariño por su historia, antigüedad o forma. Se va desnudando con un ojo en la televisión y otro en Juan, por si la mira y ella puede hacerse la pudorosa entre el chándal de estar en casa y el pijama de dormir, entre quitarse los pantalones para dejar claro que lleva uno de esos tangas que son un triángulo con una tira que desaparece, entre sonreír mientras da esos dos saltitos con los que el pijama va a su lugar y entre tocarse, como poniendo en su sitio, los pechos en el espacio de tiempo que hay desde el sujetador a la camiseta, que es la versión sofisticada y excitante de la poco glamurosa forma de tocarse los huevos en los hombres para dejarlo todo en su lugar. Ella se mete en la cama y como buena mujer se acerca con una sonrisa y toca con los pies a traición. En una queja contenida él la mira sin moverse por el frío y ella le acaricia el pecho y se va acomodando entre el hueco del hombro y el cuello. Cierra un poco los ojos. Baja un poco la mano. Él pasa el brazo por detrás de ella y pueden notar la respiración en la cara. Hay una melodía de respiraciones cómplices que conocen y la velocidad arrítmica de las huellas dactilares. Es en el momento del primer misil, de la primera punta del dedo sobre el pérfido lugar que hay desde el ombligo hasta la base del pene, cuando recoge el brazo que tenía sobre ella para ponerla encima y agarrarla con ambos brazos y, una vez equilibrada, buscar debajo de su camiseta y subir las piernas para rozarla o levantarla. Besarla y besarle. Seguir como un sonido que va a subir, como una sinfonía antes del golpe de miedo en una película. Esperar a que no pueda más y se mueva atrás para quitarse la camiseta, que estire los dedos sobre el pecho de él. Que vaya bajando o subiendo para que desaparezca el pantalón. Mirarla desde abajo o mirarla abajo. Mirarle desde arriba, abriendo con dos dedos la visión de la lengua. Volver a montar, con el tiento que da el principio y llegar al momento en que todo resbale. Echarse a un lado y las sábanas abajo. Poner la boca en redondo y abrir las piernas pidiendo un poco más, con las corvas de las rodillas apoyadas en sus codos. Mirar a los ojos y encontrar sus ritmos, los conocidos y los repetidos. Subir. Agitarse. Empujar con las piernas como una señal para perder el control y esperar a que se liberen para agarrarse de esa forma en la que los tobillos cierran el candado del sexo. Y explotar con él dentro, con ella ardiendo. Y quedarse un momento en un abrazo y oyendo su pecho encontrando la palpitación correcta.

OPCION 3:
(Antecedentes: Andrés es un buen tipo solitario)

Andrés deja a un lado los papeles (...) Sin embargo, entre ese momento de apagar la luz del despacho que queda en su casa en la habitación que debía ser de los niños y el camino hacia la cama hay un silencio poderoso que huele a fracaso o a perdición. A un nuevo camino sin salida de esos a los que se llega sin poder adivinar el momento en el que se tomó la decisión equivocada. En determinados momentos un apartamento en silencio es casi la prueba de una derrota. La libertad era la capacidad de poder hacer lo que quisiera pero, sin embargo, eso lo dicen los que están poseídos por las obligaciones. Comprar yogurt, tener siempre embutido en la nevera. Aquella mujer siempre tenía embutido y a él siempre se le olvida comprarlo. Mientras se tumba entre las sábanas recuerda la mesilla en la que ella dejaba los libros amontonados y la sorpresa de encontrar su cuerpo al darse la vuelta, al despertar por la mañana y cómo, cuando vivieron una primera noche, ella se deslizó y le miró como un pecado al que aferrarse. Es capaz de visualizar aquel cuerpo de costado reflejado en un espejo y la bata entreabierta por la mañana para volver a la cama. En momentos como el de hoy se quedaría abrazado, meditando entre las ondulaciones que hacen los músculos del cuello y pasando la mano entre sus formas para certificar que, suceda lo que suceda después, en ese momento se es más fuerte. En ese momento en el que las manos de ella le recorren y le encuentran. Con esa mirada que ponía cuando la desnudez se despojaba de las mantas y con esa húmeda sensación de tenerla consigo. Aquella noche, justo antes de dormir, Andrés se masturba como un adolescente cerrando los ojos para no olvidar los caminos perdidos.


OPCION 4:
(Antecedentes: Jorge es un buen tipo con poder y Patricia una manipuladora)
  
-¿Sabes lo que espero yo?- pregunta Patricia entre una voz con tono a travesura.
-¿Qué?- responde Jorge con una pregunta mientras se despista apagando la luz del baño y acercándose a la cama.
-Que me folles- responde mientras levanta las sábanas y deja a la luz una lencería digna de película pornográfica, con los pezones respirando entre las líneas de cuero de un sujetador sin pudores, un pequeñísimo tanga con remaches y un liguero que destaca cuando las piernas las deja encima de la cama- como si fueras mi rey y yo una súbdita, una cortesana caliente dispuesta a todo por los favores de su magnánimo señor. En ese momento le sujeta y le tumba. Le agarra con las piernas, una a cada lado, y le guía las manos desde que empiezan las costillas hasta las axilas. De ahí hasta los corazones. Apretando y bajando para pasar por los remaches. Entonces le estira los brazos y se apoya llega con una mano para sujetar las dos muñecas mientras que con la que tiene libre le libera de pudor y aprovecha la excitación para cabalgarle. Primero despacio y más tarde, lazando el cuerpo atrás con liberación de manos, soltar el pelo y agitarse como una amazona o una fan que ha entrado al camerino del bajista estrella de su grupo favorito. Y grita, y se retuerce. Deja que Jorge la mire esperando que no lo olvide y dando, casi descaradamente, ese carácter de proposición imposible que tienen las grabaciones amateur de las películas pornográficas que se consiguen gratis en internet. Es un maquillaje que cambia porque cambian los polvos.

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