Hay organizaciones, poseídas de esa ola democrática que lo puede todo con su lógica corporativa, que hacen asambleas para decidir el día en el que van a reunirse para ver si eligen la pregunta de la votación, aún por determinar, sobre un problema que tuvieron en marzo. Después elegirán el día. Después la pregunta. Más tarde el día de la consulta y, cuando hagan la consulta, no serán capaces de recordar el motivo por el que estaban allí. Pero, eso sí, se sentirán muy modernos por el proceso participativo que les ha llevado a un lugar que no conocen y del que no recuerdan cual era la partida.
En la España moderna somos muy así. Por eso nuestros problemas, problemillas o sandeces no se solucionan nunca. Hay pueblos que hacen referéndums para elegir el color de los contenedores de basura y alguno, al verlos de rojo, exclama que los jodidos comunistas están imponiendo sus criterios a la mayoría de la población silenciosa. Otra de nuestras características es que nunca estamos de acuerdo y que si, hastiado de tanta tonteria, un alcalde ordena limpiar las alcantarillas, aparecerá un grupo de ecologistas defensores de las ratas exclamando que esa decisión fascista y anacrónica ha puesto en peligro a la casi extinta rata ibérica.
Lo curioso de todo esto es que quienes deben de tomar decisiones están siempre a merced del ruido ensordecedor de la multitud y sabemos, por experiencia, que un hijo de perra gritón suena mucho más alto que mil personas que dan la razón. Mi madre siempre da la razón al que grita para que se calle porque tiene un aparato en el oído y le duele tanto tumulto. Un día, en una cena, se lo quitó porque estaba muy aburrida de escuchar la conversación de la mesa de al lado. Ha aprendido a ser más feliz y tomar decisiones más acertadas eliminando el ruido. Se equivoca muchas veces pero estadísticamente hablando acierta más que tú y que yo. Acierta al 100%, cuando se trata de croquetas y de pimientos asados. Al 86% en la previsión del tiempo. 74% en cuestiones de vida. Es más de lo que hacemos tú y yo, que nos creemos más listos.
Listos de bar. Listos de esos de "me vas a decir tú a mi". Listos de esos que se jactan de robar la wifi del vecino mientras les mandan piedras desde Aliexpress. Listos y felices de facebook sin granos ni pelos ni penas. Listos de los cojones. Listos de los que te arreglan el país y la alineación de la selección en la misma conversación. Listos de Tolosa, los que tó lo saben.
Listos que cuando tienen la capacidad de decidir, de tomar una decisión, se hacen pequeños, nanométricos.
Y entonces dicen que, como son democráticos, proponen hacer una asamblea para decidir el día en el que reunirse para ver qué decisión toman.
Porque lo importante es quejarse mientras va pasando el tiempo. Y llegar a las novenas elecciones.
Elegir es renunciar pero también es ir hacia algún lugar incierto. No hay seguridad en las inversiones basadas en decisiones, en sentimientos o en saltos cuánticos hacia brazos que no sabes si te recogerán al caer. Nadie quiere equivocarse por miedo a que le señalen con el dedo. Nadie hace las croquetas como mi madre. "Quien tiene boca se equivoca"- dice cuando cae en algún error. Hay 40 millones de españoles esperando que los otros se equivoquen para insultarles.
A veces decidir es esperar, a veces es saltar o dar pequeños pasitos. No lo sé pero normalmente es hacer lo que parece más difícil. Sólo me reúno para tomar decisiones de verdad y después, dos copas. Empiezo a ser un tipo que desea hacer cosas incluyendo pintar la terraza. Ser un criticón asambleario empieza a resultarme cansino y pueril. Tendré que pedir la nacionalidad en otro lugar.
"Me vas decir tú a mí" y ganas de empezar a soltar panes.
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