Sobre el papel un algoritmo, como conjunto de reglas ordenadas para la consecución de una tarea, tiene bondad en si mismo. El problema, como casi todo lo bondadoso, es que según se van añadiendo variables por parte de los humanos el resultado se envilece. En realidad en estos momentos los algoritmos gestionan muchas de nuestras interacciones con el mundo. Hasta nos hemos acostumbrado a ello. Al final nos reconforta que aparezcan anuncios de las cosas que nos gustan, las posibles parejas en nuestra zona geográfica y dentro de nada es probable que alguno sea capaz de encontrar a esa mujer cercana, sin hijos ni mascotas, dispuesta a saltar al vacío, con una poderosa vida interior, amante de la música indie, de posaderas prietas, sexualmente activa, que sepa hacer croquetas y que hable lo justo por las mañanas mientras disfruta de las noticias y el zumo pensando en el redesayuno de los domingos. Son datos al azar.
Los algoritmos refuerzan nuestra zona de confort y si nos fijamos en aquellos que dominan las redes sociales nos intentan poner en contacto con aquellas personas que piensan como nosotros. Una experta en nuevas tecnologías me comentó una vez que curiosamente había entablado amistad con personas con las que compartía sus creencias y manera de ver el mundo. Lo achacaba a la casualidad de la vida olvidando que en el mundo matemático no existen las casualidades sino las variables. En las matemáticas de segundo de carrera existían muchos resultados aproximados que también eran matemáticamente válidos y es que las matrices de variables empezaban a ser enormes.
Cuando me despidieron de un periódico (en el que no me pagaban) por decir lo que pienso la conversación se resumió en lo siguiente: "el periodismo moderno lo que hace es buscar a sus propios fanáticos y les damos lo que quieren oir porque si no les damos eso comprarán otro medio". La reafirmación es, en definitiva, un negocio rentable.
Así que cuando yo aparecí en su vida no fue capaz de entender que la diferencia nos podía hacer más grandes y, por el contrario, terminó buscando el carpe diem de su algoritmo mientras yo luchaba por salir de mi zona de confort pero siendo yo mismo y no la respuesta que buscaba irracionalmente siempre.
Nos hemos acostumbrado a encontrarnos y a rodearnos de personas, productos, culturas y tipos de letra que nos hacen sentir cómodos. Los borrachos se hacen amigos de alcohólicos y los fanáticos deportivos lo hacen con otros fanáticos de su equipo pero no con deportistas. Los campos de interacción se reducen porque saliendo de ahí hace demasiado frío. Un homeópata podrá hacerse uña y carne de un experto de reiki pero no de un médico. Ella hace el amor con quien le da lo que quiere cuando lo quiere y el esfuerzo se lo dejaremos a los perdedores. Es mucho más cómodo, más rápido, aceptablemente más satisfactorio y más efectivo. Es como las canciones de tres minutos en comparación con las sinfonías, los posts en comparación con los libros y coger un taxi para llegar a casa mientras aún tiembla el cuerpo no da cancha a jugar enseñando las cartas, que es lo que pasa cuando nos ven los sueños que son lo que se ansía sabiendo que hay un lugar nuevo al final del camino.
La vida moderna nos alimenta de nuestros pensamientos autárquicos y lo hace sibilinamente, escondiendo todo lo que queda fuera, tapando y evitando que podamos pensar o creer que haya vida más allá de Pleasentville (link a película completa). Es una poderosa herramienta de marketing hacernos creer que no hay más coches, ordenadores, muebles o ropa que bajo una determinada marca. Es cómodo pero es falso.
Sin embargo nadie recela de la bondad de los algoritmos. Recelamos de lo diferente, de lo que no conocemos, del miedo, más que nunca, a lo que no entendemos. Recelamos de quien no nos ama exactamente de la forma que soñamos o de la forma que marcaron nuestros clicks en las pantallas, tenemos pavor de lo que no son nuestros bares favoritos o las películas que amamos polacas subtituladas en inglés.
Esa técnica que refuerza lo que deseamos en vez de enseñarnos deseos nuevos se ha convertido en una forma de vida, en un refugio, en un fácil orgasmo de satisfacción que nos hace cada vez más pequeños. Conocer discos nuevos en youtube cada día es más difícil porque te lleva, irremediablemente, a los que oíste antes. Cambiar el voto a un candidato que no diga todo lo que quieres oir o apostar por la pareja que te hace esforzarte para llegar más lejos es casi una utopía. No hay sacrificio porque uno cree de si mismo que es tan grande, tan perfecto, tan listo y tan guapo que los beneplácitos de la vida habrán de llegar solos.
Yo me cansé de esperar, como una princesa en el alto del torreón, a que vinieran a rescatarme aunque más de una noche sueño con que me follen con la complicidad de sus ojos clavados en los míos y después, que eso es lo importante, nos abracemos hasta quedarnos dormidos (y dormir cada uno en su lado con mis fuertes respiraciones y su sonido cadenciosa para encontrarnos en una sonrisa). El día siguiente vuelvo a acostarme esperando mi rescate como un país en bancarrota. Y que luego me enseñe sobre la vida, sea un terremoto en mis creencias mientras yo le pongo canciones que no conoce. Viajar sin rumbo por estepas lejanas de las que ni siquiera hemos oído hablar. Caminar sin que el trayecto nos vaya marcado aunque nos pillen tormentas o comarcales sin salida.
No estamos siendo educados en el esfuerzo y mucho menos, en apreciar lo bueno de lo diferente.
Se vive mejor haciendo caso a los algoritmos pero intuyo que es mucho más aburrido y se está, definitivamente más solo.
"Ya estoy fuera"- me dijo en el último mensaje. Estaba dentro de su espacio y allí no estuve jamás. No fui, es verdad, pero se marchó. Sus amantes son una copia masculinizada de si misma, anuncios de sus preferencias, artículos con sus ideas, reafirmaciones. Capuchas que dan calor. Clicks interesados. Matemática autocomplaciente.
Hay literatura y hay realidad. Quizá mala leche también. El inicio era explicar que la manera de vivir en el mundo es cada vez más cerrada porque eso es reconfortante como quedarse en el castillo sin salir. Después se me fue la pinza hacia mundos que no sé si los viví, los anule o los imaginé, como siempre
ResponderEliminarLamento enmendarte: la pinza se te había ido mucho antes.
ResponderEliminarPero te queremos.
Si todos fuéramos iguales, el mundo sería aburridísimo. Los gilipollas (estúpidos) son siempre los otros.
Me lleva , este post, directamente a este otro: http://maldiaparadejardefumar.blogspot.com.es/2013/01/los-retos-imposibles-la-culpa-y-la.html
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